De las fotos estilo Ghibli a las portadas con IA: ¿qué pasa con los derechos de autor y la inteligencia artificial?

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El uso de modelos generativos para crear imágenes con una estética concreta han vuelto a poner sobre la mesa un debate jurídico, pero también social. ¿Está la IA acabando con el arte?
27 may 2025 . Actualizado a las 10:29 h.El recuerdo de unas vacaciones, una boda, un día cualquiera o de aquel familiar, todo como si lo hubiese dibujado el Studio Ghibli. Es posible generar imágenes que copian el inconfundible modo de hacer de los creadores de películas como Mi vecino Totoro y El viaje de Chihiro. La pregunta es si merece la pena. Para Hayao Miyazaki, director de Studio Ghibli, no. De hecho, ha criticado el uso de la inteligencia artificial en la creación artística, hasta el punto de que le parece «un insulto a la misma vida».
El uso de inteligencia artificial en el ámbito de la creación artística es un debate que lleva tiempo dándose, no solo desde el ámbito filosófico. Quién es la propietaria de las imágenes, cómo se entrenan los algoritmos para generar un estilo concreto, es o no plagio una imagen que reproduce un estilo determinado... en definitiva, ¿qué pasa con los derechos de autor en el ámbito de la inteligencia artificial?

«Es complicado». Lo admite Begoña González, profesora colaboradora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC. Existe un derecho internacional, plasmado en el convenio de Berna, pero en el ámbito europeo no existe una aplicación única, porque la armonización se ha hecho a través de directivas, que son normas de mínimos. «Así que no tenemos el mismo número de excepciones al derecho de autor, ni los mismos mecanismo en algunos casos, los derechos morales no están armonizados». Al final y aunque los tribunales europeos han ido armonizando «por la puerta de atrás», hay diferentes aplicaciones según el país.
Copiar masivamente un estilo tan asociado a su autor o estudio puede ser ilegal, aunque no se copie una obra concreta,. La ley de competencia desleal establece que inducir confusión o explotar la reputación ajena constituye una práctica ilícita. Y puede existir un riesgo de dilución de marca no registrada si se demuestra que el estilo es distintivo y conocido.
Pero todo depende de quién genera las imágenes. Si hay plataformas o empresas que utilizan estilos reconocibles para entrenar o producir contenidos que compiten en el mercado, existe riesgo claro de aprovechamiento indebido, alerta González Otero. Si son usuarios particulares que crean imágenes de uso privado, «cualquier acción directa contra ellos sería desproporcionada».
En realidad, en lo que a derechos de autor e inteligencia artificial se refiere hay muchos ámbitos polémicos. Uno de ellos tiene que ver con el material con el que las empresas de desarrollo de IA entrenan sus algoritmos. «No se trata solo de si están utilizando material protegido», dice la profesora de la UOC.
Si no se pueden entrenar los modelos con la mayor variedad de obras o de contenidos posibles, se incrementan las posibilidades de sesgo y de alucinaciones. Y además, si con esos modelos hay un lucro (y de hecho la mayoría de las plataformas ofrecen una suscripción de pago con más funcionalidades) se estarían utilizando obras sin ser remuneradas.
El año pasado, el gremio de la ilustración ya reclamó que se pusiera coto al uso de portadas generadas con inteligencia artificial para los libros y defendían que el problema no era la tecnología, sino que se entrenaba con material protegido por la propiedad intelectual.
«El quid de la cuestión es ese», dice la profesora de la Universitat Oberta de Catalunya. «Copiar y reproducir no es lo mismo», explica. La ley, para fomentar que se siga creando, otorga a las personas creadores una serie de prerrogativas para poder controlar lo que se ha creado. Está el derecho a prohibir, por ejemplo, la facultad de distribuir, reproducir o transformar la obra, entre otras.
La pregunta del millón es qué se entiende por reproducción de la obra, y no es una pregunta para nada novedosa, porque a inicios del siglo XXI surgió el debate sobre las copias privadas a raíz de programas P2P, como Napster, eMule y Bittorrent.
Qué es reproducir la obra es el núcleo mismo del debate. La sociedad de gestión de derechos de autor de Alemania tiene un procedimiento abierto contra OpenAI, porque entienden que si hay reproducción los autores tienen derecho a compensación. Pero si se entiende que no hay reproducción, no hay vulneración de de los derechos de autor.
Volvamos a las imágenes del estilo Ghibli. «Ahí hablas del output, del final, pero para que mi modelo de IA generativa pueda hacer de una foto que yo suba una imagen estilo Ghibli, o estilo Pixar, tengo que haberlo entrenado con otras de ese tipo». Y es ahí donde está el problema de la reproducción del «estás entrenando sin pedirme permiso».

El debate se puede llevar también más allá de los derechos de autor. Se trata también del tipo de sociedad que se quiere crear. A veces, el discurso sobre el copyleft y el software libre se utiliza para «crear una argumentación que favorezca a ciertos operadores del mercado, que en este caso son los que producen los modelos de inteligencia artificial», dice González.
La profesora de la UOC pone sobre la mesa también el asunto de la transparencia. Saber cómo se ha entrenado el modelo y analizar si hay sesgos o algún tipo de discriminación en los resultados «necesito ir hacia atrás, hacer una ingeniería inversa». Fiarse de las recomendaciones sin ver si es transparente es también un problema ético.
Quelic Berga Carreras, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC e investigador del grupo DARTS, considera que casos como el de Studio Ghibli representan una flagrante apropiación cultural. «Estamos pidiendo a la máquina que copie el estilo sin prejuicios ni filtros, con lo que banalizamos un arte que se basa en el cuidado, el detalle y el respeto», dice el profesor. Sus palabras recuerdan al adjetivo que utilizó Miyazaki: grotesco.
El investigador de la UOC alerta de que este fenómeno no es un simple homenaje estético, sino un extractivismo cultural que trivializa referentes profundamente humanos. El uso que se está haciendo de la inteligencia artificial en la actualidad viene a reproducir una forma de colonialismo sobre culturas ajenas, al extraer rasgos reconocibles y despojarlos de su significado profundo para su explotación masiva.
Y eso genera riesgos para la creación. El primero es la pérdida de autoestima creativa. Competir con una máquina capaz de imitar estilos de forma espectacular pero sin alma puede desmotivar a los creadores humanos y afectar a su confianza y motivación.
«Valiente puta mierda. Hasta se pueden adivinar los prompts utilizados con solo un simple vistazo a estas imágenes tan zafias y faltas de creatividad e imaginación», decía en un post de Instagram el dibujante David Rubín sobre la ilustración con IA.
La generación masiva de imágenes con inteligencia artificial provoca un desdibujamiento cultural progresivo: el cruce indiscriminado de estilos, fomentado por las IA, genera una «hibridación extrema» que borra las referencias culturales sólidas y convierte la creación en un collage superficial sin raíces, explica el profesor de la UOC.
Y, finalmente, se produce un fenómeno de creciente banalización del arte: cuanto más se propagan las imágenes espectaculares generadas por IA, más se vacían de contenido. El sentido social del arte desaparece y es sustituido solo por la apariencia. Por la estética. El propio Hayao Miyazaki, fundador de Studio Ghibli, criticó en el 2016 el uso de inteligencia artificial para replicar movimientos humanos: «No entendéis el sentido del esfuerzo humano». Lo resume así Berga: «El riesgo no es solo perder el control sobre la creación, sino acostumbrarnos a una mediocridad estética que trivializa el arte y la cultura».