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«Abrir una pastelería es muy caro y tampoco hay gente preparada»

Cristina Rúa

SANTIAGO

Antonio y Pilar regentan junto a sus tres hijos las confiterías Las Colonias y San Roque y se han convertido en los pasteleros más veteranos de Santiago

30 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Son felices y hacen feliz a la gente. La familia Navarro Manteiga se dedica a endulzarle el paladar a los compostelanos, a robarle sonrisas a los que salen de la tienda con una milhoja de chocolate en la mano y a los que simplemente gozan comiéndose un delicioso hojaldre bañado con crema de huevo. Antonio Navarro, de raíces malagueñas, se inició en el mundo de la confitería desde muy joven. Allí, en Málaga, conoció a su mujer, Pilar. La compostelana conquistó el paladar de este pastelero de pura cepa y decidieron instalarse en Compostela. En 1968, Antonio comenzó a trabajar en la confitería Las Colonias hasta que, en 1985, se hizo con la propiedad del negocio. «Ya no podía aspirar a otra cosa, era lo que había y me dediqué a ello», confiesa entre risas. Entonces, poco a poco, el establecimiento comenzó a adquirir carácter familiar con la incorporación de Pilar y los tres hermanos. «Fue fácil sacarlo adelante porque trabajaba toda la familia, era la única forma de subsistir», asegura el malagueño. Antonio asegura que «antes era diferente» y que ahora «se come cualquier cosa». En los años 70 a un «niño le dabas un duro y se compraba un pastel. En los cumpleaños se comían pasteles y hoy en día, ni se acuerdan».

Las grandes superficies y la producción a nivel industrial ha comido terreno de forma notable a la confitería artesanal. «Le llaman pasteles a cualquier cosa y se venden en todas partes». «Abrir un negocio es muy caro y tampoco hay gente preparada», dice Antonio.

Si de algo pueden presumir los Navarro Manteiga es de ser los pasteleros más antiguos de Santiago. Las Colonias abrió sus puertas en 1888 «como el turrón», dice Pilar. Desde entonces, «nos hemos quedado con lo artesanal, con la nata, la crema, el cruasán del día...». «Ahora se venden muchos congelados y preparados. Lo artesanal desaparecerá y no volverá nunca más», asegura Rubén. Y es que esta familia de reposteros continúa con la tradición más casera, algo que los paladares de sus compradores siempre han sabido recompensar. «No hay queja, tenemos clientes de toda la vida y hasta gente que viene aquí porque se lo han recomendado», explica Belén.

Los tres hermanos, al igual que sus padres, han nacido para ser pasteleros. Sandra es un auxiliar de enfermería convertida en «auxiliar de pastelería», Rubén es un administrativo que se ocupa de llevar las riendas del negocio más dulce del mundo, y Belén hizo diseño. Pero los tres «lo han vivido en casa desde siempre y la cosa tampoco estaba para mucho más», confiesa Antonio entre risas. Los Navarro tienen la tarta repartida con Antonio y Rubén en el obrador, Sandra en Las Colonias y Pilar en San Roque. La guinda del pastel es más que especial: la satisfacción de ser felices con su trabajo y poder hacer felices a sus clientes.