El jugador del CSKA lidera Rusia desde la mediapunta como hicieron Mostovoi y Arshavin
30 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Curiosa estirpe esa de los genios, porque su cabeza funciona diferente a la del resto. En el caso de los rusos esa personalidad se complica aún más: taciturnos, melancólicos, fúnebres... pero brillantes, también sobre un terreno de juego. Desde la caída de la Unión Soviética y su fútbol industrial y matemático, Rusia no ha vuelto a asomarse entre los candidatos a un gran título. Sin embargo, al cobijo de los Urales se ha perpetrado una dinastía, no de zares sino de dieces, que ha puesto al Kremlin en el mapa futbolístico periódicamente. Primero fue Mostovoi, luego Arshavin y ahora Golovin.
De un físico liviano y, por supuesto, un frío semblante, Golovin forjó su talento para la conducción y el regate en las canchas de fútbol sala. Y es que en Siberia, donde nació y creció, hacía demasiado frío para jugar en la calle. Cherchesov le ha encontrado un sitio perfecto por detrás de Dzyuba, con libertad para moverse entre líneas y caer a banda, y desde ahí ya ha repartido dos asistencias en el Mundial. También marcó un golazo, de falta directa, en el debut contra Arabia Saudí.
El celtista Alexander Mostovoi sí que creció bajo el marco soviético, y el final de la URSS desveló en Europa a un futbolista mágico con un carácter indescifrable. Cuando fichó por el Celta en 1996, aceptó porque quería perder de vista al presidente del Estrasburgo, su anterior club.
Mostovoi pasó ocho años en Vigo y ahora se considera «un celtista más». 288 partidos y 72 goles después de llegar puede afirmarse que de sus botas nació el mejor Celta.
Lo de Andrei Arshavin con el primer plano europeo fue amor a primera vista. El 10 del Zenit de San Petersburgo desembarcó en la Eurocopa 2008 como un elefante en una cacharrería. Acababa de liderar a su equipo en la conquista de la Copa de la UEFA y un runrún lo acompañaba. No fue para menos.
Arshavin debutó en Austria en el último partido de fase de grupos y dejó su sello con el 2-0 definitivo que le daba el pase a Rusia contra Suecia. En cuartos esperaba Holanda, la selección que mejor fútbol había hecho durante la primera fase, y el genio de San Petersburgo dio una exhibición. Hizo y deshizo a su antojo con los defensas de la Oranje, asistió en el segundo gol ruso y marcó el tercero en la prórroga, entre las piernas de Van der Saar y tras sentar a Heitinga. Luego llegaron Xavi e Iniesta para borrarle la sonrisa en semis.
El Arsenal pagó una millonada por hacerse con Arshavin y él respondió con un póker al Liverpool que todavía recordarán Reina y Arbeloa. Nunca más se supo del genio, que no se adaptó a Londres ni tuvo intención de ello, aunque su lección magistral ante Holanda será siempre historia de las Eurocopas.
Mostovoi era del Spartak, Arshavin del Zenit, y Aleksandr Golovin es canterano del CSKA. Aunque su condición de estrella en el equipo del Ejército ruso tiene fecha de caducidad, porque tiene pinta de que este verano irá a un club de primera fila europea. Sonó para la Juve y el Barça y ahora parece que el Chelsea de Roman Abramovich (que en su día fue uno de los grandes accionistas del CSKA) está mejor colocado.
Igual que les ocurrió a Mostovoi y Arshavin en su día, España se cruza ahora en su camino.