«A algunos que vienen y nos conocen les oímos decir '¡pero si son normales!'»

ALLARIZ
En el Real Mosteiro de Santa Clara de Allariz residen actualmente 21 mujeres
25 feb 2018 . Actualizado a las 23:20 h.Una suave voz detrás de un torno nos recibe. Dice que subamos a la primera planta y que esperemos en un sala. Tras una rejas y detrás de unas cortinas que se abren aparecen más de una decena de caras sonrientes que nos reciben. Son la monjas de clausura del Real Mosteiro de Santa Clara de Allariz. Vienen de ensayar en el coro y hacen una excepción, dicen, ya que en Cuaresma no reciben ni a sus familias. Se lo agradecemos. No están todas, algunas son mayores y se recuperan de los achaques de la edad. Relatan que sobre las seis menos cuarto de la mañana se levantan. El coro es el primer destino, para preparar la misa. «Allí tenemos nuestro rezos. Oficio divino y oración mental. Y luego oficio divino y a las ocho, la santa misa», explica la madre abadesa del monasterio, sor Pureza. Comparten el desayuno, que preparan por turnos de dos cada semana. Sor María Alegría, que es la provisora, está de guardia en la cocina hoy: «Y después de desayunar, a trabajar». Cada una tiene su tarea. «Como en cualquier casa, tenemos que arreglarla», añade sor Pureza. Y cuidar la huerta: «Ahora tenemos grelos, lechugas...». Entre risas afirman que todas cocinan muy bien porque «lo hacemos con mucho cariño». También cuidan animales. Tienen cerdos, ovejas, corderos, perros y gatos. «Los cuidamos nosotras, cerca de la huerta. Antes teníamos vacas. Y las famosas pulardas, pero en época de Navidad». Las dos monjas que habitualmente se encargan de la huerta y de los animales están encamadas. «Están en silla de ruedas, porque se cayeron. Un accidente laboral», ríen.
Otras se ocupan de atender el torno. De él no salen dulces, sino recuerdos: «Rosarios, cuentas, además de libros de Santa Clara, San Francisco, de la historia del monasterio...». Mantener el inmueble no es fácil. «Todo el que entra dice que está muy bien conservado y limpio», presume sor María de Jesús.

Todas tienen una piel estupenda. No les importa que se les diga y enseguida descubren el truco: «Buena agua, mucha paciencia, estar tranquilas, la unión con Él, la felicidad de estar en la casa de Dios y la vida fraterna en la comunidad, cosa que no se lleva fuera porque hay muchas familias con problemas».
-¿Pero ustedes no tienen problemas? ¿No discuten?
-Sí, los hay, como entre hermanas. Cuando hay dos o tres nunca se piensa igual. Siempre requiere un esfuerzo y hay que pedir perdón y saber perdonar, afirma sor Aleluya, que es la abadesa de Cantalapiedra (Salamanca) y que está de visita. Como la comunidad alaricana ha bajado por motivo de enfermedad viene a ver si puede ofrecer ayuda. Dos hermanas salmantinas se quedarán en Ourense.
Son conscientes de que generan mucha curiosidad entre la gente que las va a ver y entre aquellos que conocen de su existencia. Y subrayan que se exporta una imagen distorsionada sobre ellas. «A algunos que vienen y nos conocen les oímos decir, ¡pero si son normales!», afirma sor Aleluya. Todas coinciden. «Es verdad que piensan que somos bichos raros que tenemos problemas o incapacidad para la convivencia social, pero de eso no hay nada».
«Estar aquí no es un acto de cobardía, sino que es una opción muy valiente»
«Somos mujeres igual que cualquiera y nos hemos enfrentado a los mismos retos. Estar aquí no es un acto de cobardía, sino una opción muy valiente», dice la abadesa, sor María Pureza. Aseguran que cada problema lo afrontan de cara. Y subrayan que vivir en pobreza les deja en una gran desnudez que les da mayor libertad. Cuando se les pregunta el porqué de estar recluidas afirman que no es una elección, sino una llamada. «No hemos elegido la clausura. Si cuando tenía 17 años me hubieran hablado de alguien que había ido a un convento de clausura hubiera dicho que estaba loca; pero recibí la llamada», dice sor Aleluya, y todas coinciden, añadiendo que la elección estaba clara aunque no sabían qué se encontrarían. «No podría explicar por qué, pero a los 14 años algo me decía que quería estar en clausura», añade sor Alegría. Era una ilusión.
Las mayores no pudieron elegir el nombre como monja, las más jóvenes sí. La vida también evoluciona en clausura. Sobre esto afirman que tiene un sentido fácil de entender. «El día que tomamos el santo hábito vamos vestidas de novias con todos los adornos y alhajas. Luego nos despojamos de todo. Eso es empezar una vida nueva y por eso se nos cambian el nombre», explica la abadesa. Sobre las cosas que echan de menos, afirman que lo que tienen es más grande que lo que dejan, aunque aseguran que saben que renuncian a cosas muy buenas. Y sobre lo que le dirían a una mujer que tiene dudas sobre su vocación, la abadesa explica: «Existe la posibilidad de que tenga una experiencia. Si siente una inquietud debe hacerlo. Todos sentimos llamadas en la vida, a una cosa o a otra. Lo peor es callarla; la puedes evadir y camuflar, pero el que pierde el tren de la felicidad ha perdido lo más grandioso de la vida».