El veterano abogado renunció hace ocho años a seguir rodando «por sentido común»
21 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Se emociona Enrique de León Castro (Ourense, 1927) cuando recuerda que su primera bicicleta de carreras se la compró su padre en 1935 por 375 pesetas, que era el «doble de lo que entonces ganaba de sueldo». Correspondió al esfuerzo Quicote, que precisaba unos tacos de madera en los pedales para que aquellas piernas de niño pudieron mover una bicicleta de adultos. Es abogado con más de medio siglo de actividad, aunque hace ya años que es su hijo David quien está al frente. Fue durante treinta años director provincial de la mutua Asepeyo. Hasta fue militar: al terminar la carrera de Derecho, se dejó llevar de alférez universitario a teniente, lo cual le permitió alcanzar la estabilidad que necesitaba para casarse con su inseparable María de los Ángeles y hacer una corta pero intensa incursión en la vida castrense, que lo llevó tres años al regimiento Cantabria 39 de Toledo antes de regresar a Ourense, al Zamora 8. Aquí, tras un año, colgó el uniforme. A sus casi 89 años (los cumplirá en septiembre) sigue siendo un padre esforzado y es también un belenista irreductible, con una vocación que cada diciembre lo lleva a ver dónde monta el pesebre y si continúa la tradición de instalarlo en la bandeja del coche, hasta hace nada en el 600 y desde hace unos años en el Toyota que conduce.
A la bicicleta de carreras, sin embargo, ha renunciado.
Se había subido a ella con apenas 8 años y a los 80 años decidió que se apeaba. El corazón y las piernas le mandaban buenas señales, pero la cabeza le advertía de las consecuencias de un accidente, de una mala caída, de la lógica pérdida de habilidad a causa de los años. Y él, que es una persona a quien la vida ha enseñado a ser reflexivo, claudicó.
Enrique de León, con La Vuelta a España en casa, una cita anual que lo transporta a su niñez y a los primeros años de ciclista aficionado, en los que emergía como un gigante la figura del entonces profesional Mariano Cañardo, mantiene aún la admiración que siempre tuvo por Indurain. Y si Quicote había forjado su perfil de escalador entre As Estivadas y Fumaces, día a día de aquí para allá, siempre sentado y sujetando con fuerza el manillar, en Miguel Indurain ha visto al ciclista más completo. Puede reconocer dudas sobre otras cosas, pero sobre el navarro no tiene ni la primera. Es el mejor.
Aficionado exigente
No llegó a ser profesional, algo que en su día ni se planteó, pero sí un aficionado que fue más allá de la mera salida de fin de semana a rodar sobre el asfalto. Ganó en su época carreras y siempre se mantuvo en forma, aunque con matices, según reconoce. Ya estudiante de Derecho en la Universidad de Santiago, después de unos días sin entrenar, se subió a la bici con naturalidad para hacer el camino desde Ourense a Verín. Tuvo que parar en el alto de Allariz. No volvió a perder la forma. Hasta que cumplió ochenta.
A los 66 años, con la misma bicicleta de carbono que muestra en el Paseo, en la esquina del Banco de España, allá se fue hasta Roncesvalles para completar en once etapas el camino de Santiago. Fueron, según recuerda, 711 kilómetros en once etapas. Sin apenas entrenamiento previo, pero con la tranquilidad de la buena forma física y «cabeza fría, que es algo muy importante y permite graduar el esfuerzo».
Sigue La Vuelta, está al día de lo que ocurre, pero admite un cierto desapego, una cierta distancia, a la que no son ajenas algunas prácticas tan lejanas a las de su época. «Hubo una ocasión, la tengo presente como si fuera ayer, en la que llegué desfallecido al final de una carrera. ¿Y qué me dio mi abuela cuando me vio en aquel estado tan penoso? ¡Un ponche! Cuando lo que necesitaba era agua, mucha agua, pero aquellos eran otros tiempos», dice, con la resignación de quien sabe que no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor. Aunque eche de menos algunas cosas.
Convivencia.
el paseo
Convivencia. La elección del Paseo ha sido algo fácil. Vive al lado y siempre ha sido la calle sobre la que discurre la vida de cualquier vecino del centro. Centro neurálgico de la urbe, ha sido el lugar para el paseo de los domingos, para disfrutar de los helados de La Ibense o El Cortijo, para las procesiones y para cuantas cosas se quisieran hacer o celebrar. El ciclista Enrique de León, que vivió esta calle con coches y sin ellos, la ve como un lugar que mejor podía servir para canalizar con naturalidad y buen tino la convivencia entre peatones y ciclistas. Debería ser fácil, pero no siempre es así, de la misma manera que en ocasiones se hace incómoda la de ciclistas y automovilistas. Dejó la bici por propia decisión, aunque no el coche. Está en forma. Tiene claro que no será un test psicotécnico el que lo retire. Lo hará por propia decisión, como ha hecho con las cosas que realmente importan, aunque le doliera renunciar al pedaleo.
el escalador
La primera competición de Enrique de León como ciclista fue una prueba Verín-Fumaces-Verín en unas fiestas de agosto, en la que llegó de primero. En la misma zona, durante la misma época, se clasificó de segundo en una Verín-Feces-Verín. De la época recuerda alguna salida de tono por parte de algún sector del público, pero, sobre todo, resalta que era una competición sana y sin malicia entre deportistas.