![Celso Lourido frente a la iglesia de Fátima](https://img.lavdg.com/sc/qT7ZlTQecZq-XEKrhcNwxehHvWg=/480x/2024/06/29/00121719650101530696807/Foto/O_20240611_114157000.jpg)
La docencia y la parroquia de Fátima acapararon las seis décadas de trayectoria del sacerdote Celso Rodríguez
30 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Celso Rodríguez Lourido nació en el corazón de O Ribeiro y eso, como él mismo dice, medio en broma, medio en serio, «marca carácter». Hijo de una familia humilde de agricultores, su buen hacer en la escuela y su colaboración con las tareas de monaguillo en su parroquia, la de Santa María del monasterio benedictino de San Clodio, en Leiro, marcaron su destino. «La vocación la vas descubriendo poco a poco. Llegué al seminario como ocurría casi siempre entonces, a través del maestro o del sacerdote. Yo destacaba un poco en la escuela, supongo que también gracias a que me tocó un muy buen maestro, Ceferino Pérez Gorostiaga, que seguramente supo sacar lo mejor de mí», relata.
De su etapa en los seminarios menor y mayor de Ourense guarda muchos recuerdos. «Vivir con compañeros de toda la provincia fue descubrir un nuevo mundo», dice. También descubrió una de las facetas con las que más ha disfrutado: el canto. «Me gustaba la música y entré a formar parte de la escuela del seminario, que tenía una presencia importante. Incluso hicimos un concierto en el Xesteira. Y en unas vacaciones aproveché para formar un pequeño coro también en San Clodio con el que cantábamos en misa los domingos», cuenta. Más tarde, siendo ya él mismo profesor en el Seminario Menor, le llegaría la ocasión de dirigir ese mismo coro en el que comenzó.
Es de los que cree que la música es un elemento importante en el culto. «Deberíamos de cantar más en la iglesia porque el que canta reza dos veces, como decía San Agustín», recuerda. Y anima a mirarse en el espejo de la floreciente Iglesia africana, donde la música es parte indisoluble de las celebraciones religiosas. «Allí no tienen prisa por marchar del templo porque el canto hace que esa celebración no sea algo aburrido, un trámite con el que hay que cumplir. Ellos disfrutan de ese tiempo en comunidad», reflexiona.
Celso Rodríguez cuenta que la convicción de que quería ser sacerdote empezó a asentarse en él con 18 años. «Antes de ese momento te falta madurez para decidir», opina. Aún así, en cuanto la idea estuvo clara en su cabeza no perdió el tiempo. De hecho, tuvo que pedir dispensa a Roma para que le dejaran ordenarse seis meses antes de los 24 años, que entonces era la edad mínima reglamentaria para ello. Han pasado seis décadas y asegura que nunca se arrepintió.
Además de en el seminario, ejerció como docente en los colegios Maristas y Carmelitas. Compaginó esa labor con la pastoral. Primero apoyando como adscrito a sacerdotes de varias parroquias, como la de San Pío X y la de la Santísima Trinidad o la de la Asunción de Nuestra Señora. Sin dejar de ejercer como profesor llegó su primera titularidad. «Era una parroquia pequeñita, rural, la de Santa Cistina de Vilariño, muy cerca de Velle. Estuve allí cinco años y medio que fueron maravillosos», asegura. En 1991 dio el salto a la que sería su destino definitivo: la iglesia santuario de Fátima, en el barrio de O Couto. «Antonio León, un compañero que también daba clases, y yo la solicitamos y nos la concedieron. Tomamos posesión el 13 de enero. Desde entonces el barrio ha cambiado mucho», reflexiona el veterano sacerdote que cuenta que ya informó al obispo de su deseo de retirarse. «Ahora es mi compañero César el que lleva el peso de la pastoral celebrativa. Yo le ayudo un poco para que pueda descansar», dice. Anima a quien le suceda a hacerlo con ganas de trabajar en la calle. «El reto de futuro, como dice el papa Francisco, es ir a las periferias. Hace falta que los que vengan tengan un gran empuje pastoral evangelizador. Hay que salir y llegar a las personas que están ahí pero que van perdiendo contacto, marginándose de la vida religiosa» reflexiona.
Dice que una de las facetas que más le satisface de su trayectoria es precisamente su contacto con los vecinos. Fue consilario del movimiento matrimonial de los equipos de Nuestra Señora. «Nuestra labor es de apoyo, porque el movimiento es laico, pero me ha dado muchas satisfacciones porque he vivido la fe en comunidad». dice. «Participar de esa realidad es un plus que te ayuda a darle una dimensión nueva a muchos problemas y a conocer más a fondo el mundo de la familia y el matrimonio, que es complejo, pero enriquecedor», concluye.
«El sacerdote tiene que saber hablar en público, saber expresarse»
Celso Rodríguez Lourido vivió en el Seminario Mayor en un momento en el que el centro estaba al límite de su capacidad. «Éramos más de doscientos. Lo teníamos al completo, incluso las habitaciones que llamábamos de la torreta, las más altas, se llenaban. Ahora es una pena verlo tan vacío», comenta. Las instalaciones, eso sí, no ofrecían demasiadas comodidades a los aspirantes a cura. «Estaba prácticamente nuevecito y en general daba gusto vivir en él, pero era bastante frío en invierno, se te congelaban los pies mientras estudiabas porque no había calefacción», recuerda. Positivo por naturaleza, Celso Rodríguez cree que ese panorama que dibuja la merma vocacional, cambiará.
Además del canto, su paso por el seminario le sirvió para descubrir otra vena artística. «No nos dejaban ir a casa en las fiestas navideñas. Las pasábamos allí y, como había que ocupar el tiempo libre, teníamos muchas actividades, entre ellas hacíamos teatro. Eso yo creo que me ayudó mucho. El sacerdote tiene que saber hablar en público. Debe cuidar la dicción y saber expresarse para que se le entienda».
Quién es
- El DNI. Celso Rodríguez Lourido nació en 1941 en San Clodio (Leiro). Estudió en los dos seminarios ourensanos antes de marchar a Salamanca, donde se licenció en lenguas clásicas. Se ordenó como sacerdote hace seis décadas y combinó la labor docente con la pastoral.
- Su rincón. La iglesia de Fátima, a la que llegó como copárroco hace 33 años y donde aún ejerce.