
NOBLE Y ACCESIBLE AFICIÓN Durante siglos nos hicieron el trabajo más fácil y ahora nos alegran la vida. Para un simple paseo, por amor a los animales o en clave deportiva, montar a caballo debería estar en la lista de retos de todo aquel que no lo haya hecho ya, que cada vez son menos.
20 jun 2016 . Actualizado a las 18:21 h.Es una paradoja de la historia, pero en Europa vivir montado a caballo como hacen los mongoles es un signo inequívoco de desarrollo. Mientras en Inglaterra, Francia o Alemania es una disciplina deportiva clásica y centenaria, en Galicia no hace demasiado que nos hemos bajado de los equinos destinados a las labores agrícolas para disfrutar de ellos por placer o con fines deportivos. Por falta de desarrollo o tradición nos perdíamos un mundo apasionante que en la última década ha entrado al trote pero con firmeza, y de hecho ya no quedan ciudades gallegas que no hayan visto nacer y desarrollarse algún club hípico a menos de un cuarto de hora.
Cerca de Ourense, en el entorno de la Ribeira Sacra, está el Club Hípico Coles, en el municipio del mismo nombre. Al entrar en el recinto te atiende Emilio Iglesias, que lleva nueve años al frente y veinte subido al mundo del caballo. Su club cuenta con dos estribos, que son como las estrellas de los hoteles pero de 1 a 4, desde los que tienen servicios más sencillos a los más completos, como los coruñeses de Casas Novas o Los Porches, que son dos de los exponentes de la máxima categoría en Galicia. Es más modesto, con aires rurales, pero la pasión por el caballo es la misma que en Ascot. La homologación y clasificación de los clubes por estribos no es ninguna tontería. Para Iglesias, fue un paso definitivo para dar confianza a las familias, que saben que llevan a su hijo a un lugar con garantías. Se acabaron (aunque no del todo) los picaderos montados por cuatro amiguetes sin apenas controles ni responsabilidad, porque ahora la enseñanza está reglada y los monitores formados y preparados para transmitir sus conocimientos a través de los exámenes de galopes. Son como los cinturones de yudo, y del 1 al 7 indican el nivel del jinete. El 8 queda para los profesionales que compiten en campeonatos nacionales y el 9, el máximo, para los olímpicos.
En el club de Coles hay 34 caballos (18 en propiedad) y ponis de todos los tamaños y niveles para que el bautismo hípico, a partir de cinco años, sea siempre una experiencia positiva. Los pequeños empiezan con sus semejantes de cuatro patas, los cepillan, los montan y aprenden a convivir con ellos. Los chavales no caen allí en paracaídas, asegura el presidente de la hípica. Allí llegan porque o bien ya es una pasión de los padres o porque los pequeños, por sí mismos, desarrollan una fascinación por los caballos que es fácil de detectar por sus juguetes o sus dibujos, y es habitual que los progenitores acaben cediendo a esta afición oculta. ¿Hay decepciones y malas experiencias? «Sí, puede darse alguna situación complicada, que incluso sin representar un gran peligro físico sí genere rechazo en un menor», explica Iglesias, quien recuerda que en una ocasión apareció una madre con su hijo equipado de punta en blanco desde las botas hasta el casco. «El poni se sacudió un poco, como hacen los perros cuando se mojan, el chaval empezó a llorar y nunca más lo volví a ver». No es lo habitual. Los caballos no son una bicicleta y en ocasiones, muy pocas, te pueden dar una sorpresa, pero nada como los números del oficio para medir el riesgo real: «Tenemos entre 60 y 70 alumnos al año que vienen todos los fines de semana a montar, y hay temporadas que acaban con un parte al seguro a lo sumo», garantiza.

HABLEMOS DE DINERO
Claro, hay que hablar de números. De euros, concretamente, porque el éxito creciente de la hípica y sus diferentes disciplinas en plena crisis económica solo se puede entender si existe una adecuación a los bolsillos de la clase media que todavía tiene al final de mes un hueco para una actividad tan apasionante como innecesaria. Iglesias va al grano: «Nosotros cobramos 50 euros al mes por una clase semanal. Es más o menos lo que cuesta una actividad extraescolar», justifica Iglesias. El problema, como quien dice, es que una experiencia de aprendizaje sencilla se quede corta y el alumno, con toda su sana intención y buen criterio, pida más y más. «Entonces ya hablamos de otros números, porque competir es sacrificado en todos los sentidos. Requiere muchas más horas de dedicación, un caballo propio que puede costar entre 1.500 y 2.500 euros, el pupilaje y la alimentación, que en pocos clubes baja de los 200 euros al mes, y a todo eso añadir los transportes y otros gastos fijos como el herrador o el veterinario». Y ojo, porque se trata de precios de poscrisis, porque el huracán económico le ha dado un vuelco al negocio que, sin embargo, todos los empresarios consultados ven con buenos ojos: cada vez hay menos propietarios de animales, es cierto, pero la matrícula de alumnos no para de crecer, lo que augura un futuro más prometedor si cabe a todos los niveles.

Todo tiene su medida y hay que saber adaptarse. Encima de un caballo puede haber un proyecto de dos o tres millones de euros para competir... o un simple aficionado que ha pagado 15 euros por una hora de agradable paseo por caminos que nunca pensó que disfrutaría a más de dos metros de altura. Lo evidente es que no monta el que no quiere, pero entre una y otra cantidad existe una motivación superior para comprender el auge del caballo, y tiene que ver con la reconfortante sensación de subirse a un animal de grandes dimensiones y dominarlo desde la comprensión mutua. «El caballo es un ser fiel, muy agradecido y que levanta la autoestima del que convive con ellos», comenta el monitor de Coles saltando de los fríos números al sentimiento.
De ese sentimiento se habla también en Abegondo (A Coruña). Allí está la finca O Baladiño, dirigida por Francisco Lendoiro, que está al frente de esta pequeña hípica en la que, con una docena de caballos, hacen salidas turísticas por la zona de Cecebre y forman en salto de obstáculos o doma clásica, entre otras actividades. Lendoiro, monitor federado de 41 años, incide en los beneficios del mundo ecuestre según las sensaciones de sus clientes: «Es habitual que los adultos que prueban nos digan que les relaja y al mismo tiempo les divierte». Para los pequeños, los valores son evidentes, porque independientemente de la implicación horaria que tengan los caballos demandan siempre «esfuerzo, dedicación y responsabilidad». Cualquiera que sea la edad del jinete o los motivos finales, lúdicos o deportivos, subirse encima de un caballo es una garantía de dejar de pensar en todo lo que no sean las instrucciones para transmitir órdenes y compenetrarse con el animal. «Esto tiene mucho de sacrificio y armonía», advierte este profesional, que lleva siete años en el club trabajando de lunes a domingo con más pasión que certeza de hacerse rico. Como su colega de Coles, coincide en que los hay que se enganchan hasta límites de acudir casi todos los días de la semana a trabajar y mimar a su ejemplar y los que pasan una vez y se alejan para siempre. Con todo, nunca podrán decir que lo dejan por tratarse de un deporte para las élites, porque en Abegondo se puede comprar un bono de 8 clases por 90 euros.


MÁS QUE EDUCACIÓN
Pero no todo se mide en dinero en la hípica. De hecho, es fácil olvidarse de todas esas cuestiones cuando te montas por primera vez. «Recuerdo que me impresionó el calor que desprenden y sus sonidos». Lo dice José Luis Milán, de 32 años, que lleva desde los nueve subido a lomos de equinos. «Llegué a montar hasta quince caballos diarios», asegura este ingeniero industrial que dedica todas las tardes y los fines de semana al completo a formar a un equipo de competición del club Santa Apolonia. Los caballos son para esta entidad nacida en el seno del colegio compostelano del mismo nombre una cosa muy seria.
Charo Medina y Armando Barbazán llevaban los caballos en las venas y por eso los integraron en las actividades del centro escolar. El proyecto educativo creció al galope y hace diez años nació la Granja-Escuela Bergando, una joya enclavada en pleno paisaje forestal de Negreira que sirve de lugar de esparcimiento para los alumnos del colegio -siempre activos en el proyecto Voz Natura- pero que también está abierta a otros centros de Galicia, a grupos y a todo el que quiera acercarse a un complejo construido con un gusto y un respeto admirables.

A José Luis Milán, el jinete del club, es fácil encontrárselo a cualquier hora en la pista de 40 por 80 metros, en el picadero o en los boxes. Él coordina las actividades hípicas y dirige un equipo estable de cuatro o cinco chicos a los que les gusta competir por Galicia, Asturias, Madrid o Portugal. «Es un verdadero sacrificio, porque el animal es como un profesional más, como un atleta que tiene que ejercitarse y entretenerse a diario, y hay que trabajar con ellos aspectos como la concentración», narra el monitor, al que le importan poco los resultados, que con esfuerzo «siempre acaban llegando». Le da más relevancia a otras cuestiones: «La hípica es buenísima para la formación de un chaval, porque es una disciplina que requiere constancia, rigurosidad y te obliga a tener una relación con el caballo, que no es una raqueta o un balón que puedes llegar a dominar, este es un deporte de sentimientos», sostiene. Pero al mismo tiempo también alerta de los efectos perniciosos del niño malcriado que llega a este mundo con la chequera de papá preparada, porque «aquí todo se consigue con esfuerzo y desde el respeto al caballo».
Todo ayuda a la experiencia, como indica su colega Eva del Campo, que coordina las actividades de la granja. Desde cepillar a un poni y darle de comer a un fin de semana de inmersión en el mundo de la doma. ¿Miedo? «Los niños pequeños, ninguno, son unos osados, y los de edad intermedia siempre se animan al ver a los otros». Los tocan, los miman y aprenden a tratarlos bien, a no asustarlos con gestos agresivos. A quererlos. Valores universales.