Pura, a sus 93 años, que se fue emigrada a Perú en un barco con cuatro hijos, lee hasta dos libros por semana
14 dic 2019 . Actualizado a las 08:27 h.La abuela Pura, a la que en su Marín natal conocen como Porfica, parece una abuela cualquiera. Es más, ella se vende como una «velliña con achaques que se esquece das cousas», que cocina para su prole y poco más. Pero Pura no engaña a nadie. Porque la delata la cocina de su casa de Sanxenxo. Allí, la mesa la preside un atril con un libro de Pérez Reverte abierto. En el hogar también hay una bicicleta estática y decenas de libros por aquí y por allí. Así que la abuela Pura, aunque le quita importancia a lo que hace a los 93 años camino de los 94, termina confesando que no es una abuela del montón: «Si que fago ximnasia na bicicleta, pero solo quince ou vinte minutos ao día. E ler leo bastante, pero teño un ollo caducado, que mo dixo o médico, e non podo forzar. Ás veces si que leo varios libros nunha semana, outras non tanto... o que lle cadre».
Luego, la abuela Pura toma asiento junto a La piel del tambor de Reverte y, como si hablase de alguna de las novelas que ha leído, cuenta un sinfín de aventuras. Pero resulta que las ha leído; que es su propia vida. Y es que dice Pura que no había cumplido los cinco años cuando empezó a ser «libre como un paxariño». Lo fue, sobre todo, porque se quedó de pequeñita sin madre, que murió de tuberculosis, y a su padre le mandaron a Cádiz a trabajar para evitar el contagio. La criaron unas tías y más tarde también su padre y su madrastra, «que foi moi boa».
Pero su padre y su madrastra se marchaban por la mañana a trabajar y no volvían hasta bien entrada la tarde. Así que Pura solía estar sola en la calle con las hermanastras que fueron naciendo. Ocurría así en 1936, el día que estalló la Guerra Civil en España: «Nos cabos dos barcos, que estaban amarrados, faciamos columpios. Estabamos alí e oímos berrar, ‘¡nenas, ide para a casa que empezou a guerra!’», recuerda.
Casi se muere con un beso
Se hizo jovenzuela en aquel Marín de los años cuarenta y allí, viniendo del baile, un rapaz se le trató de arrimar. Él tenía novia, así que ella le dijo
«eu non che son prato de segunda mesa»
. A lo que él respondió si había sacado la frase de alguna película. Al final, la novia desapareció de escena y Pura se prometió con el muchacho, que a los pocos meses se atrevió a darle un beso. Pura, a los 93 años, aún se estremece al recordarlo:
«Deume un bico na meixela... e pensou que me matara, porque eu quedei sen respiración,
», cuenta. Y luego apostilla: «
Agora non o entenderás, porque se conta a jodienda ata libros, que eu leo iso e non podo crer que se escriban semellantes cousas... pero antes non era así
».
Se casaron al poco tiempo. Y, como siempre habían hecho los dos, se buscaron el pan en la pesca. Empezaron pronto a tener hijos; cuatro churumbeles a los que había que dar de comer en aquella posguerra negra. Un día, él emigró a Perú. Y, un año después, en 1964, partió ella. Se marchó en barco, con los cuatro rapaces a bordo, la máquina de coser y hasta con los colchones encima. «Os de alí eran como de estropallo, eu levei os de la», explicita. El viaje fue una odisea, pero acabaron asentados en Callao y compartiendo techo con otra familia de Marín. Pura, como siempre, se acostumbró a todo.
Hicieron algo de dinero y a los cinco años se vinieron. Para entonces, uno de sus hijos estaba metido ya en el yoga y el Chamanismo y decidió quedarse. Los demás regresaron a Marín, al trabajo duro con el mar como referente, con la ilusión de comprarse una vivienda. Lograron su objetivo. Y vieron hacerse mayores felizmente a sus hijos y nietos. Un día, cuando a Pura le tocaba ya empezar a disfrutar, la vida decidió que no, que iba a golpear a la familia. Un cáncer se llevó a una de sus nueras, dejando a dos niñas a las que criar. Pura ni se lo pensó: «Ela pediume que mirara polas meniñas, pedíallo a todos.. así que deixei Marín e vin coidalas, como non», cuenta.
Se hizo entonces vecina de Sanxenxo, y se convirtió en el referente vital de su nieta Andrea, a la que crio desde que era enana. Andrea escucha a Pura y contiene las lágrimas. Ella la mira. Y quizás también se emocione. Pero tira de bravura y le espeta: «¿Andrea, fágoche esa carne con fideos ou con arrós?».