Su espacio de magia en «El hormiguero» ha sido minuto de oro en la televisión. Will Smith, Martin Sheen o Kylie Minogue se han rendido a sus trucos... Sus monólogos arrasan entre los más jóvenes, pero este gallego de A Coruña cree que su éxito es consecuencia de un sencillo principio: hacer lo que a uno le gusta
03 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Luis Piedrahíta (A Coruña, 1977) está en racha. Al éxito televisivo de su intervención mágica en el programa de Pablo Motos El hormiguero, hay que añadir el de su espectáculo en forma de monólogo los fines de semana en un teatro de Madrid. Pero hay más, este gallego «de La Coru de toda la vida» ha volcado todo su ingenio en varios libros, de cuyo título es mejor acordarse (¿Por qué los mayores construyen los columpios encima de un charco?, entre otros) y se ha estrenado en el cine dirigiendo La habitación de Fermat. A Piedrahíta le gusta experimentar y canalizar esa innata vocación de contar cosas, sea a través del medio que sea -magia, cine, teatro, televisión, libros-, siempre bajo la despistada mirada de un niño de gran flequillo, que se abre al mundo gracias a unas enormes gafas de pasta con una misión: desarmar al adulto que todos llevamos dentro, con el surrealismo hiperrealista que habita en la vida cotidiana. Así se muestra antes de iniciar su función el rey de las cosas pequeñas.
-¿Quién es cuándo se quita las gafas?
-Uf, pues soy absolutamente ciego. Las gafas son algo imprescindible para ver, si no no me las pondría nunca. Yo tenía gafas antes de salir en la tele y eran iguales a estas, así que si te refieres a si son un disfraz, pues no. Aunque el personaje que sale en el teatro, esa versión en el escenario es reflexionada, trabajada y dicha con mucha energía.
-Pero sin las gafas no lo reconocerían...
-Ah, claro que no. De hecho cuando quiero ir de incógnito hago como Superman, pero al revés. Superman, que nadie se lo creyó jamás, se ponía las gafas y ya era otro [risas]. Pero si te las quitas es mucho más difícil que te reconozcan. Yo tengo una teoría de que cuando alguien quiere disfrazarse es mucho más eficaz quitarse cosas que ponerse. Si tú te afeitas las cejas o te rapas el pelo o te quitas los dientes no te reconocen.
-Muy interesante, ¡pero menudo cuadro! Sin dientes y calva... Ahora que se pone simpático, se me ocurre imaginarlo entre amigos bromeando. ¿Alguna vez ha notado que se pasaba de gracioso?
-Define pasarse de gracioso.
-Pues que haya herido a alguien o que lo hayan calificado de pesado por sus continuas bromas.
-No, no es mi estilo. Yo creo, como decía Woody Allen, que en la comedia lo peor que se puede hacer es hacerse el gracioso, si notan tu intención y no lo logras el fracaso es evidente, pero si no hay una intención y tú lo cuentas como lo contarías, contar por contar, pues si no funciona no pasa nada y si funciona es fantástico. Yo esa sensación no la he tenido, porque intento no ser pesado. Me gusta tener siempre una respuesta amable, no tanto graciosa como inesperada. Eso sí, el problema es cuando te hacen jugar en una pista en la que no te apetece. Por ejemplo si te hacen el chiste sobre si el rey de las cosas pequeñas lo tiene todo pequeño. Ahí me cuesta más.
-Los gallegos tenemos un humor relativamente distinto. ¿Usted lo percibe así?
-Sí, sí. Y tiene una explicación. El humor es un mecanismo de defensa, la gente lo utiliza cuando hay una situación muy tensa. Para romperla pues uno cuenta un chiste... Es una especie de escudo. Y en las distintas regiones se han defendido de cosas distintas. Por ejemplo, el clima en Galicia te obliga a estar más encerrado, es todo más oscuro, más para adentro, no te permite improvisar, eso configura una manera de pensar y de reírse. Una actitud. En Andalucía es todo lo contrario, es sol, es salir a la fiesta a ver que hay, el humor andaluz es así, salida improvisada. Por eso es tan distinto, y por eso son tan geniales, aunque sean diferentes, Julio Camba y Tono.
-¿Y usted se identifica con ese humor gallego de decir sin decir?
-Sí, el humor que yo hago es muy gallego. Ojo, pero que nadie crea que eso es bueno, ¿eh? Uno no es mejor por hacer eso. El humor gallego no es mejor que otro: hay imbéciles en cualquier parte de España.
-En «El hormiguero» tienen todos un ritmo frenético, como si se hubiesen tomado un tripi.
-Pablo Motos apostó por una idea interesante, ofrecer contenidos del modo que si no te gusta lo que ves no pasa nada, porque enseguida cambia. Y eso hace que digas ¡qué bien me lo estoy pasando! y que de repente estés en el siguiente bloque para volver a pasártelo bien. Una estrategia que funciona, solo hay que ver las cifras.
-¿Y a usted le ataca la gente lenta?
-No, no. De hecho yo soy muy lento, tengo que hacer un esfuerzo muy grande para poder tener un lugar en ese programa. La magia la hago muy rápido, porque además requiere sus tiempos, momentos de atención, de disfrutar de la emoción, del misterio, y yo tengo que resumirlo mucho. Yo siempre le hacía la coña a Pablo Motos: El hormiguero es un lugar en el que pase lo que pase pasa muy rápido.
-¿Y algún invitado que le impactase? Se habló mucho de Will Smith.
-Sí. Ese día la magia fue el minuto de oro de toda la televisión de España. Aunque me impactó, de alguna manera de él te lo puedes esperar. Pero me sorprendieron también Jackie Chan, elegantísimo; Peter Coyote, superreflexivo; Kylie Minogue, por su energía vital; o Joaquín Cortés y Martin Sheen, y es que cuando haces magia se produce una conexión brutal.
-Explíquelo.
-Cuando haces magia estás desnudando de alguna manera a la persona, la estás haciendo claudicar de algún modo, le pones delante de los ojos algo inexplicable, algo que no entiende y que tiene que reconocer que no entiende. Y la reacción de una persona ante lo inexplicable dice mucho de ella. Uno puede enfadarse, indignarse, alegrarse. Y en ellos vi un brillo en sus ojos, vuelven a ser niños, ¡y que un tipo como Martin Sheen se ilusione es maravilloso!
-¿Le reconforta?
-No tanto eso como que digo: este tío ha llevado la vida por donde la tenía que llevar.
-¿Y usted la ha llevado por dónde quería? Siempre tuvo clara su vocación artística.
-Sí, desde los 14. Yo me reunía con mis amigos del colegio, Román García y Kiko Pastur, dos de los mejores magos del mundo. Los tres éramos del mismo colegio, de los jesuitas, y hacíamos magia en el recreo. Entonces no había Internet, pero íbamos buscando información. A lo mejor uno venía a Madrid y veía a un mago que sacaba un avestruz de una naranja, y entonces pensábamos cómo ir construyendo ese truco, con un fracaso absoluto... Pero la magia alimentó nuestra amistad, y sin esa amistad no hubiésemos hecho magia.
-¿Qué recuerdos tiene de entonces?
-Bueno, yo el colegio lo recuerdo como una etapa dura de la vida [risas]. Tenía ese pensamiento de que hay que eperar a que pase este tiempo para poder hacer lo que quiero.
-¿Y en la carrera?
-En la carrera [estudió Audiovisual en Pamplona] ya es distinto. No fui un alumno brillante, pero solo suspendí una vez. Eso sí, en las cuatro asignaturas de guión saqué matrícula de honor, porque era lo que me gustaba.
-A usted lo asocian siempre con Juan Tamariz.
-Juan Tamariz es el motivo por el cual todos los magos de una generación hacemos magia. Está considerado en todo el mundo como el mejor mago de cartas. Es una estrella.
-La estética del mago, la chistera, la chica y el conejo siempre me han parecido un poco friki. Y da miedo.
-Hoy la magia de escena está muy renovada, no hay nada de eso. Si ves el show de Pen & Teller en Las Vegas o David Copperfield no tienen nada que ver con eso. A mí me gusta más la magia de cerca, que es muy sorprendente, está ahí al lado: cógelo, tócalo, míralo... Pero eso solo se puede hacer con veinte personas. Si te quieres dedicar profesionalmente a la de cartas te mueres de hambre.
-Escribe, ha dirigido el filme «La habitación de Fermat», hace monólogos... ¿Todo le interesa por igual?
-Es que en el fondo todo es lo mismo. A mí lo que me interesa es contar cosas sea a través del medio que sea.