Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

La centenaria que enterró a su marido con los zapatos de baile para cuando se reencuentren

María Cobas Vázquez
maría cobas O BARCO / LA VOZ

O BARCO DE VALDEORRAS

Josefa Álvarez cumple 102 años el lunes.
Josefa Álvarez cumple 102 años el lunes. MIGUEL VILLAR

Siendo una niña, los falangistas le raparon la cabeza a Josefa Álvarez por llevar comida a su hermano, huido en el monte

08 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida de Josefa Álvarez Quiroga da para un libro. No es una forma de hablar. A punto de cumplir 102 años —el lunes soplará las velas—, atesora en su memoria más de un siglo de historia que su hija mayor, Charo Álvarez Álvarez, recogió en una publicación titulada Memorias dunha nena da guerra. Es una historia en la que tiene gran peso el conflicto armado, pero también el amor y el baile.

Josefa nació en Portela (Vilamartín de Valdeorras) en el seno de una familia humilde, así que el tiempo que debería dedicar a ir a la escuela lo pasó trabajando en el campo con sus padres. Como era la pequeña de cuatro hermanos a ella le tocaba ir delante de los bueyes.

Tenía apenas once años cuando estalló la guerra civil. Su hermano mayor estaba en Madrid haciendo la mili entonces, así que le tocó ir al frente. Su hermano pequeño no quería combatir contra él, así que se escapó al monte, donde estuvo escondido un tiempo. Josefa iba a llevarles la comida, a él y a sus compañeros, hasta que un día un falangista la descubrió. «Me puso una pistola en el pecho para que le dijera dónde estaba mi hermano», recuerda sin ocultar que pasó mucho miedo. Pero no habló. La llevaron al cuartel de la Guardia Civil y le raparon el pelo a modo de represalia, a ella, a su hermana y a su madre. Así que decidieron irse. Viajaron rumbo a Lodosa (Navarra), donde tenían una tía; y fueron trabajando en lo que podían para conseguir dinero y que su hermano pudiese huir a Francia. «Éramos unas criaturas y nos trataban como a bichos», dice. Rematada la guerra, su hermano se alistó en la Legión, pero acabó preso «por rojo». Finalmente, después de invertir todos sus ahorros, quedó libre.

Para entonces la familia había regresado a Portela, donde Josefa se reencontró con Sixto, que había llegado al pueblo cuando ambos tenían doce años procedente de Cuba. «Me enamoré de él, bueno nos gustó a todas, pero a él le gusté yo», cuenta sonriendo. Se casaron con 21 años y justo después él se fue para Tánger a hacer la mili. Nació entonces su primera hija, Charo. Después llegarían Carlos, Tita y José. «Nos queríamos como nadie», dice recordando a su marido.

Ya eran seis cuando ascendieron al cabeza de familia, que era guarda forestal, a encargado de zona. Vendieron todo lo que tenían en Portela y se trasladaron a O Barco de Valdeorras. Con ellos se mudaron los padres de él y, en algunos momentos, los de ella y varios sobrinos. Hasta once personas llegaron a vivir en la misma casa, así que la vida de Josefa transcurrió unida al río Sil, a apenas unas decenas de metros de la vivienda, en cuyo cauce lavaba la ropa. Dedicó muchos años al cuidado de su extensa familia.

Josefa con su hijo menor, José.
Josefa con su hijo menor, José. MIGUEL VILLAR

Había poco dinero y mucho que trabajar, pero la pareja también tuvo tiempo de cultivar su pasión: bailar. Salían juntos a las verbenas e incluso fueron a clases, «hasta aprendimos tango». Cuando su marido falleció, a los 74 años, lo primero que dijo Josefa fue que iban a enterrarle con los zapatos de bailar para cuando se reencontrasen. Mientras, aprovecha cuando la agarra un nieto para dar algunos pasos y mover las caderas.

Hasta cumplir los cien cultivaba su propio huerto

La vista le falla y el oído empieza a resentirse, pero en general Josefa se encuentra bien. Ya está recuperada del achaque que le dio cuando se convirtió en centenaria. Hicieron una gran celebración familiar, con alrededor de 50 invitados, y la emoción le jugó una mala pasada. Tardó varios meses en recuperarse. Perdió la independencia de la que gozaba hasta entonces y reconoció que ya no podía seguir viviendo sola. Dejó entonces de salir cada mañana a trabajar el huerto que hay en la parte de atrás de su casa y redujo de manera importante sus paseos por la calle. Tiene una silla de ruedas, pero su hijo José asegura que a su madre no le gusta demasiado usarla. Prefiere la tranquilidad de su hogar, donde convive con una cuidadora y en el que no faltan a diario las visitas de alguno de sus hijos, de sus 14 nietos o de sus ocho bisnietos.