Un error que han cometido los partidos —y en ocasiones los medios de comunicación— ha sido subestimar al outsider que se convirtió en alcalde de la tercera ciudad de Galicia. No me gusta utilizar términos en inglés pero lo cierto es que este es necesario para explicar quién es Jácome: alguien que vivía (y vive) en la periferia de las normas sociales y que mira al mundo desde fuera. Los partidos, los periodistas y los ciudadanos (algunos de forma consciente, otros sin saberlo: los que le aplauden las fiestas mientras le recorta prestaciones sociales que necesitan) le han consentido cosas que nunca le hubieran permitido a otro político. Ahí están las descalificaciones públicas constantes e incluso los ataques personales que van más allá de lo tolerable. Pero claro, al principio todo era «Jácome es así» y se fue dejando. De lo que no se ha dado cuenta el alcalde es precisamente de eso, de que es alcalde. Ya no es un showman sino un representante institucional. Y eso, lejos de darle derechos, lo que le otorga es obligaciones. Condenado por acosador —aunque él prefiera disfrazarlo de «sentencia desfavorable»— el problema está en que se cree inmune. Piensa que no tiene que cumplir las normas que rigen para los demás. Así lo dice un juez: «Lo que sucede realmente, y así lo reflejan las pruebas practicadas, es que el señor alcalde no tiene en cuenta los deberes anteriormente relatados en su trato con el actor en los plenos y en las redes sociales».
Mientras tanto sus adláteres siguen aferrados al «Jácome es así» y, calladitos, cobrando jugosas nóminas (que no paga él sino los ourensanos).