Bonnie Cooper, soprano canadiense afincada en Pontevedra: «El canto es mitad escuchar y mitad cantar»

Cristina Barral Diéguez
cristina barral PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

La soprano canadiense afincada en Pontevedra Bonnie Cooper, en su estudio
La soprano canadiense afincada en Pontevedra Bonnie Cooper, en su estudio Ramón Leiro

La profesora lleva diez años viviendo y trabajando en la ciudad. Entre sus alumnos, un grupo de adultos, Happy Singers, que se divierten interpretando canciones pop rock en inglés

09 feb 2024 . Actualizado a las 11:13 h.

Con un marido y un hijo gallegos y tras diez años viviendo en la ciudad, Bonnie Cooper (Toronto, 1984) se siente una pontevedresa más. La soprano y profesora de canto está plenamente adaptada a la vida en la capital de la provincia, a la que llegó por amor. «Me encanta Pontevedra. Disfruto con los edificios, paseando y de la vida en la calle. Es como una postal turística, pero viva». La excusa para compartir un café mañanero con ella es que participará por primera vez como monitora en el programa de ocio Noites Abertas, dirigido a jóvenes de 12 a 30 años e impulsado por el Concello de Pontevedra. A partir del viernes 23 de febrero impartirá un taller de canto. Está ilusionada porque es una actividad nueva para ella y al ser gratuita para los asistentes permitirá acercar el canto a todo tipo de públicos porque, dice, «no todo el mundo tiene recursos».

Algo resfriada, echa la vista atrás y recuerda que empezó hablando «muy mal castellano». Ahora se desenvuelve perfectamente, aunque continúa con sus clases de español, a las que ha sumado las de gallego. «Sigo con las clases de castellano porque a nivel escrito la exigencia es mayor, aunque soy de las que piensa que tienes que darte permiso para hacer algo mal, sobre todo al principio». De repente, se pasa al gallego. «Falo galego bastante ben, estou pochiña de voz. Estou aprendendo galego porque vivo aquí e é unha forma de contribuír máis á sociedade», afirma.

Bonnie vuelve al castellano porque así habla más rápido. Cuenta que vive de las clases de canto y de actuaciones como soprano para conciertos y eventos. Mantiene su estudio en la calle Real y presume de alumnos, dos grupos de niños y uno de adultos, Happy Singers, que se reúne todos los martes para cantar canciones de pop rock en inglés. Empezó su estancia en Pontevedra dando clases para aprender inglés cantando, y la cosa fue cambiando hasta transformarse en un coro «más divertido».

¿Todo el mundo puede cantar?, se le pregunta. Bonnie subraya que siempre hay margen de mejora. «Mucha gente no se anima porque dice ‘canto mal’. No todo el mundo puede cantar ópera porque no llegas, pero gente que no tenía oído sí lo consigue. El canto es mitad escuchar y mitad cantar», expone. Como profesora apunta que ella da la mejor formación que puede dar, pero le pide a sus alumnos un esfuerzo en casa. «Somos un equipo. La voz es como un coche, no puede ir sin piloto, y la música es como un jardín, hay que cuidarlo». En su caso, durmiendo bien y descansando la voz. Y añade que prefiere un alumno muy serio a uno con mucho talento porque el segundo, dice, al tenerlo más fácil se esfuerza menos. En sus clases hay más mujeres que hombres y, como pasa en los coros, busca voces masculinas.

Antes del taller de Noites Abertas, donde entregará a los participantes un cuaderno de fundamentos de canto, tiene en su agenda un concierto de San Valentín. Será este jueves, 8 de febrero, a las 19.30 horas, en el Conservatorio Manuel Quiroga de la ciudad No faltarán en el repertorio Romeo y Julieta de Tchaikovsky; arias de Mozart, y la Habanera Carmen, de Bizet. La acompañarán al piano Samuel Serrano y también alumnos. Bonnie, que es mucho de San Valentín, recuerda que conoció a José Luis, su marido, en Ottawa y que después de un tiempo se reencontraron en Cambridge, en Inglaterra. Él es músico, compone y diseña sonidos para videojuegos. «Ya llevamos doce años casados y tenemos un hijo. ¡Cómo pasa el tiempo!». Ese hijo es Óscar, que cumple 7 años.

Fuera del trabajo, le gusta hornear dulces, sus juegos de té, leer y cuidar de un jardín que reconoce tener un poco olvidado. Se acaba el café y, ya en la calle, la saludan con un «¡Adiós, pretty woman!». Es una alumna suya.