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Un retiro en cuerpo y alma

Antonio Nespereira

OURENSE CIUDAD

Han dejado en la historia a los monjes y acogen hoy hoteles con encanto. El parador de Santo Estevo, en el corazón de la Ribeira Sacra ourensana, es un ejemplo de la transformación de un centro monástico en placentero refugio.

30 may 2009 . Actualizado a las 21:26 h.

El poder monástico dejó su huella en la Galicia medieval y hasta un centenar de de cenobios de distintas órdenes religiosas se extendieron por toda la comunidad con desigual fortuna. Aquellas construcciones, algunas de ambiciosa factura, sobrevivieron al paso de los siglos y al dictado de órdenes o leyes desamortizadoras -sobre todo en el siglo XIX-, pero otras han caído en el olvido. Benedictinos y cistercienses levantaron monasterios en parajes de naturaleza exuberante, aunque a veces inhóspita. Aquellos retiros de oración nada tienen que ver con lo que son hoy.

Desde hace unos años Galicia inició un camino de recuperación de aquel patrimonio monástico para convertirlo en otro tipo de retiro. Monasterios como el de Santo Estevo y San Clodio, ambos en Ourense, son hoy lujosos establecimientos hosteleros.

A ellos acuden almas y cuerpos supuestamente zarandeados por una nociva vida que buscan otra paz, ajenos a la máxima del ora et labora. La vida de privaciones que llevaron los monjes choca con el disfrute de los placeres epicúreos que persigue el cliente de estos recintos. Al parador de Santo Estevo llegan oídos tan acostumbrados al ruido que allí el silencio casi duele. Donde los monjes benedictinos colocaban a los enfermos hay un quitapesares, una terraza que «como puedes ver, quita los pesares a cualquier estresado», dice José Ramón Rodríguez, jefe de cocina del parador mientras señala un gigantesco corredor sobre castaños y una impactante vista sobre el cañón del Sil.

Por los claustros por los que los monjes hacían sus maitines camina hoy el turista viendo cómo en sus paredes cuelgan creaciones de Chillida, Tapies o Palazuelo. Por los pasillos que cruzaban para retirarse a sus celdas pueden reposar hoy los maltrechos huesos del huésped sobre la Lounge Chair diseñada por Charles Eames o sentarse en una silla apilable de Verner Panton o en otra concebida por Frank Gehry.

La estancia El Abad es hoy una suite en la que ya durmieron el príncipe Felipe, el presidente Zapatero o aquel que quiso dejar en caja 300 euros por noche. Ya no se oye canto gregoriano porque los monjes que poblaron el antiguo monasterio creado en siglo VI decidieron dejarles las partituras a los mirlos, jilgueros o estorninos. Eso sí, un fin de semana te puede caer en un despiste King Africa con Paquito el chocolatero en el fin de fiesta de un bodorrio.

Y es que hasta octubre el Parador tiene todos los fines de semana ocupados en bodas. José Ramón, responsable de la cocina, reconoce que uno de los imanes está siendo el ágape nupcial. «Vienen hasta del extranjero, sobre todo gente emigrante que quiere hacer la boda aquí. En ese claustro hasta sonaron gaitas escocesas», indica él mientras señala el patio porticado principal.

Otros lujos

El restaurante se localiza bajo una gigantesca bóveda de piedra que en tiempos acogió las caballerizas y hoy pule el paladar de los caballeros y las damas de costumbres nada monjiles y sí palaciegas. El parador, abierto en julio del 2004, incorporó en febrero del 2008 un moderno spa en el que los cuerpos hasta se pueden envolver en limos y aceites esenciales durante 20 minutos a 27 euros la sesión.

La oferta del establecimiento y la buena acogida que está teniendo provocó que la empresa decidiese abrir once meses al año en lugar de los ocho previstos inicialmente. El verano, ya a las puertas, garantiza reservas hasta casi colgar el cartel de completo. Los clientes habituales de paradores, amantes de los establecimientos impregnados de historia y curiosos extranjeros que acuden bajo la llamada de las gargantas del Sil, dibujan el perfil del usuario que llega pidiendo lujosa posada.

Lo que le espera a la llegada ya se intuye en la bajada hasta el antiguo monasterio: la majestuosidad de la construcción y la espectacularidad de la Ribeira Sacra. Eso sí, fuera del recinto hotelero, la vida sigue casi como en los tiempos en los que poblaron los monjes benedictinos. En el entorno no ha florecido la industria auxiliar de este portaviones del turismo. En el pueblo perviven formas medievales. Casi eremíticas.