Hoy, la Bonilista cuenta con firma invitada. Se trata de Alba Roza, periodista que lleva más de 10 años trabajando con comunidades técnicas
01 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.En una versión moderna de Fausto, Mefistófeles se aparecería a un ejecutivo de Silicon Valley. El protagonista de la obra de Goethe vendería en esta ocasión su alma al diablo a cambio de la métrica que le prometiese facturación eterna. Dos siglos después de la publicación de la obra alemana deberían de ser suficientes para aprender la lección: no pongas precio a tu alma por pura codicia.
Hace un par de semanas, el tufillo a azufre me sorprendió con la guardia baja, cuando un directivo americano compartía conmigo su métrica de cabecera en lo que se refiere a las comunidades de software, el ARR por community member. Una vez más, facturación por alma. Si el éxito de una iniciativa equipara «valor» con «facturación» caemos en el riesgo de discriminar a quienes contribuyen con su tiempo o innovación. Cuando los inversores juegan a ser product managers hemos de recordar que no existe el developer de talla única.
Seamos claros. Establecer una correlación directa e inmediata entre los integrantes de comunidades de software y el dinero que un producto genera es una utopía. Cada miembro de una comunidad tiene un developer journey diferente que afecta cómo descubre, evalúa, aprende, construye y escala un producto.
No me malinterpretéis, las métricas son imprescindibles para cualquier equipo que trabaje en tecnología. Estos indicadores muestran si las estrategias que llevamos a cabo evolucionan conforme a parámetros deseados. El criterio de la persona que las selecciona suele estar asociado a una extensa experiencia profesional. Un talento que se refina conforme pasa el tiempo.
Iniciativas como CHAOSS, este popular post de Shawn Wang (@swyx) o apps como Orbit o Common Room demuestran que en Developer Relations hay métricas para rato, solo hay que saber elegirlas. El «valor» monetario de un miembro de nuestra comunidad no debería de ser una de ellas.
El valor
El conflicto de este planteamiento se centra en la percepción del concepto «valor» de este ejecutivo. Si nunca ha trabajado con comunidades, no sabrá que el Sentido de una comunidad se mide por la membresía, influencia, integración y saciedad de necesidades y la conexión emocional compartida, según la teoría de McMillan. Nada de facturación. Las relaciones humanas solo se deberían de medir en Return of Investment cuando se juega al Amigo Invisible. Para mi interlocutor, la valía de un participante se traduce directamente en términos económicos, como el número de licencias que un producto vende. Un hombre, un voto seat.
El problema es que nunca se ha parado a pensar que las personas que forman parte de una comunidad no son homogéneas, tienen contextos socioeconómicos diferentes e intereses diversos. Con una visión tan limitada, el ejecutivo excluye a quienes contribuyen al producto con su tiempo, no dólares.
En mi experiencia, las comunidades en países de desarrollo intermedio cuentan con los participantes más entusiastas. En estas geografías se encuentran quienes arreglan bugs, desarrollan pruebas de concepto vía hackathons y organizan eventos que atraen a miles de personas. La única motivación detrás de su trabajo: les gusta el producto. Sin embargo, su ARR será inversamente proporcional al beneficio que han reportado a los equipos de Ingeniería y Producto.
Algunas de las pull requests y respuestas en Stackoverflow más brillantes que he tenido la suerte de leer vienen de estudiantes, personas desempleadas o aquellas en busca de un cambio de carrera. Juegos como Skyrim o Age of Empires están viviendo una segunda juventud gracias a la tracción de su comunidad. Los modders, jugadores que modifican la apariencia de los personajes en su tiempo libre, han logrado que gigantes como Microsoft vuelvan a invertir en estos clásicos que ya daban por jubilados.
Las relaciones humanas solo se deberían de medir en Return of Investment cuando se juega al Amigo Invisible
Por último, no quisiera olvidar la importancia de la inclusión y la representación. Un producto innovador soluciona los problemas que afectan a sus usuarios. Por este motivo, cuando aislamos a una gran parte de la realidad social, nuestro producto no considera importantes casuísticas y se resiente. Imaginemos un software encargado de la frenada automática de un coche en caso de encontrarse con un peatón. Si su algoritmo solo ha sido entrenado con imágenes de personas blancas, es muy probable que no identifique a una persona de color como peatón y por tanto cause un fatal accidente. No olvidemos que todas las personas que trabajamos en tecnología tenemos una responsabilidad sobre los productos que creamos y cómo identificamos su éxito.
La historia de Fausto está inspirada en Johann Georg Faust, un alquimista y mago alemán que vivió hace medio milenio. No parece casual que Goethe decidiese rescatarla en plena Revolución Industrial, cuando su coetáneo Marx aseguraba que «la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.»
Al igual que la mítica piedra filosofal que buscaba Fausto, el ARR por alma en comunidades no existe. Mezclar en un alambique una miope visión cortoplacista centrada exclusivamente en el valor monetario junto con un desprecio por la enorme riqueza de una comunidad no puede terminar más que en un desastre en el laboratorio. Apostar todo a una fórmula mágica no parece a día de hoy la medida más inteligente.
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