
Tiene 86 años. Hace cuatro se subía al tejado. No la paró ni una caída con rescate de bomberos incluida
15 nov 2016 . Actualizado a las 08:07 h.Pilar Couso tendría motivos para ser bien desagradable. No en vano, uno se acerca a ella de repente, justo cuando está en plena faena en una huerta que tiene en A Parda y hace que su perro, un pequeño animal blanco de nombre Baby, empiece a ladrar sin freno. Provoca también que las gallinas, aturdidas por el can, se desmanden y vayan a picar la verdura, y que incluso los perros del vecindario acaben dando aullidos por doquier también... Un auténtico desaguisado a pie de leira. Sin embargo, Pilar no solo recibe con sonrisa al forastero. Le invita a abrir la cancilla y pasar a su huerta. «¿Qué se ofrece», pregunta. Uno le ofrece a ella cháchara y la mujer se deja querer. Tiene una de esas historias de trabajo incansable; una de esas vidas consistentes en hacer de tripas corazón un día tras otro que tan inherentes son a cientos de mujeres gallegas, sobre todo, de las más mayores. Pero con dos añadidos a destacar. Es de las que no tuvo ni tiene miedo a nada. Lo dice y, además, se le nota. Y, encima, hace dos años, protagonizó una historia curiosa. «Caín por ese terraplén -explica señalando a un barranco lleno de silvas- e tiveron que vir os bombeiros sacarme. Co pouco que me gusta a min molestar á xente, mira que me deu rabia», resume ella, antes de empezar a desgranar, a pie de huerta y bajo el sol de mediodía, sus espléndidos 86 abriles.
Pilar, desde hace muchos años vecina de A Parda, es de Moraña. Uno le pide que cuente qué aldea la vio crecer y casi se enfada. «Para, para... aldea ningunha. Eu sonche dunha vila, son de Santa Lucía, non te vaias enganar», empieza diciendo. Cuenta que tendría siete años cuando le pusieron el primer sacho en la mano. Le tocó trabajar duro en el campo desde niña. Y venirse, también muy joven, a Pontevedra a servir. Trabajó en varias casas. Fue doncella. Se le pregunta si era de las que llevaba uniforme y cofia y responde, casi ofendida: «¿E logo que ía levar nunha casa de xente tan importante? Pois claro que levaba. Eu servinlle a comida ata a gobernadores... ¿E logo que pensas, que non ía ben vestida? Pois claro que si, que levaba o meu traxe. Faltaría máis», cuenta. Dice Pilar que su abuela, que sufrió lo suyo, le había dejado bien claro por qué no debía casarse: «A min dixérame que se me tocaba unha cruz de madeira que a iría levando, pero se me tocaba de ferro... Entón que era complicado», explica en alusión a los hombres y el matrimonio.
El perro sanador
Pero ella sí se casó. Lo hizo con un hombre de Pontevedra al que conoció cuando era zapatero y que ya hace años que falleció. Pilar, gallega hasta la médula, incapaz de responder sin preguntar algo de paso, señalaba ayer: «
¿Se o meu home era bo? ¿E ti que cres? Eu penso que mandaba eu. Eu pénsoche que se che foi así, porque eu nunca parei, sempre tiven moita iniciativa. Criei a tres fillos e traballei e traballei... quieta non dou estado nunca»
. Mientras habla así, efectivamente, no para. Arranca unas hierbas de entre unas silvas con la mano. Se hace un rasguño y sangra. Llama al perro. Le lame la herida y ella dice:
«Non che hai mellor cura ca esta».
Así es ella. Tan práctica como resistente.
Pilar, amén de sus trabajos haciendo horas en casas, lleva cuarenta años cuidando la huerta y a algunos animales. Antes tenía cerdos. Los criaba y los vendía. «Pero dende que quitaron a feira de Pontevedra pois xa nada, alá foi todo», cuenta. Pese a los 86 años, no deja de plantar, ni siquiera las patatas. Y eso que este año está enfadada porque no tuvo cosecha. «Coméronas os ratos», informa. Mañana y tarde está en la finca. Día tras día. De todas formas, tampoco debe suponerle un gran esfuerzo... teniendo en cuenta que, según explica, a los 82 todavía se animaba a subir a los tejados si había que arreglar alguna cosa.
Fue en la huerta donde vivió su particular caída. Resulta que, al lado de donde ella tiene la finca, hay un terraplén que antiguamente, según explica, pertenecía a Renfe. Está a tope de silvas. Ella misma suele limpiarlo para que no presentase ese aspecto lamentable. El caso es que un día, caminando pegada al barranco, se le fue un pie y acabó rodando ladera abajo. «Pois fun a rolos e case nin me decatei», dice. Cuando se dio cuenta estaba en el fondo del terraplén, toda llena de arañazos. Pasó un día entero ahí metida. Dice que gritaba pero nadie la oía. No veía por dónde salir -el lugar tiene una profundidad considerable-. Se le ocurrió intentar hacer unas escaleras con escombro que había allí. Puso un colchón, distintos deshechos... Pero no había manera. No llegaba. Al fin, una vecina la oyó. Y acabó llamando a los bomberos, que la sacaron de allí. Agradece el operativo, pero no le gustó mucho a ella que no la dejasen ir por su propio pie andando a casa: «Quixeron limparme e mirarme. Pero eu estaba ben. ¿Que me ía pasar a min aquí se coñezo isto como a palma da man? Eu medo non tiña», insiste.
Habla así y mira el reloj. Se acerca la hora de comer y regresará a casa. No tardará en volver a la huerta. Dice que dentro de la vivienda se le cae el techo encima. No le gusta la tele. Mucho menos salir o viajar. Lo suyo es trabajar y punto. A veces sí le interesan las noticias. Pero no siempre. Dice que no se enfada con los políticos corruptos o que no cumplen. «Non fai falta que ninguén se enfade con eles. Andan moi ghichos... Pero xa Deus os porá no seu sitio», remacha.
«Andan moi ghichos, pero xa Deus os porá no seu sitio», opina sobre los corruptos