
Pepa Vázquez ayudó a fundar una entidad en la que personas sin recursos se acompañan. Su historia conmueve
03 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.«A miña nai era unha labrega, era practicamente analfabeta. Pero ensinoume algo. Ela sempre, sempre tiña algo para dar, podía ser unha leituga, un tomate... sempre tiña para os demais. O meu pai enfadábase porque os tarros de mel desaparecían... ela sempre daba o que tiña. Supoño que aí empeza a miña historia». Eso es lo que supone Pepa Vázquez, trabajadora social y natural de Baltar, en Ourense, aunque pontevedresa de adopción. Y, seguramente, supone bien. Porque Pepa, al fin y al cabo, ha hecho de la solidaridad su condición de vida. Ella es de ese maravilloso equipo de personas que se levanta cada día pensando que puede ayudar a que el mundo sea un poquito más justo. Y esos valores tan dignos suelen llevarse dentro cuando uno los mamó desde la cuna. Como es su caso.
Pepa, efectivamente, nació en las tierras ourensanas de Baltar. Se crio en medio de esa economía colaborativa de las aldeas, en las que los vecinos hacen piña para recoger las patatas o matar los cerdos. Empezó a trabajar pronto, en una tienda de ropa y de camarera. Recuerda con emoción la primera vez que la búsqueda de empleo la llevó a Cataluña: «Cheguei a Barcelona e pensei que alí si que era Europa, vin todo tan moderno», indica. Estudió primero en Ourense, un ciclo de FP de la rama administrativa. Luego, hizo la carrera de Traballo Social en Santiago. Y fue ahí cuando se dio cuenta de que su madre, que apenas sabía de letras, aplicaba sin saberlo mucho de lo que ponían sus libros.
Pepa, aunque a veces contratada como administrativa, trabajó en distintas entidades relacionadas con las causas solidarias, desde Oxfam Intermón a Lar o la sección de Comisiones Obreras relacionada con la ayuda a inmigrantes. Convivió con la realidad de la exclusión social en Galicia y en otros sitios del mundo, como cuando estuvo en Brasil y Nicaragua conociendo el movimiento de los sin tierra. Hubo experiencias que se le quedaron grabadas a fuego: «Cando estiven traballando en Comisións Obreiras traballei con mulleres que foran vítimas de trata de brancas. Lembro casos con moita dor, como o dunhas mulleres ás que colleran enganadas nunha discoteca en Sudamérica. Cambiáranas por un cabalo, algo tremendo. Foron prostituídas en Portugal e lograron escapar e chegar a España. Había unha que me dicía que o seu soño era ter unha peixería... fíxate, que soño tan sinxelo e que difícil llo puxera a ela a vida».
El amor trajo un día a Pepa a Pontevedra, la ciudad en la que hizo nido. En la urbe del Lérez, continuó trabajando en lo suyo. Estuvo diez años empleada en el equipo de inclusión social del Concello, una experiencia que define como fantástica: «Acompañabamos á xente que cobraba a Risga, eran proxectos de inserción», dice. Un día, se terminó ese empleo. Y se quedó un tanto huérfana. Sintió que ese mismo vacío lo tenían personas con las que había trabajado, todas ellas en exclusión social. Así que hicieron piña: «Decidimos unirnos e compartir o que tiñamos, que era nada, basicamente», cuenta.
El punto de inflexión
Así empezaron con una entidad a la que pusieron un nombre cargado de intención: Boa Vida. Empezaron como siguen ahora: respetándose unos a otros. Porque Pepa es de las que les gusta ayudar, pero sin marcar pautas de vida. Sin dar lecciones.
«Con nós estivo xente como Miguel, que xa faleceu, e que cada pouco tempo volvía á rúa, a esa vida tan difícil, pero el necesitaba esa desconexión. Nós sabiámolo e cando regresaba aí estabamos, aínda que viñera nas peores condicións»
.
Era un alivio poder acompañarse. Pero se necesitaba algo más. Necesitaban ingresos, trabajo... empezando por la propia Pepa y siguiendo por las personas que en los años duros de la crisis
no tenían nada. Y no había forma de arrancar. Así que, en 2014, casi tiran la toalla. Se iban a disolver porque no parecía que hubiese luz al final de túnel. Pero apareció una mano amiga. Llevaban tiempo en contacto con los Traperos de Emaús, una fundación sin ánimo de lucro que había conseguido que personas en exclusión tuviesen ingresos gracias a recoger y reciclar ropa y enseres que otros tiraban. Miembros de Los Traperos vinieron hasta Pontevedra para ver cómo Boa Vida podía tirar hacia adelante.
«Fixemos unha comida na parroquia en Monte Porreiro, onde sempre nos acolleron. Invitámolos a comer unha sopa pobre e uns bocatas. E decidiron darnos 4.000 euros para que empezaramos. Eses cartos cambiaron tantas cousas... empezamos a recoller roupa cunha furgoneta dun xitano do noso grupo. E tiramos para adiante. E un ano despois tiñamos eses 4.000 euros e a entidade funcionando, para que digan que os pobres non saben administrarse»,
cuenta.
Pasaron cinco años de aquella comida. Y Boa Vida tiene en marcha una empresa de inserción. Ha logrado contratos dignos para personas a las que el mercado le había cerrado todas sus puertas. Y ha sido y es el sostén de muchas personas. Pepa, como trabajadora social, no cobra un céntimo más que el resto porque, como ella dice, «o pan cústame a min o mesmo que aos demais». Cada euro que entra tiene el mismo fin: que el mundo sea mejor.