El actor norteamericano y su hijo Emilio ultiman en Santiago las localizaciones de la película que rodarán sobre el Camino, un viaje a las raíces de su familia gallega
15 mar 2010 . Actualizado a las 16:53 h.El actor Martin Sheen (Ohio, 1940) siempre quiso conocer a fondo el Camino de Santiago. Hace seis años lo recorrió con un amigo y su nieto Taylor, a toda prisa, en coche. En aquel viaje se plantaron dos semillas: Taylor conoció a la mujer de su vida y Sheen tuvo claro que en aquella ruta había una película. De regreso, el actor comentó la idea con su hijo Emilio Estévez, quien le dio forma a un proyecto que se ha concretado en el filme The Way (El Camino). Ahora, Sheen y Estévez han regresado para dos cosas importantes: la boda de Taylor, en pleno Camino, y ultimar las localizaciones para el filme, cuyo rodaje está previsto que se inicie el 21 de septiembre. Para ambos, es un viaje que también implica un retorno a su lugar de origen, ya que son hijo y nieto, respectivamente, del emigrante pontevedrés Francisco Estévez.
Pregunta. ¿Cuál es su primer recuerdo del Camino?
Emilio Estévez. Tú [a Martin] lo conoces desde hace tiempo.
Martin Sheen. Sí, porque mi padre debió de venir a Santiago de niño. Sí, lo conozco desde hace tiempo, y además soy católico, claro. Me interesaba la peregrinación, aunque nunca le dediqué mucha atención hasta hace unos años, cuando estaba con El ala oeste de la Casa Blanca, y comencé a estudiarlo y a leer cosas sobre el Camino. En el 2003 nos reunimos todos los hermanos en la aldea de mi madre, en Irlanda, para celebrar que en mayo hubiese cumplido cien años, aunque ella ya falleció en 1951. Luego vine a España con mi buen amigo el actor Matt Clark y mi nieto Taylor [hijo de Emilio] y lo recorrimos en coche, porque yo no tenía mucho tiempo, ya que debía regresar para grabar una nueva temporada de la serie. Cerca de Burgos nos quedamos en un sitio maravilloso, El Molino. Preguntamos si podíamos pasar otra noche y entonces, durante la cena, apareció una chica hermosísima. Su nombre es Julia y desde entonces Taylor y ella han estado siempre juntos.
E.E. Un milagro del Camino [lo dice todo en español].
M.S. Se acaban de casar en el mismo lugar donde se conocieron, seis años más tarde. Nos ocurrieron tantas historias maravillosas que se las empecé a contar a Emilio. Él empezó a buscar fórmulas para contar nuestra historia: dos viejos amigos en el Camino, con otro más joven que se enamora y ocurre este milagro.
E.E. Y yo dije que no [risas].
M.S. Pero empezó a aportar ideas suyas, comenzó a documentarse sobre el Camino, en libros, en Internet...
E.E. Sí, tenía bastantes ideas, pero no fue hasta el año pasado que comencé a escribir el guión.
P. ¿El papel protagonista está pensado para Martin Sheen?
M.S. No podía permitirse otro actor [risas].
P. Hay mucho de relación padre-hijo, de vínculo familiar...
M.S. Tambien es algo espiritual. Somos una familia muy unida, por lo que nuestra espiritualidad emana de nuestra comunidad. Hemos perdido tanto de eso en Estados Unidos: todo está orientado al individualismo, al éxito rápido. La película aborda el hecho de que no puedes hacerlo tú solo; puedes hacerlo, pero te quedas sin la experiencia. No sabemos lo que somos excepto a través de los demás, que son espejos para nosotros. Y así es como Dios nos encuentra, ese es el genio de Dios, el sondear los lugares en los que jamás habríamos buscado. Y de alguna manera surgió esta historia de un hombre que pierde a su mujer, a su hijo, emprende un viaje por el hijo y al final se encuentra a sí mismo. Y lo hace en comunidad, aunque quiere hacerlo él solo, estilo macho...
E.E. No quiere a nadie a su alrededor. No quiere involucrarse con nadie porque son jóvenes y le recuerdan a su hijo, pero se convierten en su nueva familia. Por lo tanto, sigue siendo un padre, los tres peregrinos se convierten en su familia.
P. ¿Para ustedes también es un viaje en busca de su identidad?
M.S. Hace años volé con Emilio y Ramón [otro de sus hijos] a Madrid y de allí nos subimos en un tren a Galicia, alquilamos un taxi en Vigo y fuimos a la que era la casa de mi padre. Y esa noche, los tres, dormimos en la misma cama, en la misma habitación, donde nació mi padre en Galicia. Esas conexiones son muy profundas. Mi padre no era un tipo nada expresivo fuera de casa, tardamos en darnos cuenta de que su acento le intimidaba, y por eso hablaba tan poco fuera. Pero dentro era como un león.
P. ¿Qué recordaba de Galicia?
M.S. Oh, siempre tuvo el deseo de volver, quería jubilarse aquí. No paraba de hablar de Galicia, de lo que comía, y preparaba un arroz con pollo delicioso. Se elevaba al nirvana cada vez que alguno decidíamos aprender español y luego hablábamos entre nosotros en ese idioma y nos corregía.
E.E. Para mí, donde se vuelve vivo mi abuelo es en mi casa en California, donde he intentado recrear un estilo de vida hispano: he plantado un viñedo, comemos de nuestro huerto, y él [Martin] viene y pregunta que cómo sabemos cultivarlo, porque nunca aprendí a hacerlo. Siempre digo: esto es Francisco. Siento su presencia cuando trabajo en el viñedo, por ejemplo.
P. Para ustedes, Galicia debía de ser un lugar legendario. Al conocerlo, ¿estuvo a la altura de lo que se imaginaban?
M.S. Oh, sí. Adoro los pequeños pueblos [en español]. Son idénticos a los de Irlanda: la misma religión, el mismo sentido comunitario, tienen animales... todos llevan boina y paraguas [risas]. Me encanta el olor de la tierra mojada, húmeda, todo es gris, lo adoro. Podría vivir aquí, porque me siento unido espiritualmente. Cuanto más vengo, más pienso en mudarme. O por lo menos a su casa [por Emilio], que es como si estuvieses aquí.