
El neorromanticismo del pintor Antonio Abad se muestra en el Museo Municipal de Ourense
10 sep 2016 . Actualizado a las 10:55 h.«Nunca pinto sueños o pesadillas, pinto mi propia realidad», Frida Kahlo.
En la planta tercera del Museo municipal de Ourense, puede visitarse la exposición de Antonio Abad, Tempo de luz, una oda a ese paisaje que tan bien sabe inmortalizar en su efímero instante.
Su trabajo resulta impecable en el conocimiento y manejo de la técnica, extremando del pastel todas sus posibilidades cromoluminaristas como una pirueta de luz en la forma de captar, interiorizar y transmitir la atmósfera apasionante de una naturaleza desbordada de exuberante pictoricismo.
Resulta heredera de una pintura pleinairista ó au plein air decimonónica de la Escuela de Barbizon e Impresionistas franceses, de los Macchiaioli en Italia, ó la escuela de Newlyn en Inglaterra, conocedor de la obra de Pisarro, Monet, Renoir, Polénov, Grabar, Levitan y fauves, con una voluntad cromática, ideológica y emotiva personal, que canaliza los atormentados celajes de Costable y los bosques de Claudio de Lorena con la evolución metafísica de Manet y la vedute urbana, la Escuela de Vallecas, Bidasoa y la Escuela paisajística de Olot, valorando los efectos cambiantes, perceptivos y afectivos de la luz en el paisaje.
Sin embargo, su interés no radica especialmente en la crónica luminarista o cromática de la realidad y sus efectos atmosféricos, sino en una investigación sobre las posibilidades plásticas aplicadas a la imagen real, extendiendo y ampliando el concepto de lo sublime en el Romanticismo, dotando al paisaje de un intimismo subjetivo, de la impronta que deja el artista en la obra como huella personal.
Se podría hablar de una visión neorromántica del paisaje, dado el aura metafísica de las obras, creada por una misteriosa paleta dominada por suaves gamas calientes que sugieren visiones otoñales, estampas nostálgicas, idealizadas que contrastan con los golpes de realidad y la introducción valiente de otros acordes más arriesgados que aportan un carácter fauve al paisaje desenfocado.
Antonio Abad, no se rebela contra la tradición, se expresa a través de ella, ampliando en su lenguaje plástico, los límites expresivos con su mirada y estilo personal. Deshaciendo entre sus manos el polvo de el pastel, el artista no solo conquista los valores lumínicos del paisaje, sino que consigue una imagen trepidada, al darle opacidad y densidad, suscitando texturas rugosas en la superficie del soporte plástico.
Su dominio de esta técnica seca tan inhabitual recuerda la maestría de Degas, cuyos hábiles trazos generaban volúmenes, ritmos y profundidades en movimiento, los retratos de Mary Cassatt y el nabi Vuillard y expresionistas alemanes como Ludwig Kirchner y artistas contemporáneos que utilizan el pastel por su eficacia expresiva, rapidez y dinamismo.
El paisaje
En cuanto al paisaje, sus valores intimistas como imagen-metáfora de una sensibilidad personal traducida en escenas de una naturaleza sublimada, se acerca más a una, aunque nostálgica, alegría de vivir, en la euforia de una naturaleza triunfante y añorada del recuerdo frondoso del campo cantado por Rosalía, con sus manchas de sol y las sombras alargadas del crepúsculo, de «entre lusco e fusco» ganándole un pulso al cielo; que un paisaje doliente o místico. Inconmensurable y solitario como las naturalezas inabarcables de Friedrich sin seres contemplativos opuestos a celajes y abismos, Abad, muestra un espacio sin figuración, subordinando el elemento humano a la eclosión triunfante del paisaje, simbólico y anticlásico desde una revaluación estética.
Su interés por la proporción, orden, symmetria y equilibrio se traduce en aquellas obras en las que la figuración principal, el pretexto y el protagonista es el desnudo femenino.
En estos pasteles el artista se pierde en la anatomía de la mujer, en las múltiples curvas y accidentes que marcan la cartografía del cuerpo femenino, como análisis de las formas en reposo y movimiento, con menor interés por el retrato, sin preocupación por la individualización de la modelo, equiparando el eterno femenino a la fisonomía (forma) de la mujer. A través de las poses, el artista marca el ritmo de la línea de contorno, piel que encierra el cuerpo, elevando volúmenes a través de planos de luz y sombras, construyendo la figura desde un interés escultórico. La figura se sitúa protagonista sobre un fondo neutro, sus abruptos escorzos marcan las perspectivas por criterios de lejanía y proximidad.
Antonio Abad, además de el pastel, maneja con destreza otras técnicas expresivas, como óleo, acrílico y mixtas.
No se revela contra la tradición, se expresa a través de ella, ampliando los límites expresivos
Su dominio de esta técnica seca tan inhabitual recuerda la maestría de Degas