«En mi primera clase de aeroyoga le susurré al columpio: trátame bien, porfi»

SANXENXO

XAIME RAAMLLAL

Hice una semana intensiva y volví enamorada de una modalidad en auge. Por momentos me sentí como una niña otra vez, y «acróbata», sin miedos... ¡Namasté!

22 ago 2021 . Actualizado a las 16:04 h.

Soy yogui (entendido por la definición de ‘persona que practica los ejercicios mentales y físicos del yoga' más que por la de ‘asceta que sigue la doctrina filosófica del yoga') desde que era una chavalilla y descubrí un buen día el best seller mundial El nuevo libro del yoga del Centro Sivananda, con el que me inicié de forma autodidacta. Libro que guardo con cariño, por servirme de puerta de entrada a un mundo nuevo y que años después, en un retiro de yoga en Sanxenxo, me firmaría la misma mujer de la que apreciaba y admiraba tanto su semblante armonioso como su enorme flexibilidad en las asanas que ilustraban las fotografías de la publicación: Narayani. Aunque verla en vivo y en directo aquella semana, que fue relax total para mi cuerpo y mente, superó todas las expectativas del papel. Era en una época en la que aún tuve que escuchar de algún pariente cercano comparar el yoga con una «secta». Así, sin tapujos. Y con muchos clichés, hasta que el yoga se ha ido extendiendo con una red cada vez mayor de alumnos y de monitores, para alegría del ser humano. En esta sociedad cargada de estrés, multitareas, aceleración, conciliación ficticia, jornadas de trabajo que parecen interminables, multitud de quehaceres diarios... cuando la mente hace «plof», ahí está el yoga para servir de faro y de isla donde descansar del mundanal ruido. Aunque sean diez, veinte, treinta o sesenta minutos haciendo el Saludo al Sol, el Pranayama (ejercicios de respiración) o poder hacer un reseteado con la meditación.

XAIME RAAMLLAL

Mi siguiente «nivel» después de más de dos décadas practicando yoga me llevó a probar cosas nuevas. Novedades que ya tenemos en A Mariña de Lugo y otros rincones de Galicia como es el yoga aéreo. En O Sol Yoga y Pilates, en Foz, recibí una semana intensiva de clases. Fue todo un descubrimiento para mí; mis partes emocional y física, cuya «unión» posibilita la disciplina milenaria, lo agradecieron enormemente. Es necesario contar con una infraestructura adecuada: un columpio hecho con tela (en este caso de paracaídas) y un anclaje firme al techo. ¡Y ganas de pasárselo bien!

Lo primero que me llamó la atención desde el minuto cero fue el regreso inmediato a mi niñez, porque el balanceo se siente al primer contacto como algo que te mece y acuna, y que te pide columpiarte espontáneamente sin importar la edad. Es una sensación lúdica muy agradable. Pero antes que nada, la atención se la debe llevar la «profe». La mía, Carolina Geneiro (la protagonista de las imágenes), con un acento argentino que ya ejerció en mí una calma instantánea al irrumpir en la sala, descalza. La clase de hora y media se me hizo breve. La primera parte se centró en tomar contacto con la sensación, ser consciente del lugar donde estás y el instante presente. Al principio, existe una combinación de asanas compartiendo la esterilla y con apoyo del columpio para ir familiarizándome con el mismo e irle susurrando «soy tu amiga, trátame bien, porfi», a la vez que se trabaja el fortalecimiento de brazos y zona central (abdomen), con el fin de ayudar a ganar seguridad a unos palmos del suelo.

Elegante y divertido

Las asanas clásicas del yoga que se realizan habitualmente tienen su correlación en el yoga aéreo, pero con la gracia y la elegancia que aporta el también llamado «aeroyoga» y con ese punto de diversión que a veces podría «faltar», por decirlo de algún modo, en tierra firme. Incluso cuando cierro los ojos me apetecería cantar «Volare...», pero para no perder la concentración y desalojar a medio barrio, mejor no. Hasta que llegan las posturas invertidas y eso de verte boca abajo cual murciélago ya me parece una aventura imposible... ¡Pero lo hago, y con facilidad! Realmente no se baja tanto la sangre a la cabeza. Todo va genial. Regreso de la postura con una sensación diferente. No soy la misma después de haber dejado descansar mis órganos internos un rato, con el mundo al revés y sin el peso de la gravedad. La Pinza, el Guerrero y muchas más asanas tienen cabida, pero abrazada por el columpio parecen más livianas.

XAIME RAAMLLAL

El momento «culmen» para mí fue cuando Carolina me pidió el «todavía más difícil» en este símil yogui con la acrobacia y quedarme como en la imagen superior de esta columna. Aunque ves el suelo, dejarte caer hacia adelante es todo un reto. Y cuando lo superas, más allá de los beneficios de la postura en sí misma, hay otro que gana puntos: pareciera que tus miedos internos se disipan y que ganas confianza y fe. Así que más allá del plano físico, el emocional y el mental reciben muchas ventajas con el yoga aéreo. La relajación final, sobre el columpio, ya my friend, me transporta de nuevo a la niñez, como un agradable arrullo de bebé. Conclusión: animo a probar y dejarse llevar por el vaivén.

Hace casi un año que nació O Sol Yoga y Pilates, en plena pandemia. El yoga aéreo llegó a su oferta porque Carolina Geneiro ya lo había impartido previamente en Bienestar, a propuesta del centro. «Fue un éxito», señala, por entenderse como una «propuesta diferente a nivel físico y emocional» y que ha ido ganando adeptos, aparte de la menda. Sentado sobre la base del yoga, ella percibe como extras «los beneficios concretos que tiene. Por ejemplo, el nivel de descompresión de la columna que se consigue con el yoga aéreo no hay manera de conseguirlo, creo que solo en muy pocas disciplinas. Al estar colgado, el nivel de descompresión es altísimo; para mí es el principal beneficio y la principal diferencia». «Después -continúa- creo que tiene un tono mucho más lúdico que otro tipo de yoga aunque, creo que todo yoga debería tener la oportunidad de jugar y divertirse, no debería ser ni tan serio ni tan solemne. El yoga aéreo es muy lúdico. El balanceo del columpio te regresa a la infancia. Inmediatamente, cuando llegamos, nos empezamos a balancear. ¡Es lo más lindo que hay!». «También creo que puede llegar a ser al principio mucho más desafiante por el mero hecho de intentar mantenerse», añade, ya que, por mi experiencia, los primeros pasos son similares a los de un niño, con algo de desequilibrio que con sesión a sesión se va corrigiendo, ganando estabilidad.

En palabras de Carolina, aún abre más campos: «Lo que te permite el columpio, al sostener el cuerpo, es realizar posturas que en un primer momento sería inalcanzable hacerlas en el suelo, en la esterilla. Por ejemplo, si tenemos dificultad para realizar invertidas o llegar a un nivel medio, el columpio lo permite hacer sin problema desde un primer momento, y pasar por esa experiencia es fantástico. Igual es un complemento que te ayuda a perder el miedo a ciertas asanas en la esterilla». Sigue: «Para perder el miedo es especial. El columpio ayuda a desarrollar la confianza porque sabes que está ahí y te va a sostener. Es muy beneficioso en el sentido de desarrollo interno personal, pero también físicamente, porque te exige mucha fuerza en la línea media del centro, fortaleciendo la musculatura del abdomen y de los brazos... Lo habrás notado». Noté, noté... que hasta descubrí músculos en mi cuerpo que pensé que no existían. «Trabajamos en contra de la gravedad, lo que buscamos es liberarnos de las ataduras del peso del cuerpo. En el yoga aéreo eso es clarísimo», finaliza.

El bum del yoga está ahí, eso es innegable. «Todo esto existe desde hace mucho. Con la pandemia creo que hubo una aceleración de los tiempos, buscando un salto a una calidad de vida. Todo se vuelve más visible y accesible, también gracias a las redes sociales, la conexión a Internet, la oferta...», comenta Carolina Geneiro, que te anima a «seguir creciendo». Y a «encender tu sol».