«A miúdo, os carteiros rurais facemos ata de psicólogos»
En la provincia trabajan 150 profesionales del servicio de Correos que atienden áreas con menos densidad de habitantes
Periodista en La Voz de Carballo. Puedes contarme tu historia o sugerirme una a través de este mail: pablo.varela@lavoz.es
Cuenta Antonio Álvarez, cartero con oficina en A Derrasa, que en sus rutas diarias por los pueblos del concello de Pereiro de Aguiar se topa con aldeas en las que, antaño, veía 20 o 30 personas caminando por las calles al mediodía. «Agora, entras e saes sen falar con ninguén», explica. En Ourense, uno de los epicentros de la España vaciada, la figura del repartidor de correspondencia en el rural sigue siendo casi equivalente a la de los curas. Imaginar una aldea del interior de Galicia sin su presencia parece una quimera. Imaginar una entrega sin una conversación de tú a tú con el receptor, otra.
Curiosamente, Antonio vive en uno de los municipios de la provincia que no pierde población, sino que la gana. Pereiro de Aguiar encadena tres años consecutivos engrosando el número de su padrón desde los 6.255 habitantes marcados en el 2017 hasta los 6.275 del 2019, según los datos del INE. Álvarez comenzó a trabajar en el año 1978 y es uno de los más veteranos de Ourense en su puesto. Tiene 62 años y le quedan tres para jubilarse. «Case me colle nos anos da ditadura», bromea. Cuando empezó, ni siquiera tenía una oficina. Correos les recomendaba que adecuasen alguna de las habitaciones de sus casas para disponer de un habitáculo con un cierto orden para hacer después el reparto. «Era a nosa sede», dice sonriendo.
Mucho ha cambiado desde entonces. Ahora, esa sede está en la recta principal de A Derrasa. Y los carteros rurales son menos. Entre los años 1996 y 2006, la cifra de trabajadores en la provincia pasó de los 330 a los 212, según calcularon en su momento los representantes sindicales de Correos. Y la explosión de la crisis en el 2008 hizo pasar aún más el bisturí. «O descenso bestial foi desde o ano 2009, tamén coa progresiva despoboación do rural», añade Antonio. A Pereiro de Aguiar hay adscritos cinco carteros, todos con plaza en la oficina de A Ponte, en la capital. Los que están allí reparten en los concellos limítrofes a excepción de San Cibrao, el único con sede propia.
También el régimen de acceso laboral ha cambiado. Antonio tiene una plaza fija ganada por oposición y tuvo la suerte, en su momento, de que había vacantes libres en el concello donde nació. «Agora, moita xente que entra faino por contratación», indica. Begoña Rodríguez, de 43 años, es una de las carteras más jóvenes de la plantilla en la provincia. Es natural de A Peroxa, concello en el que ahora reparte la correspondencia desde su oficina en A Ponte. Comenzó en el 2006 cubriendo vacaciones. «E os contratados imos empatando un contrato con outro», dice.
Durante sus años de actividad, ella ya ha sido testigo de los cambios en el sistema y también en la sociedad. «Recordo que, cando comecei, tiñas case unha caixa de correo só para ti. Agora, somos oito carteiros e temos días de entre dúas e catro para todos», calcula. Pero no es el único escenario nuevo. Antes, las cartas eran lo principal. «E os paquetes, o que menos. E agora, é xustamente ó revés», indica.
Los datos, concello a concello
Ourense capital concentra la gran mayoría de enlaces que reparten en áreas rurales. Son 25, en su mayoría con puesto en A Ponte. Allí son 21 y los cuatro restantes parten desde la oficina de la rúa Fernández Bordas. En cada una de las sedes de Celanova, O Carballiño, Verín y Xinzo de Limia hay 12 carteros que recorren a diario sus respectivas comarcas para conectar el servicio de correspondencia con las aldeas. A menudo, transportan correos comerciales o vinculados con la banca. Pero hasta Amazon y su venta online se han abierto hueco en lo profundo de la provincia.
El ránking deja en la cola a los concellos de A Gudiña, donde trabajan tres enlaces al rural, y A Pobra de Trives, Cenlle y Leiro, con cuatro en cada uno de ellos.
De la lectura de cartas a la llegada de Mr. Marshall
Hubo una época en la que la llegada del cartero era interpretada como si viniese un Mr. Marshall. «Ata o ano 1984 levábamos as pagas polas pensións de beneficencia. Os primeiros días do mes tiñas á xente agardando na porta», dice Antonio. Pero también había quien esperaba cartas de ultramar. Entre las imágenes que a él le quedaron para siempre en su memoria está la de una vecina del concello cuyo marido estaba trabajando en Venezuela. «E ela non sabía ler», dice. Así que, en alguna ocasión, le tocó hacerlo a él. Y ahí es donde se comprende la trascendencia de su figura, porque el cartero rural era, por momentos, el celoso guardián de la intimidad del resto.
«É un traballo que te gratifica. Acabas facendo de psicólogo, algunha que outra vez tivemos que dar ata algún recado e tamén resolvendo ou escoitando problemas», cuenta. Begoña, que también conoce desde siempre a muchos de los vecinos a los que da las cartas, se ha topado con lugares donde quedan menos de una decena de personas. «No 50 % de aldeas ás que vou, como pode ser o caso de Besteiros, igual quedan tres ou catro. E en San Nicolao, por exemplo, só queda unha casa», concluye.
Cómo resolver el problema del rural menguante
Antonio Álvarez indica que, en los últimos años, la sangría de carteros rurales se ha frenado. «Houbo un descenso brutal no tempo posterior á crise, pero agora foi parando», señala. Pero lo que no ha dejado de caer es la población del interior, y él vislumbra un horizonte extraño. «Unha compañía privada, se non lle sae rentable levar unha carta a Montederramo, non o fará. Pero Correos fíxoo sempre aínda que non sempre desen os números», avisa.
Ahora, en su oficina se agolpan más paquetes y correos certificados que otra cosa. «A carta, como vía de comunicación, acabouse», dice. Quedan, por ahora, las que lleva al penal de Pereiro de Aguiar, el último reducto del contacto a la antigua. Allí, en el año 2006 y con motivo de la fiesta de la Merced, patrona de la prisión, homenajearon a Antonio por su trabajo. «E eu estou agradecido por todos estes anos, e así me marcharei cando me toque, pero se teño unha cousa clara é esta: se queres que os pobos non se vacíen, recurtar servicios é unha contradición», concluía.