La ourensana que está al frente de la institución cuya razón de ser son nuestros derechos, el Valedor do Pobo, reconoce que esta provincia es, de todas las gallegas, la que menos se queja. Al menos, la que menos lo hace de manera formal, dirigiéndole a ella los ciudadanos las inquietudes y los problemas con los que se chocan cada día. Y es que hasta para quejarse hay que saber. En esta profesión conocemos muchos casos en los que quejarse, lo que haga falta, pero actuar, casi que no. Hay quien te llama para denunciar, sin haber presentado denuncia; quien te llama para ver si alguien se pone las pilas, pero no te quiere dar ni su nombre ni su teléfono; quien está en posesión de secretos que harían temblar a unos cuantos, pero no tiene papeliños para enseñar; quien quiere que se sepa algo pero te mete un anónimo debajo de la puerta. Así, además del que se queja de verdad, reclamando para sí mismo o para los demás lo que corresponde, está el quejoso, al que todo le parece mal pero no va a mover un dedo para cambiarlo. Se pasan la vida protestando, señalando y pidiéndole a otros que den la cara por ellos. Luego están los que no se quejan, los que se resignan, por distintos motivos. Porque están desencantados, porque son pesimistas, porque son realistas. Y otra categoría es la que forman aquellos que ni siquiera saber que deberían quejarse. Ya lo explicó muy bien Castelao con aquel «Mexan por nós e temos que dicir que chove». Si cree usted que puede ser de estos últimos, tenga cuidado. A ver si cuando decide abrir el paraguas ya es demasiado tarde.