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Arte y vitalidad para plantar cara al Alzheimer

Bea Costa
bea costa CAMBADOS / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

MARTINA MISER

Saúl Otero fue profesor en Cambados durante años y, ya jubilado, se instaló en Pontevedra con sus lienzos y pinceles. Hoy inaugura en Cambados la exposición «Chispas e virutas»

24 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy va a ser un día emotivo para Saúl Otero. Vuelve a Cambados, una de sus «patrias», para inaugurar la exposición Chispas e Virutas. El público acudirá al reclamo de sus pinturas y esculturas y, también, para reencontrarse con el amigo, tres años después de que dejara la villa para instalarse en Pontevedra. La ciudad del Lérez no le era desconocida. Allá se fue con ocho años a estudiar al colegio Inmaculada Concepción y acabó volviendo, ya jubilado, para estar más cerca de los suyos.

Lo verán, le vemos, jovial, animoso pero más delgado. «E que teño Alzheimer», explica con total naturalidad. «Xa llo dixen a todos os amigos, ¿para que o vas tapar?». A los 60 años, hoy tiene 63, empezó a notar «cousas raras» y los médicos le dieron un diagnóstico que nunca querría haber oído, pero Saúl supo afrontarlo con una entereza pasmosa. Derrocha vitalidad y positivismo. «¿Que vou facer? Ao principio foi duro, pero eu nunca fun de engurrarme. Hai que empuxar», dice. Y el mejor soporte que tiene para tomar impulso es su mujer, Marité, sus tres hijos y sus siete nietos, y, por supuesto, su pintura. «Di a neuróloga que faime ben, mantenme activo. Por pintar e porque cando vou ao estudio que teño en San Antoniño sempre atopo con algún amigo e tomas un café», cuenta.

Cogió el pincel por primera vez siendo un adolescente y ya nunca lo dejó. Estudió Magisterio, empezó a ejercer, llegó la familia, pero la pintura y la escultura siempre le acompañaron. En sus clases de Plástica supo contagiar su amor por el arte a cientos de alumnos. Una de las satisfacciones que le ha dado la vida es haber contribuido a que aflorara algún talento oculto, también el de su hijo Xandre que, como su padre, pinta. Él sí pudo estudiar Bellas Artes, algo a lo que Saúl tuvo que renunciar por falta de recursos. Así que lo suyo es autodidactismo puro y duro, y dedicación. «Sacaba horas do sono para poder pintar», explica su mujer. Alude a los años en que daba clase en Placeres (Pontevedra), en Moaña, en Tremoedo (Vilanova) y en Cambados, donde primero estuvo en el colegio de Castrelo y, después, en el Antonio Magariños. Su cuna está cerca, en Arnosa (Vilalonga-Sanxenxo), pero en la villa del Albariño tiene asideros muy sólidos. Allí crio a sus hijos, hizo amistades y educó a una generación que sigue recordándolo. «As veces saúdanme pola rúa pero vánseme as caras». Se jacta de que entre sus mejores amigos está un exalumno y por ser él quien es, dos cambadeses llevan el nombre de Saúl. «Fun moi feliz sendo mestre», señala, como felices fueron sus años de juventud, cuando jugaba al fútbol, acudía a las fiestas de la Peregrina y tiraba millas en bicicleta hasta Redondela, relata en un improvisado repaso por su biografía.

La docencia es una parte fundamental de su vida. Su preferida era la asignatura de Plástica, pero Otero también dio Matemáticas, Galego, Sociales..., y siempre estaba dispuesto a organizar charlas, exposiciones y proyectos que algún premio le canjearon, como el de la Fundación Granell. «Só dar clase non me enchía, quería algo máis». Y sigue buscando, a través de su arte, alejado de rivalidades y de ambiciones y con la serenidad que dan la experiencia de vivir y la enfermedad. «Ante todo, o que importa son as persoas, ao resto non lle dou importancia».

 

La exposición

Chispas e Virutas recopila la obra de varias épocas y los diferentes estilos y materiales que maneja Saúl Otero. Allí están las Neuropatías del 2005, abstractos en tinta china y pastel graso que plasman «as miñas neuras»; sus Lideiras en acrílico; los carboncillos de su estancia en Mosty (Polonia), y sus retratos en acuarela de Blanco Amor, Carlos Casares y Luis Seoane, hechos por encargo de Miguel Anxo Fernández para una exposición que se pudo ver en Cambados años atrás. Quizá por herencia de su abuelo José, que era carpintero, a Saúl también le gusta trabajar con formas y texturas, y en los últimos años se ha volcado en la madera y el hierro. De una alambrada nace Estrellas de ferruxe y es capaz de convertir en arte el trozo de una vieja gamela y un serrucho. En su vida y en su obra está muy presente el mar, tanto que en la sala Torrado solo falta el olor a salitre. Lo demás lo pone él. «Milleiros de historias vividas, contidas, en comuñón con outros elementos dispostos a narrar un novo relato no maxín do espectador», escribe su sobrina Paula Tilve. Chispas e Virutas se inaugura hoy (20 horas) en la sala Torrado.