Una gran batalla... contra las termitas

María Signo

SANTIAGO

Francisco Vázquez ejerce de guía en la visita al edificio donde residió desde su nombramiento. se trata de La sede de la embajada más antigüa del mundo, fundada en 1842 por Fernando de Aragón.

27 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Francisco Vázquez abre las puertas de la sede de la embajada más antigua del mundo, creada en 1482 por Fernando el Católico, sin disimular su orgullo por el resultado de la restauración. El salón azul, uno de sus favoritos, guarda dos bustos de Bernini, El alma condenada y El alma beata. Pero cuando llegó, las termitas estaban acabando con todo. Faltaba dinero y el político consiguió ayuda financiera de Amancio Ortega y Endesa para la restauración, complicada por los frescos y los entelados, pero también por la instalación eléctrica y los anticuados servicios. El trabajo, compartido con su esposa, llevó al matrimonio a viajar por toda Italia en busca de entelados y tapizados de época. Y una vez rematada la labor, Vázquez explica con pasión cada detalle. En la capilla privada del Palazzo Monaldeschi, como también se conoce el edificio por la familia que lo levantó, el político muestra el cuerpo momificado del mártir Letancio. Para restaurarlo hubo que seguir un complicado proceso ante la Congregación para la Causa de los Santos. «Este es un lugar reconfortante para un creyente, poder tener un rincón donde encontrarte contigo mismo y orar. Además, aquí hizo la primera comunión mi nieta», revela.

La jornada de trabajo de Francisco Vázquez comienza a las 8.30 horas en su despacho, presidido por un retrato del papa Borgia. «Será para inspirar al embajador», comenta con sorna. Despacha con sus colaboradores y empiezan las entrevistas (hoy ha recibido al embajador de Austria, otros días acude al Vaticano). Tres o cuatro días a la semana tiene comidas de trabajo y las tardes las dedica a actos culturales. Cena pronto, como es normal en Italia.

A su juicio, lo más difícil en el Vaticano fue conocer su complicado entramado jerárquico y, sobre todo, «saber elegir el interlocutor. Si no, te arriesgas a perder el tiempo. Esto se consigue poco a poco». También tuvo que aprender el protocolo de la Embajada, y explica, por ejemplo, que hay que encender los velones cuando los cardenales visitan la Embajada y que cada uno tiene que ser atendido por un solo camarero. En estas cuestiones elogia el papel de su mujer, María del Carmen, «que tiene que organizar la intendencia». Además, revela que ha cuidado la gastronomía española, porque reconoce que existe una diplomacia «de mesa y mantel».

Por M.S.

Francisco Vázquez, en su despacho, presidido por uno de los tapices de la colección que se conserva en la Embajada y que incluye piezas gobelinas del siglo XVII