
El Salón pontevedrés ayuda a los niños a romper con estereotipos y soñar con ser quien les dé la gana de ser
15 abr 2018 . Actualizado a las 16:34 h.Canta Sabina desde 1980 que «las niñas ya no quieren ser princesas». Pero el poeta de Úbeda, cargado de razón en muchas otras canciones, en esta estrofa se equivoca. Las niñas, querido Sabina, sí que quieren ser princesas. Quieren serlo aunque sean hijas de padres y madres que les insisten hasta la saciedad en que ser princesa es aburridísimo, quieren serlo aunque sus familias les digan que todos esos cuentos en los que un príncipe azul salva a la princesa son un rollo, que bien podrían ser ellas las que se salvasen solitas. Ellas quieren ser princesas, como las omnipresentes Elsa y Ana, como Bella o Cenicienta. Hasta que pisan el Salón do Libro de Pontevedra y, entonces, suceden los milagros. Sí. Porque el Salón de este año es un parapeto contra los estereotipos: le demuestra a niños y niñas, pero sobre todo a ellas, que de los corsés se huye fácilmente y que se puede ser cualquier cosa pero, sobre todo, se puede ser libre. Pongamos un ejemplo para irnos entendiendo.
Ayer mismo, una niña vilagarciana de cinco años, veterana en esto de acudir al Salón do Libro, llegaba al Pazo da Cultura con su cabeza poblada de clichés. Empezó el Salón por la parte lúdica, la del recinto ferial, y allí se encontró con Carballo con Botas, que andaba él con su bicicleta y su campanilla llamando a los niños a capítulo para que fuesen a escuchar un cuento. La pequeña acabó sentada en el suelo escuchándole. Así se enteró de que respiramos gracias a los árboles y de que los incendios son nuestro enemigo público número uno. Carballo con Botas la invitó luego a ella y a otros pequeños a dar una vuelta en su bici, metidos en el cesto que lleva detrás. Recorrieron el Salón de cabo a rabo y, entonces, la niña en cuestión descubrió lo que para ella fue el no va más. «¡Mamá, llévame por favor, que allí adelante hay un trono para que me pueda sentar en él y ser una princesa!», indicó mientras echaba a correr hacia un rincón del Salón donde, efectivamente, hay una especie de trono de color dorado.
La niña llegó, aposentó su real cuerpo en el trono y, efectivamente, se sintió princesa. Pero justo en ese momento por allí llegó una de las monitoras del Salón -otra de esas maravillas de la cita pontevedresa es el personal, que sabe a la perfección como ganarse a los pequeños- y comenzó a leerle lo que ponía sobre ese trono. «Que ninguén pense por ti, que ninguén sinta por ti, que ninguén decida por ti...», iba leyendo la monitora. Y la niña callaba. «Recorda sempre que podes ser o que ti queiras chegar a ser», le insistía, mientras la pequeña escuchaba. No duró mucho la cosa. A los pocos minutos, la cría salió pitando hacia otros lares, porque el Salón es mucho Salón y los críos enseguida vuelan hacia ese lugar donde comparar objetos con sombras, o aquel otro donde se pintan mujeres de cuento. Y así hasta terminar la jornada. Ya en el coche, la niña dijo algo: «Mamá, yo voy a ser princesa, pero una princesa libre». El Salón funciona.