Amelia Tiganus, víctima de trata: «Si no nacemos ni putas ni violadores la respuesta está en la educación»

A POBRA DE TRIVES

La activista rumana impartió una charla en A Pobra de Trives
20 mar 2025 . Actualizado a las 17:43 h.«De pequeña soñaba con ser médica o profesora, no puta», confiesa Amelia Tiganus. Pero a veces la vida tiene otros planes. Y las circunstancias de cada uno influyen en las opciones, por eso Tiganus destaca el peligro de esos mensajes que llegan a través de las redes sociales que proclaman que si te esfuerzas puedes lograr todo lo que te propongas, como si el hecho de no conseguirlo fuera únicamente achacable a uno mismo. Y no es así.
Ella lo sabe porque es su propia historia, una que comenzó en 1984 en Rumanía en una familia de clase obrera. «Si hubiese nacido en Noruega y mis padres fuesen médicos seguro que mi vida hubiese sido distinta», remarca. No puede asegurar que más feliz, pero seguro que diferente. Con apenas cinco años supo que era pobre, porque con la llegada del capitalismo a su país vio que había cosas que ella no podía tener. Y con siete su tío empezó a abusar de ella, aunque Amelia no lo supo hasta mucho más tarde. Sí fue consciente cuando, a los trece, cinco chicos la metieron en un portal y la violaron. Apostó por no contarlo y soñar con volver a ser la de antes, pero eso no sucedió. Dejó de ser una niña cariñosa, estudiosa y respetuosa para convertirse en una persona agresiva. «Los adultos no supieron ver que algo grave me estaba pasando», relata. Dice que es algo habitual: «Cuanto más amor necesitamos, más rechazo causamos».
Ella no lo contó, pero sus violadores sí. Y aún tuvo suerte, dice, porque en aquella época no había móviles, así que no pudieron grabarlo y difundirlo, como sucede ahora. Lo achaca, cuenta, a que querían demostrar que eran «machos de verdad». Y cita entonces el patriarcado, ese que nació cuando la humanidad dejó de ser nómada y cazadora, de precisarse los unos a los otros para sobrevivir, y surgió la propiedad privada. Un concepto que también se aplica a las mujeres, que pasaron a ser moneda de cambio y un producto valioso, visto en términos económicos. «La prostitución, sumada el porno y las aplicaciones sexuales, mueve más dinero que las drogas o las armas», señala, por lo que no tiene que ver con decisiones personales, sino que la explotación sexual responde muchas veces «a estrategias geopolíticas».
Aquella violación contada a todos la convirtió en «la puta», así que todos los que se acercaban a ella lo hacían buscando sexo. Si se resistía, la respuesta era violenta, así que asumió el discurso del sí. Y lanza un mensaje claro, sobre todo a las chicas: «Libertad sexual no es follar con todos, es hacerlo con quien te apetece». En ese contexto, reconoce que fue ella misma la que dijo sí cuando le ofrecieron venirse a España con la promesa de una vida mejor que en realidad le supuso ser vendida a un proxeneta por 300 euros, pero con una deuda de 3.000. A lo largo de cinco años pasó por 40 burdeles. Logró salir de ese mundo y comenzó a trabajar de camarera gracias a una pareja que le dio una oportunidad pese a los «consejos» que recibían de otros paisanos, que le decían «ten cuidado con esta, que además de rumana es puta». En el bar conoció al que hoy es su marido, el primer hombre que no la sexualizó. Su historia personal tiene un final feliz, pero falta que sea así la historia de la sociedad, para lo que queda camino.
«Las mujeres no nacemos putas y los hombres no nacen agresores o puteros, sino que hay un proceso que da lugar. Si no nacemos putas ni violadores, la respuesta está en la educación», dice. Por eso es tan importante poner el foco en los que explotan a las mujeres, en los que pagan por sexo, en quienes piensan que se puede comprar a otra persona. Y no vale la legalización de la prostitución bajo la falsa idea de que es una decisión libre. Cita el caso de Alemania, donde los burdeles no están llenos de mujeres germanas o nórdicas, sino de otras procedentes de países pobres: «Si fuese tan idílico, serían los hombres los que se pondrían ahí».