La confianza ciega en la tecnología tiene su justo castigo a veces. Hay ejemplos a chorros. Que se lo digan al camionero atrapado en A Gudiña o a mí mismo.Un sábado me invitaron a un concierto en el que tocaba Raül Refree, al tiempo que me enviaron por WhatsAap la ubicación exacta de la actuación, una aldea perdida de Rois. Era ya de noche y allá voy siguiendo la amable voz de Nikki García. Yo, obediente y pensando que ya no llegaba ni a los bises. Es lo que tiene salir tarde de trabajar. Todo iba bien. Solo faltan unos metros, me dice Nikki, que me acaba metiendo por una corredoira profunda y estrecha. Supuse que tendría salida, pero, de pronto, doy de bruces con el público del concierto. Había caras que se preguntaban qué hace este aquí. Igual quiere llegar en coche hasta el salón de casa. Se acercó, entonces, una mujer con cara seria interrogándome cómo había ido en auto hasta allí, y si no había visto una señal de prohibido el paso. Pues no, alguien la había movido. «Maldito GPS», pensé y algo así le dije. «Pois agora, a ver como fas», replicó. Le pregunté, aunque casi era un ruego, si podía dar la vuelta en un pequeño campo de césped que había delante de su casa. Me contestó que ni de broma, que le iba a dejar los roderos marcados.
Estaba dispuesto a volver al día siguiente con un sacho a arreglárselos, pero ya vi que su decisión era firme. «Si con 10 años conducías un tractor y a los 16 cogías el 4L de tu padre para hacer recados y alguna escapada con tus amigos, puedes salir de esta», me convencí. Cincuenta metros marcha atrás, en la oscuridad, en una corredoira y con los sensores del coche en plena sinfonía. Menos mal que surgió un buen samaritano que me iba guiando. Salí, y sin abolladuras. ¡Nunca máis!