Traje corte clásico con camisa a juego. El delantero centro entra en el vestuario aflojando con alivio la corbata. Una cesión de contrato o un interdicto bien merecen ese traje. «Sin corbata los viernes», presume el capitán, director de banco y de banquillo, que hace las veces de entrenador. El portero, profesor de instituto y siempre formal, utiliza americana, que cuelga en las perchas mientras acomoda sus guantes. Algo nos cuenta de las invasiones bárbaras. Para uniformes, el lateral derecho, azul de policía local, como el resto de la defensa, nacional el izquierdo y los centrales, de la autonómica. ¡Curiosa casualidad! Pocos goles en contra, claro.
El diez trabaja en vaqueros, polo y chaqueta. Una multinacional, un móvil y no sé qué de capital extranjero, dice. Del botiquín se encargan los interiores y el medio centro, ya sin sus batas blancas de hospital y farmacia, la pomada para los golpes y cientos de vendas para tapar las líneas de pase del equipo contrario. Por fin las huestes de hostelería, siempre in extremis nuestros extremos, casi arrancando de su camisa el logo de la franquicia, uno con pajarita, a los que sigue el volante derecho, que, cómo no, es conductor de autobús, de esos de gorra y pantalón de pinzas.
«¡Hoy jugamos de azul!», recuerda el capitán, saliendo del vestuario. Conversaciones entremezcladas, distintas vidas y distintas indumentarias. Blancos o verdes, azules o rojos, amarillos o negros… Todos diferentes y, sin embargo, todos de acuerdo con esa muda periódica del traje y corbata, uniforme o vaqueros. Todas las semanas, de sábado a sábado, en un pantalón corto, unas botas de tacos y un césped embarrado, medias altas, camiseta a juego y gol. Una vuelta efímera y, a la vez, reconfortante, a aquellas edades en las que todos fuimos al principio.
Un regreso, simbólico y a tiempo parcial, a aquellos días en los que, en pantalón corto, sin espinilleras y con un balón de trapo, éramos niños a tiempo completo.
Javier Maseda Rodríguez. 56 anos. Santiago de Compostela.