Urbanitas en segundas viviendas del rural chocan con la realidad del abono

Alfredo López Penide
López Penide PONTEVEDRA / LA VOZ

POIO

CAPOTILLO

Una vecina de Poio relata en redes sociales el encontronazo con un «visitante» molesto por el olor

29 may 2020 . Actualizado a las 08:10 h.

El dueño de un hotel rural de Asturias molesto por los ruidos de un gallinero -que carecía de licencia, todo hay que decirlo-, los propietarios de una casa de campo de Braga (Portugal) condenados por el escándalo de sus gallinas, unos veraneantes que denuncian los cacareos intempestivos de un gallo en la isla francesa de Oléron... Son tres ejemplos de choques protagonizados por urbanitas cuando se dan de bruces con la realidad del mundo rural, una situación que, con la entrada en vigor del estado de alarma, se está reproduciendo en distintos puntos del rural pontevedrés.

En este caso concreto, y como consecuencia de la pandemia del coronavirus, algunos propietarios de segundas residencias en el rural optaron por irse a vivir en ellas en el momento en que se iban a activar las restricciones de movilidad. El problema para muchos de ellos es que hasta ahora solo habían venido ocupando esas casas en los meses de verano y, por tanto, aparentemente apenas las pisaban durante otras épocas del año.

De este modo, uno de los casos más llamativos y que más repercusión está teniendo a través de las redes sociales es el de una vecina de Chancelas, en Poio, que relató un, por así decirlo, encontronazo con «xente que ten chalé aquí e cando empezou o confinamento viñéronse para a súa casa». Lo que, al parecer, desconocían estas personas es que «temos unha vida, temos animais, fincas... Traballamos e iso implica malos cheiros, ás veces, ruídos molestos de maquinarias (...). Si temos que abonar as fincas é para que creza o que sementamos, para que cando vaiades aos supermercados atopedes de todo nas estanterías. Non vaiades a pensar que crecen alí. Si temos galiñas e galos que te espertan polas mañás, sentímolo, é a vida deles (...). Producen ruídos e malos olores», añade María B. E., al tiempo que deja claro que «o rural é isto».

La gota que colmó la paciencia de esta vecina de Chancelas fue la irrupción de uno de sus nuevos vecinos en las labores del campo: «Que esteas abonando a túa finca e apareza (...) dicindo que cheira mal, que cantos días estará iso aí, que ten que haber unha separación da súa casa... Asoballando aos veciños, que el entende das leis do abono...».

María B. E. tiene claro que «vivir no rural non quere dicir que sexamos paletos», al tiempo que se muestra conciliadora con todos aquellos que planteen mudarse: «O rural é marabilloso, pero tamén ten pequenos inconvenientes que teredes que aprender a convivir con eles», concluye.

Sus palabras causaron un hondo eco en las redes sociales. De hecho, otros vecinos del rural de Poio reconocieron que se encontraron con urbanitas que nunca en su vida se habían dado de bruces con una vaca -«ata pensaban que non tiñan cornos», apuntó un vecino de Combarro- o que se asombraban y no daban crédito al ver caballos sueltos por el monte Castrove.