El circo Roma reúne en Compostela al domador más joven de Europa y al paquidermo más viejo de los censados en España; hoy, por la crisis, van a actuar gratis para los críos
13 may 2009 . Actualizado a las 10:33 h.Como hacía Robert Redford en aquella película del 98, Ricardo Dola también susurra a los animales. Solo que aún no es hombre ni tampoco habla con caballos. Un niño todavía, a lo sumo adolescente, él prefiere a los elefantes; en particular, a uno que -menudo dechado de originalidad- todos llaman Dumbo. «Le he enseñado a saludar y a realizar varias poses», relata orgulloso. Constituyen una pareja singular, en cierto modo antagónica, sin duda de extremos: el uno, el domador más joven de Europa, y el otro, el paquidermo más viejo de cuantos actúan en España, según sus promotores. El segundo casi quintuplica en edad al primero. No en vano, se llevan medio siglo. Ambos, persona y bestia, bestia y persona, paran estos días por Santiago. Se les puede ver bajo la carpa del circo Roma, sobre la explanada de Salgueiriños, junto al antiguo mercado de ganado. Allá donde las vacas mugían ahora rugen los leones.
Ricardo (15 primaveras) es hijo de Giulio Dola, dueño de un negocio sin sede fija, puro nomadismo. «Mi abuelo -explica el progenitor- murió atacado por unas fieras. Era domador, como luego fue mi padre y hoy soy yo. La tradición tenía que continuar con mi chico». Acerca de este último, abunda: «Debutó a los ocho años, mandando ponis. A partir de ahí, ha ido ampliando el abanico y desde hace tres ya domina elefantes, dromedarios, hipopótamos...». «Para que pase al león es pronto de momento, creo», se apresura a aclarar sin poder sacudirse un acento que delata sus orígenes italianos.
De orto a ocaso, el chaval comparte a diario largos ratos con Dumbo, un enorme ejemplar indiano, subespecie dentro de la familia de los asiáticos. El bicho mide a lo alto lo que un bajo comercial, aproximadamente, tres metros y pico. A sus 66 tacos, pesa 4,8 toneladas, grosso modo, como cuatro coches tipo Peugeot 308. Así, entre alfalfa, piensos y frutas, engulle cada jornada un promedio de 150 kilos de alimento. Giulio lo define como «tranquilo, de piel delicada y muy sensible». «Yo -cuenta- lo recibí en herencia de mi padre. Lleva en la familia 50 años, más o menos. Ha habido gente que me ha ofrecido por él hasta 100.000 euros, pero siempre me he negado a venderlo. Para mí es como de casa, tiene un valor afectivo inimaginable».
Trompa y fusta, veteranía y precocidad, saltarán de nuevo a la arena esta tarde en Compostela. A partir de las siete, durante un espectáculo de dos horas de duración, al show de tan peculiar dúo le precederán y sucederán otros varios. Al igual que cada miércoles desde que el país entró en recesión, los menores de 12 que acudan a la función de hoy acompañados de algún adulto no deberán abonar un céntimo por entrar. «La crisis se nota realmente. ¡Claro que se nota! Por eso hemos decidido poner en marcha la oferta de gratuidad infantil», argumenta el máximo responsable del Roma.
Casi 5.000 espectadores ya
¿Y qué presenciarán quienes se animen? «Que nadie venga buscando un espacio lujoso. La gran diferencia respecto a otros lugares -asevera- es que de aquí el público sale satisfecho, sin haber tenido que soportar un solo minuto de aburrimiento. Nosotros hacemos circo, mientras algunos por ahí montan circo-teatro. Estando la cosa como está, no te puedes permitir ofrecer algo por lo que luego la gente se arrepienta de haber pagado, algo que no los enganche de verdad. La meta siempre es conseguir que los minutos se les pasen volando de principio a fin».
En no cruzar esa estrecha línea que separa el aplauso del tedio trabajan para Giulio más de 40 personas, una pequeña ONU con embajadores búlgaros, rumanos, transalpinos.... Al menos hasta la fecha, por estas tierras del Apóstol no les está marchando tan mal. Desde que arribaron a la ciudad el pasado jueves, han vendido -billete arriba, billete abajo- 4.900 tiques para siete pases, con picos de ocupación del 80% y valles del 38. Con los tiempos que corren, completar el aforo de un recinto donde caben 1.200 espectadores suena a quimera, a uno de esos secretos que Ricardo suele confiar a Dumbo. Él, Ricardo, el niño que susurraba a los elefantes.