
En el local de Antonio Feijoo y Roberto Álvarez hay una palabra prohibida. Su producto, explica Feijoo, es mucho mejor que el que toma su nombre de la ciudad alemana de Hamburgo. Roberto Álvarez se cansó hace diez años de trabajar como chatarrero en Madrid y volvió a su parroquia natural de Celanova. Allí fundó una explotación bovina que en la actualidad cuenta con 350 cabezas de ganado. «Las terneras se alimentan con pasto verde y hierba seca», explica Antonio Feijoo. Ni un gramo de pienso entra en la finca de Álvarez. Esta comida y la extensión que tienen para vivir relajadas otorga a sus carnes un color más intenso. «Al principio la gente era reacia a comprarla», explica Feijoo. Algo a lo que también contribuyó su precio, pues al estar hechas con las mejores piezas de la carne «cuestan el triple que unas normales».
Por eso Roberto Álvarez decidió orientar su producto al mundo gourmet y patentó las galeguesas tras estudiarlas en el Centro Tecnológico de la Carne. Un filete de carne picada de máxima calidad en el que solo se usan las partes nobles del animal. Antonio Feijoo le propuso a Roberto hace cinco años montar La Casa Galeguesa. Allí ofrecerían el producto ya cocinado a la gente. Actualmente venden doce variedades más una que cambia con cada estación del año. Lo que más sorprendió a los dueños es que por cada fin de semana que el salón se llena, casi la mitad de las mesas son de personas de entre 60 y 80 años. «La gente mayor prueba esta carne y le recuerda a la que comían hace cuarenta años».
Un sabor del que presumen orgullosos en el local. «La galeguesa es cien por cien carne gallega, sin conservantes ni colorantes». Se fabrican por encargo para garantizar que sean lo más frescas posibles y se transportan envasadas al vacío. Para la temporada de otoño, ofrecen una galeguesa especial, acompañada con queso San Simón, grelos, cogomelos y castañas cocidas. El resultado, un éxito cien por cien natural con todos los argumentos para rebatir a la OMS.