Con el conflicto catalán se ha aludido reiteradamente a una cita atribuida al que fue primer ministro prusiano Otto Von Bismarck: «España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido». El espectáculo que se está protagonizando con la selección pone de actualidad la frase. Tras una clasificación para el Mundial inmaculada, con una de las mejores selecciones de la historia (con el permiso de la Sudáfrica) y con el cartel de favorita, España ha saltado por los aires. Y todo por obra y gracia no precisamente de ningún enemigo externo. Los protagonistas de un conflicto lamentable son todos españoles y entre todos han conseguido elevar la tensión alrededor del equipo a niveles insostenibles.
Pero sirva este caso de reflexión alrededor de la selección y lo que significa la misma en España. ¿Alguien se imagina que en Francia, dos días antes de debutar en un nuevo Mundial, un presidente de club, nacido en Francia, que alardea de ser francés, reventaría el combinado bleu fichando a su técnico y anunciándolo sin pudor alguno a los cuatro vientos? No parece razonable porque sería acusado de antifrancés y porque nadie, absolutamente nadie, le apoyaría. Su figura bajaría enteros en la cotización de la fama y del prestigio en su patria.
Pero España es diferente. El presidente del club más grande y al que sus seguidores consideran una especie de mascarón de proa de todo lo español, se ha pasado por el forro cualquier tipo de consideración hacia la selección, le ha arrebatado su técnico y ha montado un lío monumental de difícil salida, salvo que a los jugadores les dé ahora por ganar la Copa del Mundo.
No se trata de que Florentino no pueda acometer el fichaje de Lopetegui mientras esté en la selección, sino que ha entendido que en el orden de sus prioridades, los símbolos españoles ocupan un lugar más bien discreto. Y aunque en general la respuesta popular ha sido de malestar ante este golpe de estado futbolístico, lo cierto es que el presidente del Real Madrid se está escapando de rositas, defendido a tope por su guardia pretoriana mediática. En otro país, al artífice intelectual del atentado contra el equipo de todos tendría que esconderse. Pero aquí, el dirigente blanco se pavonea de ello y es capaz de presentar al ya exseleccionador como técnico de la casa blanca, despreciando por completo lo que teóricamente debería significar la selección para cualquier ciudadano, y no digo ya para alguien vinculado al fútbol.
Y esta es la madre del cordero. En España seguimos empeñados en destruirnos y en acabar con cualquier símbolo que pueda significar unión e identidad colectiva.
Y una última reflexión: ¿Han dicho algo Sánchez, Rivera, Rajoy e Iglesias sobre la falta de respeto de Florentino Pérez hacia la selección española? A que no.