El músico que saca petróleo de su mandolina

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SANXENXO

CAPOTILLO

Lleva actuando desde los doce años. Con trece, cual Joselito, ya daba conciertos a emigrantes en Alemania

16 jun 2016 . Actualizado a las 08:55 h.

«¡E agora, o noso gran Dani Dopazo vai tocar Granada coa súa mandolina. Chega dende Vilalonga, Sanxenxo, para estar con todos vós!». Esa frase la pronunciaba este último sábado el cantante de una orquesta, de La Oca Band, en Rodeiro, uno de los municipios más rurales de Pontevedra. Aunque el hombre le puso énfasis, la verbena estaba descafeinada y el respetable ni se inmutó. Nadie parecía mirar a un músico que, mandolina en mano, bajaba del palco y se subía a un pequeño muro de piedra. Pero todo cambió en unos segundos. El hombre agarró su viejo instrumento de madera, comenzó a sacarle sonidos... Y puso a sus pies al público, desde los fans de los pasodobles a adolescentes carne de reguetón. Tras la actuación, tocaba, lógicamente, preguntarle a Dani cómo se obra ese milagro. Y el hombre lo contaba quitándose méritos: «É polo son que ten este instrumento. É algo incrible. Cando facemos probas de son nun sitio vemos que é empezar a tocar e que todo o mundo mire. A pena é que a mandolina está en vías de extinción, penso que son o único que a toca electrónica nunha orquestra». Así comienza la charla con Daniel, con la mandolina como excusa. Pero pronto uno se da cuenta de que hay que tirarle del hilo... que en su caso es un hilo musical.

Daniel, efectivamente, tal y como anunciaba el cantante de su orquesta, es de Vilalonga. Y fue en su tierra donde se inició en la música. Lo hizo a los siete años. Junto con varios amigos y un profesor formó la Xoven Rondalla de Vilalonga, donde comenzó su historia de amor eterno con la mandolina. Con un inicio tan precoz, estaba claro que pronto daría pasos en firme en el mundo de la música. Y así fue. A los doce años, junto con el conocido cantante de Panorama, Lito, se embarcó en el grupo Bluestar. Solo doce meses después, en plena adolescencia, y con esa formación, hizo una gira por Alemania. Entonces, aunque ya empezaba a tocar el bajo, era también solista. Corría el año 1989. La emigración desde Galicia a Europa todavía cotizaba al alza. Y allí estaba Daniel, cantando una que se llamaba Vin chorar a unha nai el día de Navidad en un pueblo del norte de Alemania. «Era algo impresionante. Todo o mundo chorando ao escoitarnos. Era toda a xente que se marchara de aquí... Era moi forte todo iso».

La gira fue tal que iban para dos conciertos y se quedaron allí un mes. Él y Lito eran los alevines del grupo. Pero el resto de la formación tampoco pasaba demasiado de los veinte años. Daniel reconoce que sus padres tuvieron mérito. Porque le apoyaron desde el principio. Y eso que a su padre le costó asumir que a los 16 años dejase los estudios para dedicarse profesionalmente a la música. «Levouno mal, pero foi a Ourense e comprou o mellor baixo que atopou. E a día de hoxe sigo tocando con ese mesmo instrumento», dice Daniel. Ahora es él quien es padre de un joven, al que también le picó el gusanillo de la música, pero al que le recomienda que siga estudiando.

Vivir a contracorriente

Sale su hijo en la conversación cuando uno le pregunta cuál es la cara B, si es que la hay, de dedicarse al mundo de las orquesta, de vivir de noche.

«Pois creo que ao longo da vida do meu fillo, que xa ten 18 anos, non estiven con el máis que unha vez ou dúas o día do seu aniversario... Naceu en agosto, e eu sempre estou actuando

», cuenta. Cuando lo dice, su voz, esa que ha propiciado tantos aplausos a lo largo de su vida, se le quiebra un poco. Pero se nota que es de los que siempre ve el vaso medio lleno. Y vuelve a poner cosas positivas en la balanza. Toca recordar anécdotas. Y reír. Daniel, aunque ahora pertenece a La Oca Band, antes estuvo en una larga lista de orquestas. Europa. Caribe, Nostalgia, Solara, Ritmo Joven... Así que tiene episodios cómicos para dar y tomar. Recuerda el día que empezó a cantar una canción de Estopa, que dice que son peligrosas, como las de Sabina, porque no suelen repetir estrofas y además van muy rápidas. Se perdió con la letra. Y tiró de inventiva:

«Ao principio non se notaba, pero avanzaba a canción, eu seguía inventando e vía a un rapaz no público que me facía xestos como dunha xiringa no brazo... Vamos, como preguntándome se me chutaba ou que».

Dani, más por carácter que por defecto profesional, es de los que se animan rápido. Recuerda esa anécdota de la canción de Estopa y enseguida le vienen a la mente mil y una historias más, como la de una procesión en la que tocaba los platillos, se le cayeron y no era capaz de atraparlos entre el cura, el santo y los fieles. Luego también recuerda algunos de los hitos de su carrera. Como cuando fue a Madrid y lo descubrió Juan Pardo. Le pidió que tocase para la grabación de un disco. Pero «tiven 41 de febre e non puiden ir». No se le escapó luego una gira con el artista. Le acompañó por toda España. «Aos vinte e poucos anos pasei de tocar nunha orquestra a facelo en prazas de touros e para 20.000 persoas», dice. En esa época, tocó incluso para Rocío Jurado. Dice que la más grande, era, de verdad, muy grande. Como él, que a sus 49 años sigue dándolo todo con su mandolina y su bajo, sacando del letargo al público aunque sea en una verbena diminuta.