Los Briz vuelven a sus orígenes en Marín

Marcos Gago Otero
marcos gago MARÍN / LA VOZ

MARÍN

Ramón Leiro

Tres generaciones celebran su reunión anual en la finca que compró Roberto Munaiz en el siglo XIX

11 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ricardo Briz de Labra (Vigo, 1953) guarda nítidos en su retina los recuerdos de sus visitas a la casa de sus abuelos en Marín, en la finca que se conoce precisamente por su primer apellido. Hacía mucho tiempo que él no se acercaba por aquel recinto donde pasó muchos días de su infancia y juventud. Ayer lo hizo acompañado por sus hijos, Jaime (Madrid, 2002) y Ricardo Briz Montes de Oca (Tenerife, 1993) a quienes quiso enseñar la finca que fue de sus antepasados. Hoy regresarán para la cita anual de la familia Briz, que reunirá a unas sesenta personas y a tres generaciones de este linaje hoy disperso en varios países.

Roberto Munaiz, tío bisabuelo de Ricardo, fue el primero de la familia en vivir en esta propiedad, adquirida tras la desamortización a los monjes de Oseira. La familia siguió vinculada, de una u otra manera, con A Granxa hasta los últimos años del siglo XX.

Marcelino Briz García, natural de Santibáñez de Béjar (Salamanca) compró la finca a su tío en los años treinta del siglo pasado. Vivía en Vigo con su familia, pero se trasladaba a Marín a pasar temporadas. La casa primigenia es el edificio que actualmente alberga la escuela municipal de música, pero fue Marcelino el encargado de ordenar la construcción de la casa principal, de inspiración arquitectónica «entre suiza y vasca», según indica Ricardo, en los años cuarenta. «Los abuelos venían aquí a partir de abril o mayo y estaban hasta octubre o noviembre y después se iban a Vigo», relata. Mientras el edificio principal asumió el carácter de residencia familiar, el original se destinó a otros usos. Ricardo lo recuerda como «granero, con aperos de labranza y abajo estaban las cuadras, con dos vacas, una se llamaba Violeta, y había un burro, Pepino».

Los Briz eran una familia muy conocida en la vida social de las Rías Baixas. Una de sus ramas era propietaria de una fábrica en Ribeira. Su lema promocional era inconfundible: «Si quiere ser feliz, tome conservas Briz». La finca marinense era uno de los ejes culturales y sociales de la comarca pontevedresa. Aquí se organizaban, por ejemplo, las fiestas de la Escuela Naval. «Era el centro neurálgico de la vida de Marín, aquí venía mucha gente también de Pontevedra, los Munaiz, Mon, Bugallal», explica Ricardo.

A Granxa era una pequeña sociedad dentro de la villa. «Yo diría que la vida aquí era autosuficiente. Había vacas [en la casa original], donde está el auditorio era una huerta enorme y de ahí venían patatas, lechugas, remolachas, rábanos y tomates. Aquí arriba había higueras y al entrar tres árboles de pomelos. Menos carne teníamos de todo», precisa. En otoño había un aliciente a mayores. «Era una maravilla ver todos los avellanos en el bosque», a la vez que describe que en este recinto crecían frutales de todo tipo como manzanos y perales.

En la finca había un estanque, pero a los niños no se les permitía bañarse allí. «Cuando no nos veían nos bañábamos en el pilón», añade. Hoy el estanque ya no existe, transformado, sin embargo, en uno de los lugares más bonitos del actual parque público.

Al regresar a la Granxa, Ricardo no puede ocultar sus sentimientos. «Siento mucha nostalgia, pero por otra parte, como me dijo mi hijo Jaime esta mañana [por ayer] es un orgullo ver que el apellido Briz sigue de forma permanente en Marín». Convertido en uno de los espacios verdes de referencia en la provincia, A Granxa recibe todas las semanas una avalancha de visitantes. Dispersas por el bosque se hallan las figuras en madera de todo un bosque encantado. En la parte más alta los toboganes gigantes son irresistibles para los jóvenes. Briz está llena da vida, tanto en verano como en invierno. Y eso a la nueva generación de esta familia no le pasa inadvertido. «Me gusta que este apellido siga en la finca», indica Jaime, que vino hace tres años por primera vez. A su lado, su hermano Ricardo pisaba por primera vez la finca. «Me encanta, nada más entrar ya hice unas veinte fotos». No es el único que ayer disfrutaba del parque. Mientras se hacía este reportaje, al fondo se escuchaban las risas y juegos de un grupo de niños de excursión.