Si estas Navidades le han regalado un reloj inteligente, lo siento, está out. Con permiso del CES de Las Vegas, voy a adelantar cuál será el juguete tecnológico del 2016: el hoverboard. Este artilugio, sobre el que todavía no hay consenso para ponerle un nombre en castellano -«patineta eléctrica» y «escúter de balanceo» son las dudosas traducciones que se han hecho- aterrizó el año pasado en todas las ciudades del mundo (en Galicia ya se pueden ver circulando algunos), prácticamente sin período de adaptación desde que surgió de la mente de algún ingeniero diabólico. Ya saben, es una especie de Segway sin palo al que agarrarse pero con un funcionamiento similar. El usuario se inclina hacia delante y el aparato emprende la marcha, pudiendo hacer giros con sutiles meneos y presión de los pies. El problema es que China fue tan rápida a la hora de clonar estos dispositivos que el control de calidad no ha sido muy exhaustivo. Varios incendios fortuitos y la explosión de baterías han hecho que Amazon los retirase de su tienda, y universidades de EE.UU. -donde son muy populares para transitar por los campus- están empezando a prohibirlos. Es inútil, porque nada puede parar el impulso del patinete eléctrico. En Filipinas, un cura fue suspendido tras oficiar misa subido a uno de ellos, y el próximo verano la empresa Hoverboard Technologies lanzará una versión de una sola rueda que permite deslizarse igual que sobre un monopatín. Si Jay Adams levantara la cabeza...