Fíjense cómo puede cambiar las cosas una simple preposición. Gente bien. Gente de bien. Se puede ser una cosa. Se puede ser la otra. Se puede ser las dos, claro. O ninguna. Veamos un ejemplo: ¿es Mario Conde gente bien? Solo hay que observar su ritmo de vida -olvídense de la gomina, piensen solo en los miles de millones (de pesetas) que ha pagado en fianzas para salir de la cárcel- para afirmar que sí, sin dudarlo. ¿Es gente de bien? Hombre, no quiero ejercer yo de jueza pero es más bien tirando a delincuente. Quién lo diría en los últimos años, cuando asomó la patita a la vida social de Ourense y hubo quien lo puso en un altar. Porque claro, delitos y condenas a un margen, que esas son cosas del populacho, era gente bien. Las presentaciones de libros que se celebraron en la city eran un éxito de público. Hasta antes de que hubiera selfies la gente quería un selfie con Mario Conde. Cierto que el exbanquero, exrecluso y ahora recluso otra vez es un encantador de serpientes. Tú lo escuchas, desconectas el cerebro y puede llegar a convencerte de que con su empresa de cosmética no maquillaba dinero negro sino que hacía la colada.
Resulta curiosa esa fascinación ante un señor salido de Alcalá Meco de una sociedad con tendencia a los prejuicios. A muchos de los que le aplaudían y le abrazaban en los actos públicos les dice su hija que tiene un novio recién salido de la cárcel y les da un ataque. Pero claro, Mario Conde entró en la cárcel con corbata. Eso ya es otra historia. Y la ética está taaaaan pasada de moda por aquí.
Igual es que el lenguaje jurídico es difícil de entender y cuando un juez habla de delitos contra la Hacienda Pública, blanqueo de capitales u organización criminal la gente no entiende que eso significa robar. Y robar mucho. Supongo que los que se morreaban con él -disculpen la metáfora, ¡pero es tan expresiva!- ahora estarán silbando. Pueden mirar hacia otro lado o mirar hacia las fotos que se hicieron con Mario para presumir en sociedad. Para sentirse gente bien.