Cerraron su confitería tras 37 años: «Vendíamos una media de 200 brazos de gitano cada fin de semana»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE / LA VOZ

XINZO DE LIMIA

José Antonio y Chari, en la puerta de la pastelería Pombal
José Antonio y Chari, en la puerta de la pastelería Pombal Santi M. Amil

José Antonio Lorenzo y Chari Ramos, dueños de la pastelería Pombal, se jubilan tras 37 años al frente del negocio

19 dic 2022 . Actualizado a las 15:33 h.

El 30 de junio la pastelería Pombal de Xinzo bajó su persiana por última vez. Lo hizo tras 37 años endulzando la vida de los vecinos del municipio. Pero para conocer la historia de este negocio limiano es importante entender la del matrimonio que le dio vida. José Antonio Lorenzo y Chari Ramos se conocieron de una forma un tanto premonitoria: entre harina. «Fue de una forma muy bonita y que demuestra que a veces la suerte está echada», dice José Antonio. «Mis padres tenían un negocio de transporte y justo ese día me tocaba descargar sacos de harina en un almacén. Chari estaba pesándola para llevarla al despacho en el que trabajaba como empleada», rememora. Él tenía 14 años y ella 16. «Me quedé prendado literalmente y me dije que tenía que encontrarla. Vamos, la seguí tanto que ni un policía», admite. «Me llegaban recuerdos de su parte y yo alucinaba porque no le había visto nunca. Recuerdo que pensaba que era un pesado, pero también me hacía mucha gracia que hiciese tantas historias solo por mí», dice Chari. José Antonio se presentó por fin en las fiestas de Baronzás y desde entonces ya no se separaron. Todavía hoy siguen juntos y cómplices, cincuenta años después.

La pastelería Pombal la abrieron en 1985 y la llamaron así por el parque que tenía al lado. En aquel entonces José Antonio era conductor de autobús. «Hacía Ourense-Barcelona todos los días ida y vuelta, que se dice pronto. Me comía el mundo», presume. Chari había dejado de trabajar para cuidar de sus dos hijos, justo cuando cerró la panadería en la que estaba, la Víctor de Xinzo. «Me llevaba muy bien con la que había sido mi jefa y un día hablando me propuso que reabriésemos el local con su hija», cuenta. Dijeron que sí. La sociedad duró dos meses y a partir de ahí el matrimonio voló solo al frente de Pombal, que en aquel entonces estaba en la avenida de Ourense. «Pedimos un préstamo de ocho millones de pesetas para acondicionar el local y comprar una furgoneta nueva con la que hacer los repartos», explica José Antonio. Él se formó como panadero y ella se fue a León a aprender en una escuela de pastelería. «En aquel momento se llevaban los roscones, brazos de gitano y las empanadas, pero nada más, y nosotros queríamos saber de todo», explica el panadero de A Limia.

Hojaldres, bollería o pan de todo tipo eran algunas de las exquisiteces que hacían en Pombal. Gustaban tanto a los vecinos que la fama de la pastelería fue subiendo como la espuma y a principios de los noventa el matrimonio decidió comprar un local mucho más grande, justo enfrente del otro, en la rúa Santa Mariña. Fue allí donde se jubilaron y donde montaron su concepto de negocio particular, porque Pombal además de confitería y de panadería era también una cafetería. «La gente quería tener un lugar dónde tomarse su dulce, su merienda, y nos lo pedía», dice Chari. «Estamos en la entrada de Xinzo y ahora porque hay autovía, pero por aquí pasaba la carretera nacional. Es más, si era festivo en Madrid, no cerrábamos el local», dice la limiana.

En el 2002 patentaron la tarta do Esquecemento, coincidiendo con la primera edición de esta fiesta tradicional. «La hice basándome en los ingredientes de la época a la que se remonta la celebración —el siglo II a. C.— por eso lleva almendras y nueces», cuenta Chari. Es una especie de tarta de Santiago pero en versión A Limia. En Pombal hacían su propia bica mantecada y una, dicen quienes la probaron, espectacular tarta de castañas. «También tenían mucho éxito nuestros brazos de gitano. Vendíamos una media de 200 cada fin de semana. Era una locura», añade. A esta pastelera se le nota que ama la repostería, puede que por eso no tenga pensado abandonarla, ni siquiera ahora que ya está jubilada. «En mi casa siempre hay un pastel recién hecho», termina. Es la merienda favorita de su nieto.

Sus tartas las disfrutaron en Xinzo y varios papas en el Vaticano

José Antonio y Chari creen en la suerte. Él dice que le tocó la lotería cuando la conoció. La realidad es que les tocó el sorteo de la ONCE en el 2007. Ganaron 35.000 euros. «Vino un vendedor por la pastelería y me dijo que la gente en Xinzo le resultaba muy desagradable, así que le cogí un número», recuerda Chari. Al día siguiente, al ver que le había tocado, José Antonio no daba crédito. «Pensaba que lo estaba vacilando porque yo nunca juego. Él había rechazado comprar ese mismo número en el bar. La vida a veces está predestinada», concluye esta limiana. Sus pasteles han viajado a Madrid o a Barcelona, gracias a los turistas que pararon a lo largo de estos años en Pombal. Pero también estuvieron presentes en el Vaticano. «Le llevamos la tarta do Esquecemento al papa Juan Pablo II a Roma y hace unos años al papa Francisco», afirma José Antonio. 

Trayectoria vital

Quiénes son. José Antonio nació en 1959 y es de la aldea de Laroá. Chari es del 57 y de Morgade. Llevan juntos más de cincuenta años. Tienen dos hijos y un nieto, que acaba de cumplir diez. «Es nuestro gran amor», dice Chari.

A qué se dedicaron. Entre los dos pusieron en marcha uno de los negocios más emblemáticos de Xinzo. En 1985 abrieron la pastelería Pombal, que tras 37 años de actividad, de cientos de roscas de Reyes y miles de brazos de gitanos y empanadas, acaban de cerrar para jubilarse. «Nos gustaría que alguien la cogiese para seguir con la tradición. Nosotros le ayudaríamos con todo», apunta el panadero.