Todos los días, a las puertas del centro comercial, sentada en el suelo, con sus enormes ojos negros tras sus gafas redondas de pasta color azul, me encuentro con ella.
Siempre tengo a mano alguna moneda y antes de dejarla caer sobre su tapa de caja de zapatos, ya estoy recibiendo su sonrisa. De todas las personas allí presentes, la que menos motivos tiene para sonreír, es la única capaz de transmitir paz y alegría.
Nunca intercambiamos palabras, nunca nos preguntamos quiénes somos, ni nos interesó de donde venimos, ni qué nos llevó a nuestro estatus. Solo una mirada y una sonrisa, siempre, día tras día, sin faltar a nuestra cita.
Movido por la curiosidad, una tarde la seguí. Caminó hasta la playa y allí pasó toda la noche, respirando la brisa del mar, dejando que el nocturno rocío cayera sobre su cara, paseando con los pies descalzos mientras las olas rompían en sus escuálidos tobillos, bailando al ritmo del suave avance y retroceso del agua, hasta que, finalmente, pasmada con sus preciosos ojos clavados sobre la luna llena, permaneció no sé cuántos minutos, muchos, pétrea, inmóvil. Su delgada figura, a contra luz, aún parecía más acentuada.
Con paso seguro y su mirada fija en el brillo blanco de aquel gigante foco, comenzó a caminar. Sus pies se deslizaban por encima de aquella pasarela blanca reflejada sobre el mar. Era su momento de gloria, protagonista merecida de un desfile bajo la luz de la luna llena, algo con lo que siempre había soñado y en lo que siempre creyó con ilusión.
Seguí observándola sin reaccionar ante tan bello espectáculo, hasta que desapareció en el horizonte y regresé a mi casa, desorientado, pensando que quizás todo era una alucinación.
Al día siguiente me levanté apresurado, mal vistiéndome y sin desayunar, pero ese lunes la puerta del centro comercial estaba más vacía y triste que nunca. También el martes, el miércoles, el jueves... Nunca más volvió, aunque yo juraría haber visto sus ojos en la luna llena de las noches de verano. Debo estar un poco loco, la echo de menos.
Jorge García Rodríguez. Bancario. 49 años. Vigo.