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El mesón Lameiriña de Poio llega a la máxima puntuación en Tripadvisor para que su jefe esté contento en el cielo

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

POIO

Carmen y sus tres hijos, Gonzalo, Cristina y Carmen, con la foto del jefe que colocaron en el local tras su fallecimiento de forma inesperada a los 67 años.
Carmen y sus tres hijos, Gonzalo, Cristina y Carmen, con la foto del jefe que colocaron en el local tras su fallecimiento de forma inesperada a los 67 años. ADRIÁN BAÚLDE

Carmen y sus tres hijos no han tenido tiempo aún de llorar a su marido y padre, Gonzalo, que murió de forma inesperada en julio. Le honran echándole 19 horas diarias de trabajo al cuerpo y sirviendo chipirones de la ría o pescados que dejan fascinado al comensal

30 ago 2023 . Actualizado a las 09:07 h.

La plaza de abastos de Sanxenxo suele ser siempre un hervidero, máxime en verano. Las mañanas pasan entre gritos de «leva este peixiño» y clientes entrando y saliendo. Pero el día 3 de julio el silencio se hizo dueño del edificio. Esa jornada, a causa de un infarto fulminante, en el propio mercado murió Gonzalo Rodríguez Sanín, fundador del mesón Lameiriña de Raxó (Poio), a quienes las vendedoras no consideraban un cliente sino, como luego le dijeron a su hijo, «uno más de la plaza». Por eso, tras ver desplomado a este hombre que cada día acudía al mercado en busca del mejor género para su restaurante, las pescantinas bajaron la persiana antes de tiempo y se quedaron con la mercancía sin vender. Porque nadie se atrevía a despachar en esa mañana de lunes que ya nunca se les borrará de la memoria.

No han pasado ni dos meses desde entonces. Y a Carmen Agís, su viuda, se le escapa alguna lágrima cuando recuerda lo sucedido. Se la borra rápido con la mano y, como si la emoción no fuese con ella, habla del trabajo que le queda por delante en un lunes cualquiera de agosto. Eso mismo, tapar la tristeza dando el callo, llevan haciendo ella y sus tres hijos, Gonzalo, Carmen y Cristina, desde el fatídico 3 de julio. Le echan de menos, pero se tragan las lágrimas y trabajan duro. Al menos mientras que la temporada fuerte de la hostelería así lo exija.

Tal fue su esfuerzo que este verano, el más duro de sus vidas, su mesón, el Lameiriña, acaba de alcanzar la puntuación máxima en Tripadvisor. La familia cree que es una señal, un aviso directo al cielo para que su marido y padre, su jefe en mayúsculas, no vaya a enfadarse desde allá arriba. Que él, dicen sus hijos, era muy de perseguir la excelencia: «Nos metía mucha caña», recuerdan con cariño. 

La historia del Lameiriña, que está a pie de carretera en Raxó y que el mar pontevedrés enfrente, hay que contarla arrancando en los años noventa. Fue en 1991 cuando Gonzalo, que había sido marinero, y Carmen abrieron su mesón con una pretensión clara: la de ofrecer a los clientes el mejor producto de la ría. El buen género se unió a la perspicacia de Carmen en los fogones y de ahí salió una cocina tradicional que gustó al respetable. Con la palabra trabajo escrita en la frente fueron pasando los años; ni uno solo sin abrir de sol a sol cada temporada. Ni uno solo sin echarle hasta 19 horas de trabajo al día desde primavera hasta noviembre.

Al proyecto iniciado por el matrimonio se sumaron sus tres hijos; Gonzalo, que aunque es profesor de Lengua tiene auténtica pasión por la hostelería, Cristina y Carmen. Dicen los tres que nunca les resultó difícil trabajar en familia y que Gonzalo padre era el encargado de que todo funcionase bien. «Era como nuestro pegamento», señalan. El hombre se levantaba temprano, iba al mercado cada mañana y se hacía con los pescados y carnes que luego su mujer e hijos prepararían. Él, aunque ya en edad de jubilación (falleció a los 67 años), nunca dejó de trabajar. En temporada alta renunciaba al cobro de la pensión para ponerse el mandil y ayudar en lo que hiciese falta. Hasta el último día. 

La leche frita casera, uno de los postres estrella del Lameiriña.
La leche frita casera, uno de los postres estrella del Lameiriña. ADRIÁN BAÚLDE

Cuando el 3 de julio murió el patriarca, ni Carmen ni sus tres hijos dudaron de cuál era el rumbo a tomar: «No tuvimos tiempo de llorar a mi padre, sabíamos que lo que él querría es que siguiésemos adelante, que continuásemos dando lo mejor de nosotros mismos en el restaurante», cuenta Gonzalo mientras sirve un café en el que escribe el nombre del cliente con sirope y le pone una cajita de música sonando como compañía de dos galletas. Así lo hicieron y el verano fue, literalmente, apoteósico. A veces tienen lista de espera de varios días para ir a comer. Y recientemente el Lameiriña hizo pleno en Tripadvisor: tiene cinco puntos de cinco posibles

Ni Carmen ni Gonzalo ni sus hermanas le llaman mesón al Lameiriña. Para ellos es «su casa». Y sienten como invitados a los clientes. De hecho, uno de los comentarios que más repiten en Tripadvisor quienes comieron allí es el trato familiar que recibieron. Eso, y la retranca que le echa Gonzalo hijo a la cosa. Entre sonrisas, cuenta que siempre que da cuenta de la carta dice cosas como que tienen chipirones de las 12.50. Y lo explica: «Los pescan, me los traen y cuando entran por la puerta levanto la cabeza y miro el reloj y si son las 12.50 digo que son chipirones de esa hora, porque así es».

Triunfan los pescados, las carrilleras, el osobuco o las gambas, que es el único producto que ofrecen congelado y que informan previamente de ello al cliente. Y por supuesto su leche frita con masa finísima. Todo ello con una preparación «tradicional y básica», dejando que el producto se luzca. 

Sobre las once de la mañana, Carmen madre e hija y Cristina apuran un café para ponerse en acción. Ya tienen las mesas puestas y hay que meterse a fondo con los fogones. Gonzalo, que se encarga del servicio, parece que se lo toma con algo más de calma. Pero nada más lejos de la realidad. Es entrar un cliente por la puerta y que se levante como un resorte para servirle un café acompañado de algún detallito. Nada en el local se deja al azar. Les gusta la decoración y hacer mezclas explosivas, así que no dudan en combinar una mesilla de noche o una coqueta con el mobiliario propio del restaurante.

Al mediodía harán pleno de mesas. Y por la noche seguramente también. Están orgullosos de la lista de espera. Se juntan para una fotografía, se agarran a una imagen grande de su padre que colocaron en la puerta, y miran al cielo. A Carmen madre se le escapan entonces de nuevo un par de lágrimas. Solo dos o tres. Luego vuelve a la faena. Como el jefe querría.