La extraña situación vivida en Barcelona duele sobremanera porque el criterio del árbitro que está mejor situado, el que da validez al gol en un primer momento, es el que debería haber prevalecido. Es el que tiene la mejor perspectiva de la jugada, porque nadie se interpone entre él y Eka y Chico, que son los que forcejean. Es algo parecido a lo que sucedió en el partido de baloncesto entre el Obradoiro y el Baskonia. Pau Ribas anota desde la esquina la canasta decisiva. Pisa la línea de tres y el árbitro más cercano lo ve. Pero Arteaga, desde el centro de la cancha, dice que no, que el lanzamiento es triple.
Por cierto. Quienes se informen de lo que sucede en la División de Honor a través de la página web de la Liga Nacional de Fútbol Sala desconocerán que hubo jugada polémica en el último segundo del Barcelona-Lobelle. Contrasta la preocupación que tienen por el confeti, por acotar la presencia de medios de comunicación en la pista o por pedir a los entrenadores que sean valientes con la escasa atención que prestan al estamento arbitral, por mucho que los colegiados dependan de la federación.
Al Lobelle le asiste toda la razón en estar dolido. Le han perjudicado los errores de apreciación, que son disculpables. Más difícil resulta encajar lo que sucedió en Barcelona, porque se impone el criterio que contraviene el sentido común. Y, además, las imágenes demuestran que el árbitro que finalmente decide se equivoca.
A pesar de todos los pesares y todos los dolores, lo que no puede hacer Alemao, y más aun llevando el brazalete de capitán, es perder los nervios. Por más que, como él mismo dice, una cosa es ver lo que sucedió y otra vivirlo a pie de obra.
Ahora el Lobelle se enfrenta a una nueva prueba de madurez. Como siga por la misma senda, lleva camino de convertirse en una especie de Job del fútbol sala, porque lo único que le toca es enfrentarse a episodios que ponen a prueba su paciencia, su capacidad de superación y su entereza. El club no merece tanto varapalo.