Sobre la importancia, o no, que damos a lo que dejamos tras nuestro paso por un trabajo
13 dic 2022 . Actualizado a las 22:36 h.Hace ya bastante tiempo que se demostró que la motivación intrínseca —la satisfacción de hacer algo por el simple placer de hacerlo, sin necesidad de ningún incentivo externo como un salario— es mucho más poderosa que la extrínseca.
Por eso, para intentar fidelizar a sus empleados en un mercado laboral donde la demanda de profesionales es más alta que la oferta —además de proporcionar una retribución competitiva— las empresas tecnológicas también suelen esforzarse por generar un buen ambiente de trabajo. Sin embargo, ninguna de esas dos cosas genera compromiso alguno en una plantilla ¿por qué?
Las condiciones laborales en la Estrella de la Muerte eran inmejorables. Como buen funcionario, un soldado del Imperio disfrutaba de un trabajo para toda la vida, un salario base de 60.000 créditos galácticos más pluses, complementos y trienios, planes de carrera que permitían que hasta un pobre granjero del planeta Tatooine pudiera convertirse en piloto de caza y la posibilidad de trabajar con la tecnología más puntera. Entonces ¿por qué algunos preferían optar a un empleo peor pagado y con un futuro incierto en la Alianza Rebelde?
Porque —nos guste o no— una vez que nuestras necesidades básicas quedan cubiertas, la cultura, el rumbo y objetivos de la empresa donde trabajamos realmente sí nos importa. Puede ser por mera supervivencia biológica o simple ética, pero al ser humano le preocupa el legado profesional que deja tras de si.
Incluso aunque tu único objetivo laboral sea conseguir el salario más alto posible —especialmente si es así— debes reconocer tus sesgos para poder combatirlos. Porque ese deseo de trabajar en algo que nos enorgullezca, no es nada nuevo. Ni la enésima excentricidad de un «colectivo privilegiado» —como suele verse a los informáticos— ni tampoco un truco de las empresas para pagar menos a sus empleados.
Los canteros de la edad media ya dejaban su firma en forma de marca en los sillares de las catedrales que construían. El primer «huevo de Pascua» apareció en 1978, en el juego Adventure de Atari 2600. Activando un píxel invisible, se podía leer el mensaje «Created by Warren Robinett», en una época en la que la identidad de los programadores de los videojuegos solía permanecer oculta.
Fue el orgullo por el trabajo que habían hecho, no el salario, lo que motivó ambas acciones, separadas en el tiempo por más de 1.000 años. La necesidad de que quedara constancia de la autoría del mismo. De su contribución. De su legado.
Cuando trabajas para ti mismo, ese legado parece más evidente —una empresa, un side project, la organización de un evento, una obra de arte—, pero ¿cómo crearlo cuando trabajamos para otro?
Un primer paso sería considerar tanto nuestro crecimiento profesional como el impacto que podremos generar a la hora de postularnos para un nuevo empleo, porque nuestra carrera profesional se fundamentará en ambos. Tan importante es aprender una nueva tecnología o adquirir una soft skill como reducir el tiempo de despliegue de una aplicación de 30 minutos a 30 segundos, cambiando por completo la cultura de desarrollo y el día a día de un equipo de programación.
El segundo paso sería documentarlo, tanto interna como externamente. A veces, no es posible acreditar directamente nuestro trabajo, pero siempre tendremos la oportunidad de que este sea reconocido por nuestro responsable o cliente.
Un tercer paso sería divulgar públicamente ese logro para maximizar su impacto. Los médicos presentan nuevas técnicas quirúrgicas en sus congresos profesionales, los arquitectos estudian las soluciones constructivas más relevantes empleadas por sus colegas y los informáticos compartimos las soluciones que encontramos a problemas técnicos para que puedan ser replicadas.
A veces no será posible mostrar nuestro trabajo directamente —por ejemplo, código fuente que sea propiedad intelectual de la empresa donde trabajamos—, pero es muy raro que al menos no podamos transmitir las lecciones aprendidas durante el proceso. Si realmente es un logro, cada charla, artículo o presentación será una oportunidad de aportar valor a nuestra Comunidad. De crear nuestro legado.
En casi todos los informes, estudios y artículos que pueden encontrarse sobre los principales factores de fidelización aparece el concepto de «propósito», de ese sentimiento de que lo que hacemos tiene sentido y contribuye a un bien mayor que el propio. Sin embargo, a pesar del enorme compromiso que genera trabajar en algo que nos trascienda y sobreviva, las empresas suelen ignorar sistemáticamente la importancia del legado para sus empleados.
La principal razón es la falsa asunción de que el legado solo puede ser algo tangible y entregable. ¿Qué legado deja una empresa de servicios de limpieza? ¿y una consultora de servicios informáticos? ¿y una frutería? Siempre podrían asumir parte del legado de los clientes a los que han servido y —por tanto— al que han contribuido, pero eso no les debería impedir crear también su propio legado.
Porque el legado de una empresa no es solo lo que hace, sino también cómo y por qué lo hace. Puede que Tuenti haya desaparecido, pero su cierre no acabó con los centenares de profesionales que pasaron por allí, que aprendieron a trabajar con una escala de millones de usuarios y adquirieron las buenas practicas necesarias para mantener una aplicación que debía estar disponible las 24 horas del día. Puede que O Fogar do Santiso no sea más que un restaurante, pero cuando comes allí sabes que estás contribuyendo a la sostenibilidad del medio rural gallego.
Por eso, en una época en la que algunas empresas les piden a sus mandos intermedios que hagan listas de los empleados de los que podrían prescindir, quizás tendría sentido que también hicieran listas de los empleados que seguirían trabajando si a todos les tocara el premio gordo de la lotería de navidad.
Si esa segunda lista no tuviera ningún nombre, a lo mejor deberían preguntarse por qué. Si tuviera alguno, es muy probable que no fuera exclusivamente por el salario ni por la mesa de ping-pong de la oficina. Esa realidad nos puede gustar más o menos, pero sería estúpido ignorarla.
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Este texto se publicó originalmente en la Bonilista, la lista de correo de noticias tecnológicas relevantes para personas importantes. Si desea suscribirse y leerlo antes que nadie, puede hacerlo aquí ¡es bastante gratis!