¿Qué especies hay que coger para lavar la cara el día 24? Castro elaboró una guía con distintas propuestas
22 jun 2017 . Actualizado a las 12:42 h.Suele pasar a menudo. Quienes más saben de un tema, sobre todo si se trata de algo relacionado con la tradición, son los que menos se atreven a hacer aseveraciones drásticas sobre él. Prefieren ser contenidos, cautos, hablar siempre con el «posiblemente» delante. Eso ocurre cuando uno charla con Amancio Castro, profesor jubilado de Ciencias Naturales, sobre las hierbas de San Xoán. Es una voz autorizada en la materia. No en vano, empezó en el 2009 a hacer un curioso trabajo de campo. De la mano de Vaipolorío, una asociación de la que es directivo, cada año acudió a una parroquia por la que pasa el río Gafos y en cada una buscó vecinas -la de las hierbas de San Xoán, tal y como él señala, es una tradición mantenida por las mujeres- que le diesen sus receta del «cacho», que es como le llama en esa zona al agua plagada de flores y hojas con las que la tradición indica que hay que lavarse el día 24. Este año, después de recorrer todas las parroquias, compiló datos y editó una guía. ¿Cuál es la conclusión del libro? Castro tira de prudencia: «Que hai tantas formas de preparar o cacho coma persoas que o fagan, son moitísimas variantes. Hai herbas que se repiten en moitas, pero outras non».
Con Amancio, sentado a la mesa del café Moderno, se puede hablar durante horas de las tradiciones de San Xoán sin aburrirse. Trufa anécdotas divertidas por el medio. Como la que le contaron que sucedió hace años, cuando era tradición mover los carros de las vacas de sitio en la víspera de San Xoán. «Parece ser que nunca aldea enriba dun carro estaba durmindo un home. Pois levárono sen que espertase e acabaron botándoo ao río», cuenta entre risas. Luego, habla de ese trabajo de campo con las hierbas. Yendo, año tras año, parroquia por parroquia, comprobó que hay algunas especies que son fetiche a la hora de elaborar el «cacho». Es el caso de la hierba luisa, el romero o el tomillo. La que más le sorprendió fue una vecina que le dijo que ella le echaba un helecho que los miembros del colectivo Vaiopolorío, dedicados en cuerpo y alma al río Gafos, nunca habían visto en las orillas de este cauce. «Chamounos moito a atención que dixera que lle botaba ese fento, que ela dixo que se chamaba lingua de ovella. O caso é que tempo despois puidemos atopalo onda o Gafos», dijo. También recuerda bien cuando fue a casa de Carmen Estonllo, que falleció el año pasado a los 107 años y que cuando a él le recibió ya era centenaria: «Tiña unha memoria prodixiosa, díxonos todas as herbas sen esquecerse de nada, foi incrible», indica.
No se atreve a decir de qué lugar parte esa tradición. Señala que es ancestral y que hay datos que indican que pudo estar prohibida al cristianismo, porque se asociaba a la brujería. «Suponse que o feito de lavarse con elas é para espantar o mal de ollo. Ademais algunha xente seca esas follas e flores e, por exemplo, quéimaas e pásaas pola pel cando lle pica un bicho ou ten unha urticaria», dice. Amancio habla con entusiasmo de las hierbas. Podría pensarse que es que este tema le apasiona. Pero conforme avanza la conversación queda claro que, en realidad, todo aquello relacionado con el medio ambiente, con la naturaleza o la tradición son pequeños motores de su existencia.
Las angulas de A Xunqueira
Porque Amancio, de pequeño, ya le tiraba el asunto natural, aunque quizás un ecologista de nueva hornada se asustaría con lo que hacía. Él vivía en la calle Real, en el centro pontevedrés. Pero los mejores entretenimientos los encontraba en las Xunqueiras de Alba. «Alí collíamos de todo. E cando chegabamos á casa... mandábannos tirar todo. Collíamos un montón de angulas, había moitísimas, era un auténtico criadeiro». Sus experimentos a pie de campo se multiplicaban cuando podía escaparse a la casa de sus abuelos, en Cotobade. Estudió Magisterio y su primer empleo fue formando a adultos que se presentaban a oposiciones. Les daba matemáticas. Un buen día decidió que él también debía opositar. Sacó la plaza en la rama de Matemáticas y Ciencias Naturales, y fue esta segunda disciplina la que ocupó su vida laboral. No fue un profesor al uso. Seguramente muchos alumnos le recordarán por su querencia por la docencia a pie de campo, haciendo experimentos, descubriendo ecosistemas... Siempre le tiró la pedagogía, de hecho, desde los años ochenta lleva vinculado a Ollo de Sapo, especializado en buscar recursos en gallego para la escuela y también formó parte de la Sociedade Galega de Xeografía.
Como maestro, dio clases en Castrelo (Cambados), en Mosteiro (Meis), en el Cefore -el antiguo centro de formación de docentes-, en Mondariz y, en la última etapa, en el instituto Xunqueira II. Dice que nunca le gustó quedarse demasiado tiempo en un mismo sitio. Lo cuenta, como todo, con una entrañable anécdota: «Unha vez en Mondariz vin que unha antiga alumna miña viña a traer xa ao seu fillo ao colexio... entón dixen para min mesmo: ‘Amancio, vamos a outro lado, non podemos seguir no mesmo sitio sempre’». Quizás sea ese carácter, el de renovarse o morir, el que hace que, ya jubilado, mantenga una enorme actividad. Le gusta ser montañero, palmar la naturaleza y, cómo no, las hierbas, de San Xoán. De ellas, dice que no es ningún experto. Simplemente, un notario que se encargó llevarlas al papel.