
Abrió una singular tienda, el Arca de Garuda, hace 25 años; ahora prevé bajar el telón de su negocio
14 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Del Arca de Garuda, una tienda ubicada en una zona poco comercial de Pontevedra -en las proximidades del convento de Santa Clara- se podrían decir muchas cosas. Que es un negocio de ropa alternativa; de artesanía; de instrumentos curiosos... Pero para el común de los mortales su espíritu se resume de otra manera: es una tienda hippy. Seguramente, si abriese sus puertas en la actualidad no llamaría la atención. Pero su mérito es que lleva 25 años ahí, al pie del cañón. Y que sus petos coloridos, sus inciensos o sus pendientes empezaron a venderse en los noventa, cuando ni siquiera había en la ciudad demasiados alumnos de Bellas Artes, que fueron los que luego se convirtieron en buenos clientes del establecimiento. Seguramente, alguien corriente no se atrevería a emprender esa aventura empresarial. Pero detrás del negocio estaban Sol Brey y su ex pareja. Ahora solo sigue ella al frente. Es necesario conocerla a ella y a su historia para entender todo lo demás.
Sol nació en una aldea de O Rosal, que se le quedó pequeña muy pronto. Luchó para poder estudiar e hizo el bachiller entre monjas, de las que guarda buen recuerdo. Luego, se marchó por el mundo. Así, literalmente. Agarró una mochila y, haciendo autostop, recaló en distintos puntos del norte de España. Era entonces una muchacha de entre 17 y 18 años. Ahora, que tiene 46 y un hijo ya en la Universidad, aunque recuerda sus viajes «como una gran experiencia», enseguida les pone un adjetivo: «Fue algo un poco temerario».
De aquella época se acuerda del festival de Ortigueira y la «locura» en la que estaba envuelto entonces todo aquel mundo o de las furgonetas hippies de los amigos que fue haciendo. La vida le trajo luego a Pontevedra, donde se puso a estudiar Magisterio. Pero, antes de terminar, surgió la idea de poner en marcha el Arca de Garuda, que debe su nombre a un ser mitológico de las religiones hindúes.
Quería viajar
El común de los empresarios, cuando abre un negocio, lo hace con la idea de ganarse el pan. Pero Sol quería algo más. «Lo que me apetecía era viajar y traer de allí la mercancía, vender lo que pudiésemos ir a buscar, de tal forma que lo que ofreciésemos fuese distinto... La artesanía propia de cada lugar». Logró su objetivo durante mucho tiempo. Viajó a Marruecos, Tailandia, la India o México. Y de todos lados se trajo piezas para ofrecer a sus clientes, ora ropa ora instrumentos musicales o los más variopintos objetos de decoración.
Recuerda que los primeros años su tienda «llamaba mucho la atención» y había quien hasta tenía miedo de entrar: «Los padres se solían quedar fuera, como si dentro fuésemos a morder, y los hijos entraban a comprar... Hubo años muy buenos». Avanzaron con los tiempos y llegó el momento de convertirse en el gran referente en Pontevedra como tatuadores. «Fuimos los primeros en hacerlos. Primero teníamos aquí a tatuadores que los hacían pero luego yo misma viajé a Madrid, me formé y empecé a hacerlos también. Ahora mismo ya no puedo, porque estoy sola y no doy abasto», dice.
Habla así a media mañana, mientras a su tienda llega una joven que se vuelve loca con unos pantalones de coloridos cuadros. Dice que viene a por ellos en unos días, cuando cobre. Entonces, Sol indica: «Los hippies siempre me pagaron bien. Y además no regatean, no confunden la tienda con un mercadillo ni intentan bajar el precio», dice. Acto seguido, entra también un señor que peina canas a buscar un ajedrez. El público es variado. Y parece que hay movimiento. Sin embargo, un cartel que hay en el escaparate es claro: «Liquidación por cierre», reza.
¿Se rinde, se le pregunta a Sol? «De momento, me doy un descanso, necesito un tiempo sabático, como cuando me marché de mochilera», indica con una sonrisa. Explica luego que es difícil sobrevivir en una calle poco comercial y en un momento en el que la artesanía prolifera aquí y allá. Aún así, reconoce que le costó muchísimo colgar los carteles con el cierre y que es posible «que algún día inicie otro proyecto». De momento, a sus 46 años, no tiene planes a corto plazo. «A ver qué ocurre», se despide. Luego, sigue atendiendo a los clientes; contándole la historia de cada pieza que vende, tal y como lleva haciendo media vida.