La vida universitaria en un colegio mayor: «Aquí no nos controlan como en casa, tenemos libertad para espabilar solos»

OURENSE CIUDAD

Un grupo de colegiales disfrutando de su tiempo libre en una de las salas comunes
Un grupo de colegiales disfrutando de su tiempo libre en una de las salas comunes PACO RODRÍGUEZ

«Septiembre ha sido como estar en un campamento de verano haciendo amigos», dice Ana, una de las residentes en el Colegio Mayor Gelmírez de Santiago de Compostela. Charlamos con un grupo de jóvenes de este colegio para que nos muestren cómo viven la vida universitaria fuera de casa

21 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante los primeros años de universidad son muchos los padres y estudiantes que eligen los colegios mayores como la mejor opción para iniciarse en esta etapa de sus vidas. Un lugar que se acaba convirtiendo en una segunda casa. Nuevos amigos, aventuras y sensaciones. Eso mismo es lo que se respira nada más cruzar la puerta del Colegio Mayor Gelmírez, en Santiago de Compostela, uno de los cuatro colegios que hay en la ciudad adscritos a la universidad, ubicado en el campus Norte. Por el pasillo de la planta baja me cruzo con un grupo de estudiantes, que están entre su primer y tercer año viviendo allí, llegados de diferentes puntos de Galicia y de España. «Vivir aquí te ayuda a adaptarte bien a estar fuera de casa. Conoces a gente nueva y eso te motiva a empezar con buen pie el curso. Espabilas y maduras», cuenta Carlos Suárez, un joven de Ourense, que lleva tres años residiendo en el colegio, cuando lo habitual es pasar dos. «Decidí quedarme uno más porque estudio Medicina y, al final, es una carrera larga de seis años», añade. Para él, una de las cosas que le aporta vivir en el colegio mayor son los horarios: «Me ayudan a organizar mi tiempo de estudio y el libre, alrededor de las horas de las comidas y de las clases».

Con él coincide su compañero de tercer año, Miguel Salgado, de Vigo, que estudia tercero de Periodismo: «Aquí siempre vas a tener a alguien con quien compartir lo bueno y lo malo». A pesar de que eso se puede aplicar a cualquier tipo de residencia de estudiantes, los colegios mayores tratan de ir un paso por delante. «Se nota el esfuerzo humano que hay detrás. No estás a tu bola, hacemos piña», añade el joven. Lo cierto es que una de las cosas que diferencia a este tipo de alojamientos de una residencia es que dentro de ellos existe una vida colegial. «Los colegios mayores tenemos una función educativa. Además de ser un alojamiento ofrecemos actividades culturales, sociales y deportivas», explica Sonia Calvete, directora de Gelmírez. Esto hace que los chicos tengan responsabilidades e implicaciones en el funcionamiento interno del colegio. «Somos como una segunda casa», apunta la profesional.

Ana, Sara y Lucía en el comedor del Colegio Mayor Gelmírez, donde a diario realizan el desayuno, la comida y la cena junto a sus compañeros.
Ana, Sara y Lucía en el comedor del Colegio Mayor Gelmírez, donde a diario realizan el desayuno, la comida y la cena junto a sus compañeros. PACO RODRÍGUEZ

Una segunda familia

También lo ven así las nuevas incorporaciones del colegio, que a estas alturas del curso llevan viviendo en él casi dos meses. «Para mí septiembre ha sido como estar en un campamento de verano porque he ido conociendo a gente nueva cada día», dice Ana López, estudiante de primer año de Medicina llegada de Ourense. «Al principio tenía miedo de sentirme presionada por estar todo el día rodeada de gente, pero para nada es así. Si te cansas, coges y te encierras en tu habitación a tu aire y no pasa nada», cuenta la joven, que dice que siempre hay alguien dispuesto a escucharte y a hacerte compañía cuando lo necesites. Aparte, convivir con personas llegadas de diferentes zonas de Galicia y de España les permite ampliar sus círculos de amistades y visiones de la vida. «Yo tuve la suerte de venirme con un grupo de amigos del instituto en Ourense. Aunque lo bonito es poder conocer a gente de sitios como Madrid, Andalucía y Canarias, con la que en otras circunstancias no coincidirías», cuenta Lucía Rodríguez, alumna de primer año de Filología Hispánica. Al contrario de su compañera Loreto Prieto, que llegó desde Huelva sin conocer a nadie: «Me siento como en casa, la comida es maravillosa. El puchero y las lentejas son como las de mi madre». También cuenta la joven estudiante de Medicina que siempre fue de estudiar en bibliotecas y que ahora en Gelmírez se siente muy cómoda por poder hacerlo en las salas de estudio: «Tengo la biblioteca en casa. No tengo que salir de ella para estudiar».

Sara, Gabriela y Álvaro, en una de las habitaciones de este colegio mayor.
Sara, Gabriela y Álvaro, en una de las habitaciones de este colegio mayor. PACO RODRÍGUEZ

Precisamente son las actividades colegiales las que los ayudan a conocerse todos. Entre ellas, destacan las fiestas temáticas por festividades como la de Halloween, el magosto, carnavales y San Valentín. «Para ellas vamos al sótano del colegio, llamamos a ese espacio ‘El Albergue'», cuenta Miguel Salgado. Entre todos decoran la estancia de acuerdo con la festividad a celebrar, para luego disfrutar con música y comida juntos. «Y con tanta gente diferente, ¿cómo conseguís integraros?», le pregunto a Miguel Villegas, alumno de segundo de Psicología, que lleva dos años viviendo en el colegio mayor. No duda en su respuesta, pues todos la tienen bastante interiorizada: «Si ves que alguien está solo, te acercas a hablar un rato y listo. No importa si es de tu círculo o no. Aquí nadie se queda solo, porque sabemos que se pasa mal». Por otro lado, están los actos colegiales, como los de la inauguración del curso escolar, entre los que destaca el acto de Padrinos y Madrinas, uno de los más especiales para los colegiales de Gelmírez. Cada año un colegial de primer año escoge a un veterano de segundo o de tercero para que lo apadrine. Es un acto simbólico que garantiza que, en muchos casos, los alumnos de primero se sientan arropados por alguien que tiene más experiencia en el mundo universitario. A veces, esta amistad dura toda la vida. A Lucía Rodríguez se le iluminan los ojos al hablar de la pedida que planeó para su padrino. «Estaba muy nerviosa y emocionada. Claro que ya le había preguntado en privado si me quería apadrinar y me había dicho que sí, pero faltaba la pedida oficial. Fui a su habitación cuando él no estaba, le puse unas velitas y le colgué un póster de un grupo musical que le gusta, le compré unos bombones y un bizcocho que luego merendamos juntos», cuenta. Unos días después, en un acto celebrado en el auditorio del colegio, los padrinos y madrinas llevaron a cabo la entrega de diplomas a sus ahijados y ahijadas.

Llegados a este punto, es necesario decir que las novatadas son cosa del pasado en Gelmírez, unas bromas de mal gusto que están más que prohibidas. Remplazadas por actividades deportivas y socioculturales, como partidos de fútbol, yincanas y juegos de campamento de verano. Todo con el objetivo de que los chicos que entren pierdan la vergüenza, se suelten y hagan amistades.

De izquierda a derecha, Óscar, Marina, Juan, Marta, Lucía, Alejandro y María jugando al futbolín en el colegio.
De izquierda a derecha, Óscar, Marina, Juan, Marta, Lucía, Alejandro y María jugando al futbolín en el colegio. PACO RODRÍGUEZ

«Nos controlan lo justo»

Mantener la calma con 140 chavales de entre 18 y 21 años no es una tarea fácil, pero para Sonia Calvete, directora de Gelmírez, es un trabajo que corresponde tanto a la dirección y al personal del centro como a los propios colegiales. «Las horas de estudio son para eso y saben de sobra que tienen que comportarse. También respetar horas de sueño y evitar hacer ruido por los pasillos cuando se vuelve de fiesta», apunta. «¿Aquí os controlan como en casa?», le pregunto al grupo de chavales. Ana López no lo ve así: «Te controlan lo justo para saber que estamos bien. Por ejemplo, si sales de noche, la persona que está en la portería de madrugada va a estar pendiente de si llegas o no. No de la hora, solo de si vuelves por si te ha pasado algo». De hecho, tienen que firmar en una lista cuando llegan, de la misma manera que lo hacen los viernes cuando se van a casa y los domingos cuando regresan. Simplemente para mantener un cierto control y saber que los colegiales se encuentran bien, pero pueden pasar la noche fuera, como adultos, se les respeta. Una de las mejores cosas de vivir en un colegio mayor es que siempre va a haber alguien con quien salir de fiesta los miércoles y jueves. «Normalmente salimos todos juntos. Los veteranos se encargan de comprar las entradas para todos y eso está muy bien. Siempre conoces a alguien dentro de la discoteca y nunca vuelves sola al colegio», explica Lucía Rodríguez. Lo que tampoco quita que tengan sus grupos de amigos en sus respectivas facultades y, que si les apetece, salgan con ellos de fiesta. Así lo defiende Miguel Salgado que, además, pertenece al Consejo Colegial —conformado por la dirección del centro y algunos colegiales— que velan por que haya armonía dentro del recinto: «Siempre he sido partidario de tener amigos en distintos grupos: en la residencia y en la facultad; sobre todo, porque a veces puede parecer un ambiente sectario y es mejor no cerrarse a conocer a otra gente».

"Septiembre ha sido como estar en un campamento de verano haciendo amigos. Si sales por la noche de fiesta, están pendientes de que llegues bien y de que no te haya ocurrido nada”

Desde la dirección del centro tienen que estar preparados para acompañar a los colegiales si ocurre una urgencia médica mientras sus familiares no se desplazan hasta Santiago. Esto pasa especialmente con los chicos que vienen de fuera de Galicia, porque los demás se encuentran relativamente cerca de sus casas. «No es lo mismo que te ocurra estando sola en un piso que estando aquí. Para unos padres eso supone una diferencia importante. Así que si alguno sufre, por ejemplo, una apendicitis, les acompañamos hasta que llegan sus padres», apunta Sonia Calvete.

Evidentemente, no todo el mundo vale para vivir en un colegio mayor y, formar parte de él supone un esfuerzo económico notable (roza los mil euros) que no todas las familias se pueden permitir. Pero, sin duda, es una forma única y especial de vivir la vida universitaria y de crear recuerdos para toda la vida.