Tanto Feira Franca, que volvió con una impresionante participación, como las cifras del turismo en Sanxenxo y Rías Baixas, son valores a conservar, pero esquivando la masificación
04 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Acabo de leer que en Baleares, tanto el gobierno regional como agentes sociales y medios de comunicación, se cuestionan qué hacer para preservar esas islas del riesgo de morir de éxito con tanta masificación turística. Es un debate que lleva instalado un lustro en la sociedad balear y que todavía no ha sido completamente resuelto. Se plantean medidas de contención ante la avalancha que les supone la arribada de 16 millones de turistas que les visitan tal año como este 2022 de recuperación. Aunque ya existe una tasa turística general para viajar a esas islas, luego hay medidas singulares. Por ejemplo, en Formentera limitan desde hace cuatro años el número de visitantes, una medida que va a imitar Ibiza, mientras en Mallorca se plantean reducir el número de cruceros que arriben a diario al puerto de Palma.
Aquí, en Galicia, tenemos un debate similar, que ha reverdecido con los apabullantes datos de visitantes y peregrinos (ya van más de 300.000) que afluyen este segundo año Xacobeo a Santiago. Bugallo, el alcalde compostelano, que siempre fue reacio, ahora parece transigir con la aplicación de una tasa turística que demandan el comercio y la hostelería locales para asumir los sobrecostes de limpieza y consumos que genera esa población flotante. De momento, la Xunta no parece por la labor, a tenor de las declaraciones del presidente Alfonso Rueda.
Obviamente con la obligada distancia que impone la diferencia abrumadora de cifras, pero tomando como ejemplo ambos casos, venimos de vivir dos eventos que, entre nosotros, también se pueden ver amenazados con el riesgo de morir de éxito y, por tanto, quizás requieran darle una pensada para evitar que se desmadren. Me refiero tanto a la Feira Franca de Pontevedra como a los niveles de ocupación alcanzados en este verano, especialmente durante agosto, en Sanxenxo y por extensión en el destino Rías Baixas.
pontevedra
Entre el bullicio y las multitudes. Ayer sábado, la ciudad de Pontevedra se retrotrajo por unas horas al Medievo para otorgarnos un tiempo de diversión en medio de los avatares de la cuesta de septiembre, la inflación y el ahorro energético. Por vigésimo primer año consecutivo (y después de un parón forzoso de 24 meses por la pandemia), muchos ciudadanos recrearon ese período de nuestra historia que nos sirve de pretexto para reunirnos, comer, beber y divertirnos. Los pontevedreses acreditaron un año más su absoluta complicidad con la Feira Franca ataviándose de época y con la instalación de cientos de puestos, tenderetes y comedores donde reunirse.
Desde los inicios el Concello puso mucho de su parte con la organización, pero sobre todo la consolidación ha sido gracias a la implicación de miles de pontevedreses y visitantes que aguardan cada año participar en este evento. Dándole una proyección que supera a eventos similares. La fórmula no es nueva. Se repite. Ocurre con el Carnaval. Comida, bebida, disfraces y diversión. Es tan simple como infalible. Para diversos sectores económicos, desde hostelería hasta textil, ferreterías, bazares, peluquerías, alimentación… el sábado de la Feira Franca se ha convertido en una fecha importantísima en la caja de esos negocios. Hasta los hoteles como los párkings cuelgan el cartel de completo en tal día como ayer.
A partir de hoy, volverá la eterna pregunta: ¿puede crecer más la Feira Franca o ya tocó techo? En Pontevedra, en cada Feira Franca, queda gente fuera ya que no se pueden atender más peticiones de mesas para comidas y cenas en las calles y plazas, aunque se palía con la absoluta implicación de la hostelería local que aprovecha un nicho de negocio extraordinario.
Imagino que de nuevo se reabrirá el debate. Pero en realidad, hay poco margen. El Concello entiende desde hace tiempo que ampliar los días de celebración sería matarla de éxito. Mejor dejarla como está.
Polémica
Las cifras de Sanxenxo y Jácome. Y en cuanto a Sanxenxo, la valoración realizada por el Consorcio de Empresarios Turísticos sobre la ocupación alcanzada en agosto, cifrada en un 92 % de las plazas de alojamiento, revalida el liderato de esta villa como referente principal del destino Rías Baixas. Aún con posibilidades de crecer, por lo que el alcalde, Telmo Martín, no quiere ni oír hablar de tasa turística o cualquier otra cortapisa a una mayor afluencia de visitantes.
Conviene recordar que Sanxenxo dispone de cerca de 30.000 plazas de alojamiento, entre hoteles, cámpings y viviendas de uso turístico, a las que hay que añadir 68.000 plazas más distribuidas entre 12.000 pisos que constituyen segunda residencia de veraneantes habituales. Todo ello suma una capacidad de 90.000 plazas. De modo que hablar de que Sanxenxo reunió entre julio y agosto a una población flotante de 100.000 a 120.000 no es ningún cliché, sino una realidad contundente. Para todos menos, al parecer, para Gonzalo Pérez Jácome, el alcalde ourensano, quien decidió pisar este charco, conforme a su facilidad para enredarse como un Quijote del siglo XXI en batallas imposibles contra molinos de viento.
Muy poco considerado por parte del alcalde ourensano, quien debería empezar por tener más respeto a otra villa en la que sus conciudadanos son, precisamente uno de los principales nutrientes de esa superpoblación veraniega.