Las ovejas negras de Allariz

ALLARIZ

Santi M. Amil

Para muchos, Allariz es el modelo a seguir. Para algunos, la oveja descarriada. Más allá de metáforas y política, la villa presume de sus ovejas negras

05 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Negras en cabeza y patas, las ovejas del Ecoespazo do Rexo son una de las imágenes del Allariz más vivo. En enero eran casi 300; hoy pasan de 500. Son la cabaña de un espacio que constituye una apuesta singular en la que se entremezclan naturaleza, arte, producción hidroeléctrica y alimentaria, educación ambiental, ganadería y un plan de prevención antiincendios. Todo, o casi, en torno a las ovejas negras. Desde el 5 de enero las ovejas de O Rexo, de las que se obtiene el único queso ovino de Galicia -tiendas selectas de la Península se rifan la producción de 4.000 kilogramos anuales-, no paran de reproducirse. Son de raza latxa, un pedigrí vasco que se ha enraizado en suelo gallego.

Con sus cabezas y sus calcetines negros, las latxas de Allariz se multiplican con puntualidad cada inicio de año. Es un espectáculo de prodigalidad que hace rememorar aquel milagro de los panes y los peces tantas veces utilizado como símbolo de la transformación del Allariz de los 90.

El Ecoespazo de O Rexo es uno de los elementos resultantes de esa transformación y se convierte en estas fechas en un curioso acontecimiento. Ya no por la belleza del Arnoia, que aquí dibuja recovecos y se torna industria con canales y presas. Tampoco por la aportación artística de Agustín Ibarrola -vasco, como las latxas-, que ha creado un bosque de Oma muy gallego. El espectáculo lo crean los casi 300 corderillos que se mueven sin parar en unas instalaciones visitadas el año pasado por más de 3.000 personas.

Las crías son el gran atractivo. A los niños que visitan O Rexo, concuerdan Carlos Estévez, coordinador del Aula da Natureza, y Rosa Ferreiro, responsable de la quesería, les encanta darles el biberón. Siempre que se sobrepongan al olor, matiza Ebrima Keita, un gambiano que descubrió en O Rexo sus dotes de pastor, su facilidad para el gallego y el calor de los alaricanos. Porque la granxa de O Rexo, como Allariz, no es un escaparate ni un remedo de Disneylandia; es una granja en activo con animales de verdad y gentes que trabajan. Así que huele a estiércol, a hierba almacenada y a suero lácteo.

«Algún neno ao chegar tapa o nariz e xa non quere entrar, pero outros morren por darlles o biberón», describe Keita, que trabaja sin parar mientras da rienda suelta a su sorprendente gallego. Su vida tampoco ha sido Disneylandia, pero es pasado, y ahora se preocupa por los corderillos que tendrán que ir, irremediablemente, al matadero. Las crías son separadas de sus madres y alimentadas inicialmente con su calostro; después reciben alimento artificial porque la leche materna se destina a la producción de queso.

Un trabajo con sentimiento

Uno de cada cuatro corderos es seleccionado para renovar el rebaño; crecerá en O Rexo. El resto son enviados al matadero. Esta selección hitleriana que perfila un rictus de desagrado en los granjeros prefiere a las hembras y, por supuesto, a los individuos de raza latxa más pura.

«Eu teño que elixir as que van ao matadoiro porque -se resigna Keita- o que ten que ser ten que ser, pero claro que dá pena porque o traballo con animais é un traballo con sentimento; hai algunhas que che teñen máis cariño, coñecen a túa voz, veñen sempre onda ti, axúdanche coas outras».

La voz de Keita podría llamarles «saganing», como dicta su idioma materno, el mandengkan, pero él prefiere decirles «ovelliñas». Y cuando lo hace, algunas levantan la cabeza buscándolo. Él se ríe y las acaricia. Porque él y Allariz prefieren las ovejas negras.