El colectivo critica la falta de interés de administraciones por preservar la artesanía
06 ago 2023 . Actualizado a las 17:09 h.El comienzo de la alfarería en Galicia se remonta a la época castreña y medieval. Posteriormente, fueron las aldeas de la Ribeira Sacra las que continuaron con este oficio gracias a sus cacharreiros durante el siglo XVIII. En la actualidad, continúan con esta tradición los pueblos de Gundivós (Sober, Lugo) y Niñodaguia (Xunqueira de Espadanedo, Ourense).
La alfarería es un arte que recorre las venas de la familia Vázquez desde hace ya varias generaciones. Todos eran alfareros, aunque no ejercían como tal. Fue Agustín quien quiso dar un paso más y convertir la tradición familiar en oficio de manera prácticamente autodidacta. Lo tuvo claro desde siempre: con once años hacía sus propios cacharros con una rueda en una palleira. Nada más salir del colegio, lo primero que hacía era ponerse a trabajar por amor al arte. Al principio, con ayuda de su tío, hasta que con 19 años logró ser independiente económicamente. Años después, decidió introducir a José Vázquez, uno de sus dos hijos, en el negocio familiar justo al alcanzar la mayoría de edad. Aunque en un principio se sentía algo perdido dentro del mundo artesanal, comenzó haciendo sus propias piezas y figuras hasta que, dos décadas más tarde, se convierte en el heredero de una de las últimas alfarerías de Galicia a raíz de la jubilación de su padre. El resto es historia.
Alfarería Agustín e hijos lleva tres generaciones pasando de padres a hijos y continúa en funcionamiento, especializada en restauración. Tanto Agustín como José se sienten afortunados de poder dedicarse a este oficio cultural vendiendo desde su propio negocio. Al ser una de las pocas alfarerías tradicionales existentes en Galicia, carece de competencia. Es un oficio en peligro de extinción.
A medida que aumentaba su popularidad, comenzaron a asistir a diferentes ferias de toda España. La primera de ellas fue en Zamora (Castilla y León). Allí se dieron a conocer cada vez más y decidieron sustituir la venta al por mayor por una más bien dirigida al público.
«Teño o privilexio de ser cacharreiro, oleiro e de poder dignificar o noso patrimonio cultural», afirma Agustín, mientras coloca vasijas en una de las estanterías del taller. Defiende que tanto este como el resto de oficios tradicionales no son cuestión de dinero, sino que se trata de que al artesano le guste y esté innovando constantemente para evitar anclarse en el pasado. «Hoxe teño 69 anos e estou aprendendo. Temos que adaptar a arte ás necesidades de hoxe en día, facer aquelo que realmente lle sae a un de dentro, que sexa auténtico, explotalo ao máximo e facelo útil».
José Vázquez es prácticamente el responsable de sacar adelante el negocio familiar en el presente y en el futuro. Está orgulloso de la labor de su padre y de poder estar al mando del negocio actualmente. A pesar de la carga de trabajo con la que cuentan durante estos meses de verano, el heredero admite que «poden chegar as dez da noite, que estou encantado de seguir traballando».
Tienen claro que su oficio es toda una disciplina artística y que todo arte necesita ser valorado como tal. Padre e hijo comparten una misma idea y preocupación. Tanto ellos como la mayoría de artesanos creen que no se están adoptando las medidas adecuadas para preservar un patrimonio como el de Niñodaguia o Gundivós, zonas de las que proviene la alfarería más primitiva de Europa. «Vexo que aos poderes non lles interesa a cultura. Nun futuro darémonos conta de que un pobo sen cultura é un pobo pobre», denuncia Agustín. La alfarería tradicional forma parte del tan significativo patrimonio cultural de la Ribeira Sacra. «É algo que todo ser humano debería ter. A cultura non está na universidade, está na cociña de cada un», asegura Agustín. Para mantenerla, los artesanos admiten que necesitan un empujón por parte de las administraciones para poder sobrevivir, sobre todo a través de ayudas de carácter económico.
Todo principio tiene un final
Otra de las cuestiones que ronda en la cabeza de ambos es la de no saber quién tomará las riendas tras José. Están mentalizados de que, tarde o temprano, el negocio familiar desaparecerá. José tiene dos hijos y tiene claro que no debe presionarlos solo para que continúen con el legado. «Non basta con iso, ten que enganchar», dice. Tampoco descartan que otra persona ajena a la familia lo retome, pero insisten en la importancia de no hacerlo solo por dinero y de fomentar este tipo de oficios artesanales. «Aqueles que nos representan a nivel nacional deberían fomentar os ciclos formativos nos propios talleres», opina José. Esto podría ser clave para que muchos jóvenes puedan empezar a enfocar su futuro laboral, especialmente aquellos que todavía no tienen clara su vocación.