El fútbol es de los jugadores. Los partidos se deciden por tan pocos goles, que, aunque suelen ganar los buenos, también se producen sorpresas. Sencillo. Así que, simplificando, consiste en poner en su sitio a los mejores y en adaptar la pizarra a sus características. España no cuenta hoy con estrellas mundiales: basta ver los finalistas del Balón de Oro o las alineaciones de los principales equipos de Europa. Pero, además, algunos de los mejores futbolistas del país no están en Catar y parte de los secundarios elegidos tampoco tienen protagonismo ni en sus equipos. Y ahí es donde empiezan a no encajar las cosas.
Luis Enrique antepone lo demás a su idea, a su estilo, a su pizarra y hasta a su imaginación (cuando asegura que Iago Aspas no defiende). Por eso no llevó a parte de los mejores. Cuentan que a Thiago, importante en los últimos años en el Barça, el Bayern y el Liverpool, lo dejó en tierra por algún mal gesto. Y su veto a un jugador versátil, talentoso y al que se le caen los goles de los bolsillos como Aspas, o la ausencia de Borja Iglesias, no tienen nombre. En su lugar, ha llenado el vestuario de chavales dóciles, pero mediocres. El truco es viejo. Casi todos los seleccionadores han llevado a chicos polivalentes que hacen piña para completar la lista. Pero nunca tantos de forma tan descarada, a costa de descapitalizar el grupo ya limitado de 26. Ni Canales, ni Íñigo Martínez, ni Brais Méndez, ni De Gea, ni Kepa, ni Mikel Merino, ni Gerard Moreno...
Aún así, el grupo al que se enfrenta España en el Mundial es tan asequible para acceder a octavos, que pasar la liguilla representa una obligación. Según el rival en el primer cruce, será más o menos meritorio que alcance los cuartos y, en principio, las semifinales marcan la frontera de lo que se considera un éxito más allá de lo obvio, despachar a Japón y Costa Rica.
Ahora ya es lo de menos si Luis Enrique es un soberbio, malencarado y egocéntrico. El personaje le ha devorado, pero le toca demostrar que los artilugios que se llevó a Catar para enmascarar lo importante (no poner a los mejores) impulsan a esta España bajo sospecha. La selección tiene su sello y la responsabilidad, más que nunca, será suya. Una eliminación rápida le haría culpable; superar en los cruces a países de primer nivel le elevaría como artífice de lo bueno que suceda en Catar. Ojalá triunfe contra la lógica.