Diez escolares de Trives experimentaron cómo es no tener luz eléctrica, agua corriente ni móvil
21 feb 2020 . Actualizado a las 14:03 h.Si tiene un escolar en casa, pruebe a quitarle el móvil una tarde. Probablemente lo verá como un castigo y se enfadará. Lo mismo si durante todo un día apaga la tele. Son complementos que no hace tanto tiempo -aunque toda una vida según la edad que uno tenga, claro- no existían. Pero si esos niños hablan con sus abuelos escucharán historias de cuando en casa no había televisión ni teléfono (ya no digamos móvil). No había ciertas comodidades que hoy consideramos normales, pero es que no había tampoco cosas tan básicas como luz eléctrica ni agua corriente. Para ver de noche había que encender un candil o una vela, y para calentar la leche del desayuno, primero había que ordeñar la vaca y después ir a por leña para encender el fuego.
A vivir así, como en los años 50, retaron desde el colegio Manuel Bermúdez Couso, del municipio ourensano de A Pobra de Trives, a sus alumnos. Y diez dijeron que sí. La mayoría de sexto, los mayores, pero también se atrevió una pequeña de primero (al final, tenían entre seis y doce años). No solo niños. También algunos padres y docentes. Juntos se mudaron durante cinco días a una aldea en el concello vecino de Chandrexa de Queixa, en la que apenas hay cuatro residentes. En una vivienda «ben conservada, pero sen comodidades», como la define la directora del colegio, María Lamelas, pasaron cinco jornadas.
Se repartieron en dos casas, emulando a dos familias diferentes. En un lado, seis niños, del otro, cuatro. En una casa más comodidades, dentro de la época; en la otra menos, con un padre ausente que había tenido que emigrar a Alemania para buscar el sustento para sus hijos. «Para eles foi moi duro, porque é unha realidade moi diferente ás condicións diarias que teñen na casa», relata Lamelas. Resalta que el objetivo de la actividad era «que os rapaces viran e valoraran o que había antes, e pensaran que hai cousas agora que debemos valorar pero non tanto», dice. Se refiere, explica, a la tecnología. «Non é cuestión de vivir no pasado pero é que estamos todo o día enganchados ao móbil. Agora vas a unha casa, e cada un está nunha esquina co seu teléfono. Nos anos 50 non era así, as familias falaban máis», resalta. Es por eso que la actividad buscaba «recuperar a comunicación nas familias».
Para los niños, lo de ser familia numerosa fue toda una novedad. Cuenta Lamelas que varios son hijos únicos, así que no habían experimentado nunca la vivencia de irse a dormir con sus hermanos (en una casa tres más, en otra cinco), porque antes padres e hijos compartían cuarto. Experimentaron por primera ver lo de contar historias hasta quedarse dormidos, los chistes y las bromas entre las sábanas mientras el sueño todavía no llegaba.
Estuvieron aislados, pero no de vacaciones. La directora del Bermúdez Couso asegura que hacían muchas más actividades que un día normal, porque a la aldea se llevaron también la escuela y además de ir a clase, los chavales tenían que ir a por leña para calentar la casa y cocinar, a la fuente a por agua para poder beber y asearse (porque durante cinco días no supieron lo que era una ducha caliente), a ordeñar la vaca para poder tener leche en el desayuno, a la huerta a recoger los productos para cenar... Y todavía les quedaba mucho tiempo para jugar. «Fixeron xoguetes con cabazas e con paus, correron polos lameiros, inventaron xogos e incluso coseron as súas propias bonecas... Fixemos un montón de cousas, pero ao mesmo tempo vimos que mentalmente estabamos totalmente despreocupados de todo. Agora, no día a día, o que facemos é agobiarnos os uns ao outros, andar todo o día a correr», dice.
No querían volver
Resalta la docente que a los chavales les chocó el cambio, sobre todo al principio, pero que pronto se adaptaron a las nuevas circunstancias. De hecho, en cinco días no tuvieron comunicación con el exterior (más allá de con un vecino que les ayudó en las tareas del campo) y no lo echaron de menos. «Estivemos totalmente illados, que era o que buscabamos», dice. Lo consiguieron y le gustó. Tanto es así, que Lamelas destaca el hecho de que los diez chavales no querían volver a casa. «Hai veces que imos a unha excursión dun día e no camiño de volta xa din que están desexando chegar á casa; e desta vez non, dicían que non querían vir para Trives».