Una trabajadora y una usuaria de la residencia San Carlos de Celanova recogieron el premio de la Fundación Curros Enríquez por su lucha contra la pandemia
05 sep 2021 . Actualizado a las 22:24 h.«Combatemos o mellor que puidemos, co convencemento de que era o que se debía facer; que era o correcto e o que merecían os nosos residentes». Con estas palabras explicaba Sonia Opazo, trabajadora de la residencia San Carlos de Celanova, la lucha desesperada que mantuvieron contra el covid en las primeras semanas de la pandemia. «A forza, o aguante que amosamos neses duros momentos, é algo que aprendemos deles; dos nosos maiores, de todas esas vidas de traballo duro, superando dificultades, carencias e situacións complicadas», apuntaba en el discurso de aceptación del premio Celanova Casa dos Poetas, que la Fundación Curros Enríquez decidió otorgar este año a ese centro residencial para reconocer su esfuerzo y el de todos los trabajadores y mayores de las residencias gallegas.
Un acto que estuvo cargado de emotividad, especialmente cuando la trabajadora recordó a los fallecidos. «Non podemos esquecer ós que viviron unha experiencia final da vida que non merecían», señaló. «Nos seus derradeiros anos de vida, temos a obriga de coidar dos que antes coidaron de nós, de devolverlle con gratitude, dignidade e amor, o que tanto nos deron», decía Sonia Opazo mirando hacia Aurora Esperanza, una de las residentes que la acompañó para representar al centro.
En el acto, que estuvo dirigido por Felipe Ferreiro, como patrón de la fundación, muchos fueron los que recordaron en sus discursos el símbolo de resistencia que supuso este centro de mayores de Celanova: desde el alcalde, Antonio Puga, al presidente del Parlamento, Miguel Santalices, pasando por el vicepresidente de la Diputación, Rosendo Fernández o e secretario xeral de Cultura, Anxo Lorenzo.
La residencia San Carlos sufrió de pleno el embate de la primera ola. Despidieron a nueve de sus mayores, que no superaron la enfermedad; y muchos más, incluidas las propias trabajadoras, se contagiaron. Se convirtieron en la primera residencia gallega en sufrir la parte más dura de la enfermedad cuando poco se sabía del virus que acabaría poniendo el mundo patas arriba. Sus peticiones desesperadas de ayuda estremecieron a muchos. Alguna recibieron. Sonia las recordaba todas y a quienes les tendieron la mano, durante el discurso de recepción del premio: desde los representantes de instituciones públicas, al ejército, el personal de servicios, las empresas y, muy especialmente, a los vecinos que se volcaron aportando lo que podían. «Grazas a tódolos que nos apoiaron naqueles momentos tan difíciles. Debemos dar as grazas pola axuda material, humana e a súa voluntariedade, pero sobre todo polas mensaxes de apoio e polos ánimos e o cariño que nos mandaban e que tanta falta nos facía», reconocía con la voz entrecortada la representante de las trabajadoras.
Su discurso terminó con el deseo de que «todo o que está pasando nos sirva para mellorar como sociedade, aprender a priorizar o verdadeiramente importante e darlle o recoñecemento que merecen os nosos maiores, que eran os grandes esquecidos da nosa sociedade».
El acto central, en el que se entregó a la residencia una medalla de plata con la imagen de la fachada de la Casa dos Poetas, obra de Acisclo Manzano, y un grabado realizado por Baldo Ramos con un extracto del acta de de otorgamiento del premio, se desarrolló en el claustro barroco del Mosteiro de San Salvador y estuvo amenizado por la cantante e instrumentista vallisoletana Vanesa Muela. Previamente se celebró la ofrenda floral en el monumento a Celso Emilio Ferreiro, en el que el escultor Xosé Cid, premiado el pasado año, leyó el poema Irmaus.