Me alegra comprobar que la criatura bautizada por Ezequiel Mosquera como O Gran Camiño vende el ciclismo gallego al mundo y, en particular, las rutas ourensanas. Si el pasado año brillaron con luz propia la Vía de la Plata y la Ribeira Sacra, el desenlace de esta edición en Rubiá fue de lo más vistoso, por mucho que la nieve y la niebla nos dejara sin el alto de Santa Mariña y recortaran el de O Castelo en su tramo final.
El propio Mosquera y todo un ganador del Tour como Óscar Pereiro exportan imágenes tan icónicas como las de Alejandro Valverde, recorriendo triunfal las carreteras gallegas en el año de su despedida. O un Jonas Vingegaard al que aún tenemos en la retina de amarillo en París y aterriza por estos lares, se sube a la bici, se escapa en el empedrado de Santa Trega y repite victoria en los días siguientes. Una delicatesen a pedales, al alcance de una selecta trinidad en la que el danés se instaló junto a Tadej Pogacar o Remco Evenepoel. Y si hablamos de clásicas, bichos como Wout Van Aert y Mathieu Van der Poel.
Y en el mismo pelotón se ha colado por derecho propio nuestro Carlos Canal. Aún lo recuerdo de cadete —el mejor de España—, con la bici de montaña y los colores de Maceda. En O Gran Camiño, fue el sexto de la contrarreloj final y el mejor sub 24. Eso lo llevó a la decimocuarta plaza de la general, tercero entre los promesas, a menos de un minuto de Lukas Nerurkar (hijo de maratoniano olímpico). Y el de A Limia, sin cumplir los 22, sigue creciendo en el Euskaltel. Qué Gran Camiño el de Carlos.